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lunes, 27 de julio de 2015

Sobre el ERE de Indra (que no debería llevarse a cabo)

En la empresa para la que trabajo (cuando me dejan y se aclaran con lo que tengo que hacer), que se llama Indra, la dirección, que consta de unas cuantas personas muy preparadas con currículos impresionantes, se ha propuesto un ERE para "salvarla" del desastre.
El caso es que el año pasado hubo beneficios (o eso dijeron) y este año hay pérdidas (o eso dicen). ¿Quién es culpable de este cambio de tendencia? No lo sé, pero parece que los que regían los destinos de Indra hasta el desastre, no eran responsables, en otro caso no se les habría dado el premio  de varios millones que se les entregó al ser destituidos.

La nueva cúpula llegó con ganas de arreglar el desaguisado y, como habrán aprendido en alguna de las buenísimas universidades por las que han pasado y en las múltiples empresas en las que han dejado su brillante impronta de magnificencia gestora, han propuesto hacer un ERE para "limpiar" Indra de unas 1.850 personas que lastran (o lastramos) el crecimiento de la misma.

Dudo mucho que alguno de los que han propuesto este plan de "saneamiento" sepan qué se hace en el sector que quieren sanear (el de desarrollo y mantenimiento de sistemas de información). Me extrañaría que nuestro nuevo presidente, desde que llegó a Indra hace unos meses,  se haya preocupado de saber quién es el empleado más antiguo o qué personas destacan por los logros conseguidos en sus años como empleados de la empresa que ahora dirige. No entiendo que alguien que no sabe casi nada de la gente de la empresa que preside ni de cómo se hace eso a lo que se dedica la compañía, pueda idear un plan sensato para sacarla del atolladero.

Probablemente el sesudo estudio de viabilidad de la empresa (que, si no me equivoco, se ha encargado a otra empresa que habrá cobrado un buen dinerito) se ha basado únicamente en números: número de empleados, salarios, horas trabajadas, horas de baja, beneficios o pérdidas de los proyectos acometidos, etc.
La esencia de una empresa son las personas que la forman, pero para algunos la empresa es sólo un nombre, un logo y, sobre todo, una cifra que indica la cotización de sus acciones.

Dirán que la empresa es inviable si no se echa a los 1.850 que ellos han escogido (me encantaría saber cómo se llega a esa cifra), pero lo cierto es que durante este año ha habido nuevas contrataciones y se han subcontratado los servicios de personas de otras empresas.  Si sobraba gente ¿por qué se hizo eso?
Supongo que lo que quieren es echar a los que ganamos de 2.000 euros mensuales en adelante para contratar a gente a la que no pagarán mucho más de 1.200. Es cierto que así se ahorra dinero, pero no es menos cierto que la experiencia de muchos de los "vejetes" a los que echarán, también tiene su valor.

Para ser justos, no todos los de la capa mindundi son santos. Es probable que haya golfos y gandules que merecerían ser expulsados, pero me cuesta creer que haya 1.850 gandules en Indra.
Algún iluminado de los que ha ideado el plan de "saneamiento" dirá que las empresas no son ONG's, y lo dirá sin ruborizarse mientras cobra un sueldo de más de 100.000 euros anuales por no hacer mucho más que asentir a lo que le diga cualquiera que gane unas decenas de miles más que él y se sitúe por encima en el escalafón.

Más que una ONG, algunas empresas parecen un chiringuito en el que unos listillos se reparten sueldos salvajes para premiar la gran responsabilidad que asumen con su cargo. El caso es que, cuando la cagan, la asunción de responsabilidades consiste en que se van de la empresa con una "indemnización" millonaria. ¿Por qué se indemniza al responsable del daño en lugar de a la víctima?
Comprendería los sueldos elevados si, al demostrarse su responsabilidad en el deterioro de la empresa, se quedasen en la calle, sin más que lo que hubiesen ahorrado (que podría ser mucho si no lo gastasen en vivir a todo tren).

Todos los días veo que hay ofertas de trabajo de empresas que reclaman profesionales del perfil de los que quieren echar de Indra así que, trabajo hay. Siendo así las cosas, dado que estos ejecutivos que van "salvando" empresas son tan listos ¿no sería mejor que, en lugar de aplicar en todas las compañías la misma receta, pensasen un poco en cómo hacer bien lo que se ha hecho mal hasta ahora?

Tal vez organizando las cosas adecuadamente, Indra podría hacer ofertas para las centenas de proyectos informáticos que se demandan en España y en el mundo. Pero hacer eso sí que requiere gente preparada, conseguir reciclar a las personas para que hagan nuevas cosas y organizar los grupos de trabajo para que sean eficaces, precisa de gente que tenga conocimientos técnicos y de gestión, no basta con cuatro "diosecillos" que por tener un MBA por la Universidad de Wisconsin y estar certificados en ITIL y en metodologías ágiles, se creen que lo pueden todo.

Dirigir y gestionar empresas y proyectos es algo muy difícil, pero, por desgracia, hay demasiados listillos que acaban llegando a esos puestos y ponen en peligro empresas que podrían funcionar de maravilla de no ser por su absurda ambición y sus nulos conocimientos.
Esperemos que no prospere el ERE (rima y todo).

miércoles, 20 de agosto de 2014

Ocio pagado

Saludos a todos, queridos lectores:

Aquí me tenéis, escribiendo desde mi puesto de “trabajo” para entretener el ocio que me acucia desde principios del mes de julio. Menos mal que disfruté de mis vacaciones durante cuatro semanas que, de haber estado por aquí, hubiesen servido para acumular más ocio aún a mi currículum.

Sé que habrá mucha gente que no entienda que a uno le paguen por no hacer nada, pero también habrá otros que se alegren de saber que ellos no son los únicos que viven tan absurda situación. Sí, ya sé que es tonto alegrarse de cosas así, pero reconoced que uno se siente bien cuando sabe que no es el único que sufre.

Es probable que ahora haya quien se pregunte qué hay de malo en que a uno le paguen por no hacer nada, o cómo puede ser eso un sufrimiento.  La verdad es que, así, a bote pronto, reconozco que es mejor lo mío que no recibir sueldo alguno por estar ocioso.

Está claro que, para el que paga, sí debería ser algo malo porque gasta sin recibir nada a cambio, pero en estas grandes empresas, todo se diluye y, a pesar de que se generan todo tipo de informes para intentar saber qué hace cada cual y cómo de bien se cumplen las planificaciones de los distintos proyectos, la realidad es que, en general, hay bastante desbarajuste. Unos trabajan demasiado, otros no hacen (hacemos) nada y, para finalizar, también podemos hacer mención especial a aquellos que, sin hacer nada, no dejan de resoplar en su sitio para que los demás crean que no paran y que están liadísimos. Estos últimos forman parte de la gran masa de ases del paripé que pueblan las empresas (el de la foto que ilustra este artículo tiene un máster en paripé en el que Llongueras colaboró), pero este es otro tema que nos aleja del actual.

Podría pensarse que, si hay algún grupo que anda con ahogos y otro que está lleno de ociosos, podrían pasar éstos últimos a formar parte del primer grupo para darles un respiro, pero el caso es que cada proyecto es un mundo y, aunque todos somos capaces de hacer cualquier cosa, no lo somos de un día para otro. Además de eso, la burocracia requerida para hacer algo así, puede que sea más compleja que seguir con esta tonta situación.

Este tiempo de ocio podría dedicarlo a aprender nuevas cosas (a ratos me entretengo con ello), a leer novelas (es lo que me ocupa últimamente), a chatear con otros ociosos (una de mis actividades favoritas), a dormitar frente a mi pantalla (esto lo hago de modo involuntario y causa gran hilaridad a alguna compañera que me ha inmortalizado en varias fotos con los párpados cerrados y la baba cayendo por la comisura de los labios), etc.

Son, en fin, actividades que popularmente se conocen como “tocarse los huevos” o, en su versión más culta, “masajearse el escroto”. El caso es que tantas semanas haciendo eso me tienen con el saco escrotal en carne viva. ¿Alguien conoce alguna pomada para calmar mis dolores?

sábado, 12 de abril de 2014

¿Cómo dar sustancia a lo insustancial?


Muchas veces, mientras voy en el coche oyendo la radio,  o corriendo con la música puesta, cuando charlo con algún compañero de trabajo, o cuando estoy en alguna absurda reunión laboral, se me ocurren cosas sobre las que sería interesante escribir. Pero cuando llego a casa, me pongo a hacer el tonto o a ver el resumen de "Supervivientes", y se me pasa el tiempo sin dar rienda suelta a mi capacidad literaria.
Tengo que reconocer que las reuniones con jefes son las situaciones más fecundas para generar ideas de debate sobre la estupidez humana disfrazada de solemnidad. Recuerdo que cierto político llamó a otro "bobo solemne", creo que no le faltaba razón, aunque no es menos cierto que, actualmente, aquel calificativo se le podría asignar al que lo inventó. Además, pienso que ese apelativo tan simpático sería aplicable a montones de nosotros cuando estamos representando nuestro papel, más bien "papelón", en nuestros pintorescos puestos de trabajo.
No sé cuántas veces habré visto a gente afirmando con rotundidad aquello de desconoce (regla número uno del decálogo del paripé), o comprometiéndose a que otros hagan algo que ellos saben que es imposible, o planificando unas tareas que ignoran en qué consisten, para ser realizadas por personas que no conocen y cuyos conocimientos desconocen (esto lo viví hace un par de días). ¿Cabe mayor cúmulo de despropósitos? La respuesta es sí, absolutamente sí.
Nunca acabaré de sorprenderme de la cantidad de memeces por segundo que pueden acontecer en el mundo laboral, sobre todo en la nebulosa de los "gestores". Pongo entre comillas la palabra porque dudo mucho que muchos de quienes se catalogan como tales, sepan en qué consiste esa actividad.
Mi empresa es una de tantas en las que las labores burocráticas, a pesar de su falta de eficacia y, en muchas ocasiones, su total inutilidad, están mejor vistas que las técnicas (no en vano se paga más a los burócratas que a los técnicos). Últimamente se ha puesto en marcha un concurso en el que se insta a los empleados a que pidan a sus hijos que hagan dibujos relativos al trabajo de sus padres. Ante semejante reto yo me pregunto cómo podrán explicar muchos de mis colegas a sus hijos en qué consiste su labor profesional.

Me voy a atrever a enumerar algunas de las cosas que veo que hacen los "gestores" para explicarme mejor:
-Pasear de una sala de reunión a otra con el portátil bajo el brazo y con cara de ir a resolver algo trascendental.
-Hablar por teléfono con "obreros" rebeldes que se empeñan en no cumplir los plazos que ellos han puesto al tuntún o que sus respectivos jefes (la pila de gestores que soportan los técnicos suele tender al infinito) le han pedido que exija a "su equipo".

-Contar a sus colegas lo tarde que se fueron a casa el día anterior o todo lo que trabajaron en su hogar reenviando correos del cliente a sus pupilos e ignorando los correos de respuesta de sus pupilos pidiendo aclaraciones sobre las peticiones extremadamente abstractas o contradictorias que les han pasado.
-Evaluar la labor de sus subordinados a pesar de que, en ocasiones, no saben ni cómo se llaman. Cuando sí saben ese dato, suelen desconocer qué hacen. Cuando el gestor es bueno y sabe esas dos cosas, es raro que sepa cómo hacen sus tareas. No se puede pedir tanto, lo sé.
-Ir a las empresas de los clientes para mantener reuniones en las que nadie entiende lo que dicen los demás pero todos asienten con cara de intelectuales y utilizan expresiones como "poner en valor", "hoja de ruta", "inteligencia apreciativa", "fechas agresivas" y muchas otras dichas en inglés con acento de "Madriz".
A la vista de estos cometidos, me parece que a los niños que tengan que plasmar en un dibujo tan abstractas, difusas y necias actividades, les espera una compleja labor. Menos mal que los chavales son muy imaginativos y algo se les ocurrirá. Estoy deseando ver esas obras de arte. Nada me emocionaría más que ver cómo alguien es capaz de dar sustancia a tanta insustancialidad. Si no, siempre se puede dibujar algo del estilo de la imagen que ilustra esta parrafada que, sin simbolizar nada, también puede simbolizarlo todo.

sábado, 7 de septiembre de 2013

"Value creator", la nueva profesión de los "paripeitors"

Creo que todos los que trabajen, o hayan trabajado,  en alguna empresa grande (iba a decir "gran empresa", pero eso tiene un sentido positivo que me cuesta atribuir a algunas empresas grandes) algún tiempo, habrán visto que la burocracia crece día a día a la par que la ineficiencia. A pesar de todo,  los resultados económicos de muchas de ellas suelen variar de buenos a excelentes. Excelencia que no solemos percibir los que estamos en la base de tan egregias compañías salvo por el hecho de ver cómo cambia la web de los empleados para ser cada vez más colorista y cómo se gastan ingentes cantidades de dinero para renovar las aplicaciones en las que tenemos que registrar las horas trabajadas para los que subcontratan nuestros servicios.
Puestos a elegir, yo diría que los candidatos a un puesto de trabajo solemos tender a seleccionar una empresa grande o muy grande (de 500 o más empleados) sobre una más pequeña o diminuta. Pensamos que la posibilidad de progreso profesional será mayor en un mastodonte empresarial que en una empresa familiar. Y no nos falta razón, La pirámide jerárquica de las compañías grandes suele constar de una multitud de puestos existentes entre el vértice del poder presidencial y la base en la que se extiende la capa mindundi (de la que yo me siento un feliz miembro). Y todos esos puestos tienen que estar ocupados por alguien que, si nos empeñamos, podemos ser nosotros.
El caso es que, con los 21 años que yo llevo trabajando en empresas grandes, subcontratado (o resubcontratado) por otras empresas también grandes, nunca me ha parecido deseable ninguno de esos puestos en los que uno puede (o debe) olvidarse de las capacidades técnicas adquiridas durante sus estudios para dedicarse a "gestionar". Bonita palabra que, como tantas otras, de tanto usarla erróneamente, ha perdido todo su sentido para pasar a significar cosas como las siguientes:
- Hacer el paripé simulando tener todo bajo control.
-Afirmar con rotundidad aquello que se desconoce.
-Comprometerse a que otros (los subordinados) hagan cosas que uno no sabe hacer y, por tanto ignora si pueden hacerse en los plazos a los que se compromete.
-Culpar a "su equipo" (el equipo es lo que supuestamente se gestiona) de los fracasos cosechados a pesar de haberlo gestionado con brillantez.
-Escribir documentos y mensajes llenos de faltas ortográficas e imposibles de comprender y rellenar hojas Excel con datos falsos pero que sirven para cumplir con la norma ISO 9012.
Está claro que no todos los gestores son tan lerdos como el prototipo que yo he descrito, pero para reírnos un rato es mejor hablar de éstos y no de los buenos (no tengo claro de qué tipo hay más, encargaré un estudio a la Universidad de Wichita en cuanto me devuelvan el importe de mis sellos de Afinsa).
Todo esto viene a cuento de que, hace unos días, cotilleando en LinkedIn, esa gran red de contactos profesionales, vimos el perfil de alguien que indicaba que era "value creator". Tras la carcajada compartida con el amigo que lo descubrió,  me planteé la cantidad de imaginación que hay que echar para poder definir la todas esas tareas completamente inútiles que tantas y tantas personas desarrollamos en las empresas grandes. Este tipo ha sido listo. Como ahora está de moda "poner en valor" o "aportar valor añadido" a las cosas, él se ha declarado experto (otra palabra que detesto) en hacerlo. Si, además, lo pone en inglés, ya tiene ganados unos puntos más.
Por los comentarios que ponen quienes conocen a nuestro amigo el "value creator", parece ser un tipo majete con el que da gusto trabajar. Si es cierto eso, todas las tontunas que pueda poner en su perfil me parecerán bien porque creo que una de las cosas más importantes en el entorno laboral es eso,  ser buena persona.
Ahora recuerdo otro de esos cargos simpáticos que me comentaron hace unos meses: "facilitador". Supongo que es al que le pides lápices, grapas, clips y folios, en su versión de menor rango y, los de más larga trayectoria, serán los que ayudan a los grandes profesionales a conseguir sus hitos en la dura tarea de llevar a buen puerto los ambiciosos proyectos en los que se embarcan durante la travesía del ascenso en su carrera (esta frase es totalmente lideral).
La burbuja inmobiliaria estalló hace unos años, pero la burbuja de la memez empresarial sigue hinchándose día a día gracias a gente que, sin saber hacer la o con un canuto, inventa nuevas "positions", como les gusta a ellos denominarlas, desde las que llevan a "sus equipos" hacia abismos de fracaso.  Eso sí, antes de que todos se despeñen, ellos suelen tener la habilidad de saltar a otra gran empresa con algún premio que los avala como excelentes ejecutivos, y allí comienzan de nuevo su tarea de guiar a la gente con la venda que tapa sus ojos.
P.D.- Esto no viene a cuento, pero me apetece ponerlo: me importa un pepino que Madrid sea capital olímpica o no. Es que me cansa ese discurso de que "todos y todas" queremos las olimpiadas en Madrid. ¿Cómo lo saben? ¿A quién han preguntado?

viernes, 16 de septiembre de 2011

La curva de aprendizaje

Ayer tuve una entrevista con un gerente de mi empresa (la empresa que me paga, que propietario de ella no soy) para ver si me aceptaban para trabajar en un proyecto que van a comenzar dentro de la entidad financieda para la que he trabajado estos últimos años.

Requieren unos conocimientos que yo no tengo pero que, como les dije, adquiriré conforme vaya trabajando con esas cosas, como he hecho siempre en mi cutre vida profesional. El gerente, muy seriamente, me preguntó por "la curva de aprendizaje". Quería que yo le dijese cuánto tiempo estimaba que tardaría en aprender por mi cuenta algo que desconozco (y que él desconoce aún más). ¿Cabe mayor despropósito? ¿Puede haber mayor estupidez?

Con esa forma extraña de formular su estúpida pregunta, intentaba disfrazar de sensato algo que es totalmente absurdo. ¿Cómo voy a saber yo lo que tardaré en aprender algo de lo que no sé nada? Eso, en el mejor de los casos, podrá estimarlo alguien que ya ha pasado por el proceso de aprenderlo con resultado exitoso. Cualquier persona sabría esto, pero este pobre diablo (era una persona agradable y educada, eso no lo puedo negar), con el fin de disimular la inmensa inseguridad que tiene por dirigir algo para lo que no está preparado, suelta frases hechas y formula preguntas grandilocuentes que esconden tremendas contradicciones y absurdos.

Lo malo de esto es que entrevistarán a más gente que, probablemente, sepa tan poco del tema como yo pero que no tendrá ningún reparo en afirmar con rotundidad que en una semana aprenderá todo lo que se requiera (sin saber qué se requiere), y a esos los cogerán.

El problema no está en que la gente mienta, sino en que, sabiendo unos y otros que nos estamos contando mentiras, actuamos como si creyésemos lo que nos dicen y como si creyésemos que nuestras trolas son creídas por los demás.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La maldición del "reworking"

Esta mañana mi compañera Jenny (la protagonista de la aventura del enano gruñón) y yo hemos protagonizado una escena del más puro paripé profesional.

La cosa consistía en que Jenny tenía que revisar unos documentos y diagramas creados por mi mano maestra. La revisión serviría para detectar los fallos que pudiese haber (mínimos, por supuesto).

Con esta nueva tarea de revisión por parte de alguien ajeno al proyecto, se trata de evitar algo que han decidido llamar “reworking”, que no es más que eso que se suele hacer para refinar las cosas: Primero se diseña algo, luego se construye, más tarde se prueba y, si se detecta algún error o algo que puede mejorarse, se rediseña y se reconstruye. Y así tantas veces como se necesite hasta conseguir algo decente o que se canse el pobre diablo que lleva esperando meses a que se le entregue un “deliverable” (las palabras inglesas se usan mucho cuando se hace el paripé).

Al proscribir el “reworking” se pretende que lo que se diseña sea perfecto y no requiera modificación alguna. Obviamente esta tontería sólo puede habérsele ocurrido a alguien que en su vida a hecho algo más complejo que la “o” con un canuto.

Si Jenny hubiese revisado en soledad lo que yo he creado, habría podido detectar errores gramaticales o algún fallo garrafal en las cosas más técnicas, pero le habría sido complicado (como me habría pasado a mí en similar situación) detectar problemas menos superficiales a no ser que volviese a hacer el trabajo que ya hice yo (leer los requisitos y pensar cómo llevar a cabo la solución).

Tras comentar la memez impuesta, mi admirada compañera y yo hemos decidido ejecutarla pero, eso sí, con ciertas variaciones que expongo a continuación:

1-Yo explicaría a Jenny lo que había hecho en lugar de dejarla sola ante tal marabunta de soporíferos documentos.
2-Jenny atendería con interés a mis sabias explicaciones y diría que todo está muy bien y que es muy bonito.
3-El proceso explicativo se aderezaría con continuos comentarios hilarantes y con cotilleos variados.

Con este plan alternativo hemos conseguido culminar con éxito y risas la revisión de mi profesional trabajo y, además, hemos detectado tres erratillas (poca cosa, ya sabéis que casi nunca yerro).

Tan bien ha salido la cosa que he nombrado a Jenny Supervisora General del Departamento Anti-Reworking. Ahora sólo falta hacerle una placa para que la exhiba con orgullo en su mesa y conseguir que se oficialicen los tres puntos extra que hemos añadido a la necia tarea de supervisión.

sábado, 18 de abril de 2009

Para dirigir a la gente, camina tras ellos


Esta excelente frase, la del título, atribuida a Lao Tse la he escuchado en uno de los programas del gran Punset en el que hablaban del liderazgo. Allí se dice que, en los orígenes, los seres humanos elegían a sus líderes por su efectividad para llevar a cabo tareas como la caza, la defensa o lo que se terciara. Más tarde los que fueron encumbrados por esas habilidades, decidieron aprovecharse del poder para eternizarse en él y, ya puestos, hacerlo hereditario. De este modo comenzó a haber líderes completamente inútiles cuyo único mérito era el de ser hijos del mandatario previo.

Mucho más tarde llegó la democracia, y con ella el pueblo volvió a elegir a sus líderes. Me temo que, a pesar de ello, los que salen elegidos no siempre (por no decir nunca) son los más capacitados para la trascendental misión que tienen.

Pero no hablemos de política, que para eso ya hay montones de periodistas que se encargan de ello. Hablemos del mundo laboral ¿Quién elige a los que nos dirigen en el mundo laboral? ¿Se elige habitualmente al más capacitado de entre todos los posibles? ¿Es más habitual el enchufismo y el nepotismo?

La frase de Lao Tse es excelente, maravillosa, pero ¿a cuántos jefes conocéis vosotros que la apliquen? ¿Sabéis de alguien que se preocupe de conocer a sus subordinados y de tener medianamente claro cuáles son sus tareas y cómo las desarrollan? ¿Son suficientemente cercanos como para favorecer una comunicación sincera de sus subordinados con él o, por el contrario, se recluyen en su despacho y se limitan a dar órdenes totalmente alejadas de la realidad sin preocuparse de saber cuál es la opinión de los destinatarios de ellas?

Lo que yo veo en mi entorno es que cuanto más poder tiene una persona, más se aleja de sus subordinados. Mayor rango implica mayor aislamiento en lugar de mayor cercanía. ¿No os habéis fijado en que lo primero que hacen cuando alguien llega a cierto nivel es aislarlo en un despacho para que no tenga contacto alguno con sus compañeros de menor nivel? Lo del despacho podría ser una anécdota si el jerifalte anduviese más tiempo fuera que dentro de él, pero la realidad suele mostrar que, una vez “enlatado”, el jefe comienza a distanciarse más y más de la realidad y a olvidar todo aquello que, tal vez, pensase arreglar al encumbrarse.

Desgraciadamente constato a diario que la filosofía que se impone en el mundo laboral, a pesar de tanto hincapié que se hace en eso del trabajo en grupo y de la inteligencia emocional, no es otra cosa que potenciar la división y el distanciamiento entre jefes y subordinados y, si es posible (y suele serlo) entre los propios subordinados.

Si la jerarquía laboral fuese designada de abajo hacia arriba, tal vez las cosas podrían ser un poco más eficaces (sólo tal vez) porque quien ha trabajado codo con codo con varias personas sabe quiénes de ellos son más aptos para dirigir al grupo y qué cualidades y defectos tienen. En cambio el que elige desde la lejanía de su aislado cubículo, con alta probabilidad se guiará por criterios de afinidad con el elegido y, teniendo en cuenta el tremendo desconocimiento de la realidad que suelen tener en esos despachos de las plantas más altas de los edificios empresariales, me temo que la elección no será de lo más acertada.

P.D.- Todo lo dicho sobre los líderes no es aplicable a mi excelente jefa, persona cercana donde las haya, cordial, comprensiva y, sobre todo, colaboradora para la causa común del éxito. Cuando estoy decaído siempre me alienta cantando una bonita canción que tiene un estribillo muy pegadizo que dice: ¡Adelante!.

Espero que lea esto porque me encanta hacerle la pelota.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Disertaciones laborales


Ayer estuvimos intentando organizarnos, laboralmente hablando, y tratamos del tema de las planificaciones de los proyectos y el seguimiento de los mismos. Yo, que soy un necio integral, sé que no queda más remedio que hacer una previsión de lo que se tardará en hacer las distintas cosas que nos encargan en función de quién vaya a hacerlas y la prisa que corra su implantación. También sé que una cosa es hacer una previsión y otra diferente remangarse y poner manos a la obra. Esto lo sabe todo el mundo, pero a algunos les toca simular que no lo saben o, mejor dicho, que no es así, que las previsiones “van a misa” y tienen que coincidir con la realidad.

Yo, cuando me toca, hago planificaciones y previsiones varias, pero en el momento de decir a alguien lo que tiene que hacer, casi nunca le informo del tiempo que tiene para ello. ¿Y por qué no doy esa información? –se preguntará alguno- Pues porque no debería ser necesaria. Según yo creo, cuando una persona trabaja sus ocho horas (o las que estén estipuladas en su contrato), cuando tiene una tarea que realizar, tendrá que dedicarse a ella durante el tiempo de su jornada laboral y, si no es un jeta que toma cinco cafés, fuma diez cigarros, mea veinte veces y depone otras tantas (sin contar los paseos que pueda darse por los pasillos con papeles bajo en brazo y a paso legionario para mostrar su gran profesionalidad), si la persona no es así -decía- no es necesario informar de qué meta temporal tiene que cumplir porque nadie tiene derecho a planificar un trabajo contando con que quien lo tiene que hacer deba pasarse más de ocho horas diarias (seis y pico, porque siempre hay que tomarse algún respiro o atender imprevistos) dedicado a ello.

Otra razón para no tener muy presentes las fechas límite de las tareas es que, cuando a algún gran líder, Don Antonio, por ejemplo, se le antoja (por razones de gran peso estratégico, claro está), desbarata cualquier planificación señalando con el dedo a una persona (“recurso” en su jerga) para apartarlo de su labor actual y llevarlo a donde él decide (tras muchas trascendentales cavilaciones en el retrete). Cuando se le dice que esa persona está desarrollando trabajando en algo que tiene que estar finalizado en 1 de octubre, él dice con gran seguridad que su trabajo lo podrá asumir sin problemas la otra persona con la que estaba haciendo su trabajo y que, como mucho, el mes de trabajo del que sale del proyecto, lo tendrá que absorber el otro miembro del grupo con una semana más de trabajo. Para Don Antonio un mes de su escogido es equivalente a una semana de aquel al que no ha elegido. Cualquiera podría pensar que esto indica que nuestro gran líder piensa que su trabajador estrella es bastante más tonto que el otro, porque pretende que un mes de trabajo de uno sea absorbido por una semana del otro, pero no, Don Antonio no piensa eso ni es tonto, él sabe que las planificaciones no valen para nada y por eso se las pasa por sitios innombrables y hace lo que le da la gana. Don Antonio es listo, por algo ha llegado tan lejos.

Si las cosas son como yo pienso, me gustaría que alguien me dijese qué aporta el conocimiento de que un trabajo determinado tiene que estar terminado el día 23 de Octubre. A mí, cuando me dicen que me ponga a partir de una fecha determinada a desarrollar un trabajo, ese día, o antes si es que la situación lo permite, me pongo con ello sin prisa, pero sin pausa, intentando hacer mi trabajo lo mejor que puedo, de modo que si tardo menos de lo planificado, esa alegría que me llevaré yo y ese gozo que tendrán mis jefes, y si tardo más, ya sea por inutilidad o ignorancia mías, o porque la tarea estaba mal dimensionada, o a causa de problemas imprevistos que surjan por el camino, no se llegará a la fecha prevista y habrá que justificar el retraso, cosa que, si yo no he estado vagueando ni dedicado a otras tareas, podrá hacerse sin problemas (o con pocos).

Supongo que el control de tiempos en cualquier tipo de proyecto (no tiene por qué ser una tarea informática), es necesario porque hay demasiado caradura por el mundo, porque la responsabilidad profesional es escasa en mucha gente. Yo he conocido,y conozco a gente (no sabría decir si son mayoría) que se pasa el día diciendo lo liadísimos que están y resoplando por la dureza de su trabajo que, básicamente, consiste en masajearse el escroto (o lo que tengan en esa zona central del cuerpo) a dos manos y en esquivar a cualquiera que les parezca que llega con intención de asignarles alguna tarea menos gratificante que el masaje genital. Como suele ocurrir, gracias a unos cuantos malos profesionales se acaban imponiendo normas de control que, para otros muchos son inútiles o, peor aún, contraproducentes y molestas.

Si yo estoy trabajando durante casi toda mi jornada laboral (alguna escapada al excusado y alguna conversación estulta con mis compañeros son necesarias para mantener la alegría en el trabajo), andar pensando en el tiempo que me queda para llevar a cabo una tarea que estoy haciendo lo más rápidamente que puedo, no me sirve de nada o, como mucho, puede servirme para que aturullarme pensando que no llegaré a la meta por mucho que me esfuerce o, si voy sobrado, para que me dedique a perder el tiempo como un campeón aprovechando del exceso de tiempo que me han asignado para una tarea simple.

Este problema, como tantos otros, surge porque pretendemos tratar a todo el mundo del mismo modo, pero cada cual es diferente y requiere que, para sacar lo mejor de él, se le trate del modo más adecuado. Si uno es un cara, habrá que controlarle, y si demuestra que es de confianza, habrá que liberarle de controles que no necesita.

Mi conclusión es tan bonita como ingenua, porque para tratar a cada cual del modo que necesita, se requiere hacer el esfuerzo de conocerlo, y eso cuesta trabajo o es imposible (hay gente muy hábil en parecer lo que no es), así que me temo que todo este discurso mío sólo ha servido para pasar el rato y actualizar mi blog, que falta hacía.

jueves, 8 de mayo de 2008

Don Antonio no sonríe

Don Antonio es un jefe al que no he visto nunca sonreír, aunque tengo que reconocer que tampoco lo veo mucho. Hace un año era menos jefe, pero tampoco sonreía y, además, se quejaba de todo y traía por la calle de la amargura a sus pupilos. Era especialista en despreciar el esfuerzo de los demás, sólo le importaba que el trabajo saliese a tiempo para evitar que su capacidad cómo líder se viese puesta en entredicho. Si alguien se dejaba la vida en el intento de sacar algo adelante y no lo conseguía, su esfuerzo no valía un pimiento, y el esforzado menos aún.

No sé si sería esa actitud la que le valió a Don Antonio para progresar en el escalafón, probablemente sí. Ahora no subyuga a cinco o seis personas, ya se alza orgulloso sobre varias decenas de pobres diablos. Nuestro protagonista debe de ser muy listo y no deja de dar órdenes y contraórdenes, de organizar y reorganizar… Es un trabajador incansable. Pero sigue sin sonreír.

Esta mañana ha descendido del “Olimpo” sigilosamente y, cuando ha entrado en el mundo de los mortales, que comienza en la planta baja, se ha encontrado con algo que le ha causado gran desasosiego: Uno de sus súbditos estaba entretenido con un vídeo de Youtube en su puesto de trabajo.

Don Antonio no ha dicho ni media palabra, ha ido a donde tenía previsto ir, ha hecho lo que iba a hacer y, cuando ha terminado con la tarea programada, ha regresado a su puesto, ha descolgado el teléfono y ha llamado al jefe de ese pobre infeliz al que ha pillado tomándose un respiro. No sé cómo habrá sido la conversación con su proveedor de carne de alquiler, pero me imagino que algo parecida a ésta:

Don Antonio- He visto que el recurso que se sienta en el puesto 123-A estaba solazándose visionando vídeos en horario laboral, así que no quiero que vuelva a aparecer por aquí nunca más.

Jefe de recursos cárnicos- Cómo lo siento, Don Antonio ¿No podemos hacer algo para remediar esta situación de un modo menos drástico?

Don Antonio- Te he dicho lo que tienes que hacer, así que ¡Hazlo!

Jefe de recursos cárnicos
- Como usted diga, Don Antonio.

La verdad es que no sé si el nuevo proscrito, y van tres en lo que va de año (por motivos diversos), es un jeta o, sencillamente, estaba esperando a que algún proceso se ejecutase o a que otro grupo le comunicase los datos con los que proceder a hacer unas pruebas, o que alguien le dijese lo que tenía que hacer. Las posibilidades son múltiples y ninguna sorprendente, pero Don Antonio tiene claro que quien ve vídeos o fotos, o lee correos personales o el periódico, o charla con los compañeros o, sencillamente, se ríe un poco en su puesto de trabajo, es reo de destierro.

Don Antonio no debe de ser consciente de la cantidad de tiempos muertos que, gracias al desbarajuste reinante en su gran empresa (a pesar de sus esfuerzos por dotarla de perfección divina), hay que afrontar con gran frecuencia.

No negaré que hay mucho caradura entre los súbditos de nuestro gran jefe, pero para acabar con esa lacra habrá que identificar a quienes, teniendo cosas que hacer y habiendo sido aleccionados para ello, se dedican a perder el tiempo con alegría y gozo o a hacérselo perder a los demás. La tarea no es fácil, pero hacer que paguen justos por pecadores no me parece una decisión adecuada para un habitante del Olimpo.

Supongo que el problema más grande con el que se encuentra Don Antonio es que no tiene amigos y que los que revolotean constantemente a su alrededor se empeñan en describirle una falsa realidad para que crea que sus tácticas surten maravillosos efectos, en lugar de decirle con total sinceridad que, de seguir por este camino de imposiciones absurdas basadas en el axioma de que el que más manda es el más listo, acabaremos dándonos un gran trompazo.

Don Antonio, si se digna usted a bajar al sótano en el que habitamos los desheredados de este mundo, podrá gozar del olor a humanidad con el que creamos hogar en esa zona desconocida por vuecencia. Sólo tiene que avanzar hasta el fondo del pasillo y, cuando vea una calva brillante, saludarme. Entonces yo le tenderé mi mano amiga y le contaré cómo son las cosas realmente. Tal vez entonces, a la luz de la verdad, vea las cosas de otra manera y deje de hacer las tonterías con que nos deleita últimamente y decida dedicarse a hacer otras más divertidas y que, por fin, le hagan reír.