martes, 6 de diciembre de 2011

Los polémicos puentes


Antes de comenzar mi discurso de hoy, quiero saludar afectuosamente a los pocos lectores que aún le quedan a este moribundo blog (estoy intentando aplicar la táctica de dar pena para ver si cosecho algún seguidor más).

En esta semana en la que los españoles tenemos dos días vacacionales insertados entre tres laborables, no dejan de oírse las voces de quienes dicen que es intolerable esto de los puentes, que no se puede permitir que España se paralice durante una semana, que se perderán no sé cuántos miles de millones de euros por tanta inactividad.

Cuando oigo estas cosas yo me pregunto ¿acaso la gente se toma los días libres porque le da la gana? Yo pensaba que los días libres son de esos que, por contrato, podemos disfrutar cada año como vacaciones y que, de momento, algunos pueden elegir en qué fecha situarlos.

Si uno tiene derecho a sus vacaciones ¿qué más da si se las toma en agosto o en diciembre? ¿Acaso la productividad será mayor si me tomo las vacaciones en agosto que en diciembre? Si esto es así ¿cuál es la razón? Porque yo no la acabo de ver.

Si lo que se quiere decir es que en España tenemos muchas vacaciones, que lo digan, pero que no vengan con la tontería de que nos cogemos muchos puentes, porque cada día laborable no trabajado se descuenta de nuestro saldo de días de vacaciones. Si hay alguna empresa en la que, además de las vacaciones, te regalan días de puente, supongo que será porque al dueño no le importa, pero me temo que esas empresas son pocas (si es que existen).

Particularmente prefiero tomar todas mis vacaciones en verano e ir a trabajar en esos días en los que otros prefieren hacer puente. El tráfico está divinamente y se trabaja con más relajo.

También parecen olvidar los sesudos “expertos” que hacen estos estudios que si alguien se toma unos días de vacaciones, es altamente probable que se vaya a disfrutarlos a otro lugar (sobre todo si ese alguien es español), con lo que su holganza se transforma en negocio para los hosteleros, los gasolineros, las líneas aéreas, las ferroviarias, los ganaderos, los agricultores, etc. (hay que dar de comer a los turistas).

Yo creo que estas campañas absurdas se hacen para intentar hacernos sentir culpables pero, lo que es a mí, no me afectan lo más mínimo. El problema no está en que la gente se tome sus vacaciones cuando quiera o cuando pueda, el problema está en la extrema ineficacia burocrática que existe en casi todas las empresas de cierto tamaño y en la administración pública. Ahí es donde, creo yo, radica la improductividad de nuestro sistema.

Si algo que puedo hacer en dos días yo solo, me obligan a alargarlo más de un mes metiendo en el ajo a un montón de intermediarios que no son  necesarios ¿la culpa es mía? Obviamente no, la culpa es de la panda de lerdos que tengo por encima que no saben gestionar pero que asumieron encantados una responsabilidad que les venía grande.

Y ahora que hable la ciudadanía.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Se acerca el gran día

Se acerca el gran día de la “fiesta de la democracia” en el que todos y todas hablaremos en las urnas y, según dicen, decidiremos el futuro de España. Esto, como bien sabéis, es una patochada. Sólo decidiremos, y ya me parece una afirmación excesiva, qué partido formará gobierno. Lo del futuro se irá decidiendo sobre la marcha. Dudo que nadie tenga una idea ni remotamente cercana de los efectos que tendrá cualquiera de las políticas que se vayan a aplicar.

Muchos nos reímos de la eficacia predictiva de Rappel y todos los que se dedican a esa profesión adivinatoria, pero lo cierto es que hay otros muchos que, aunque no se pongan túnicas ni se hagan colas de caballo alrededor de la calva, juegan todos los días a lo mismo que nuestro adivino de la “jet set” (¡hay que ver lo poco que se usa ya este término!).

No hay día en que falte una predicción de cómo van a reaccionar los mercados (hoy en día mucho más famosos que Belén Esteban o el propio Rappel) después de alguna de las estúpidas cumbres o reuniones a las que nos tienen acostumbrados los que “dirigen” el mundo (lo de dirigir lo he puesto entre comillas porque dudo mucho que sepan hacia donde llevan esto). Cada mes alguien augura cuándo terminará la crisis y, casualmente, suele dar una fecha que coincide con la que otro “experto” da como comienzo de una nueva recesión.

Lo único que vemos es que la deuda de todos los países en crisis aumenta sin medida, pero siempre hay alguien que la compra. Lo de comprar deuda es un eufemismo para evitar decir que lo que se hace es dar dinero al derrochador. Los países “desarrollados” son derrochadores netos, es decir, que aunque haya mucha gente que ingresa más de lo que gasta, son mayoría los que gastan más de lo que ingresan. Habría que ver también si es la gente normalita la que, como media, gasta más de lo que ingresa o si este desequilibrio se crea sobre todo por la ingente cantidad de gastos estúpidos que acometen nuestros democráticamente elegidos mandatarios: viajes a reuniones inútiles, multitud de administraciones redundantes o prescindibles, actos para reafirmar nuestro sentimiento patrio (nacional o autonómico), etc.

Veo que ya he hecho recaer el peso del derroche en la administración pública. De vez en cuando olvido que yo he trabajado siempre en empresas privadas y he visto como el derroche no es ajeno a ellas. La grandiosidad y el gasto absurdo no son privativos de la cosa pública, la memez está instaurada en todas partes así que, como parece que es una tendencia mayoritaria, habrá que gritar democráticamente: ¡VIVA LA MEMEZ!

Para hacer honor a la verdad, tengo que reconocer que las cosas no son tan sencillas como recortar por aquí y por allá. Echar a la calle a todos los que hacemos trabajos prescindibles (en la empresa pública o la privada) dejaría con el culo al aire a más de la mitad de la población en un instante (he hecho un estudio que avala esta grave conclusión), pero si no se hace, a lo mejor conseguimos que no se salve nadie. Es cierto que la desgracia compartida masivamente es más llevadera, así que tal vez lo mejor sea seguir mareando la perdiz y continuar generando euros y dólares a partir de nada para que sigamos pareciendo los más ricos del mundo (me refiero a los países occidentales) aunque no lo seamos.

Y ahora id a leer los programas electorales, que seguro que son muy clarificadores.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El misterio del mingitorio

Hoy he decidido compartir con vosotros un misterio que ha acontecido en el edificio al que acudo a diario a pasar el día y ganarme mi sustento (con mayor o menor éxito). Sólo llevo en este lugar cuatro semanas, pero ya noté algo raro el primer o segundo día de mi estancia allí.

Tengo la costumbre, como muchas otras personas, de tener una botella de agua en mi mesa. Reconozco que soy de poco beber, pero me pareció una buena idea lo de beber más líquido del que mi cuerpo demanda, así doy trabajo a mis riñones y, de paso, consigo tener una excusa aceptable para levantarme de mi sitio cada vez que mi vejiga me comunica que está al límite.

En una de estas escapadas, mientras gestionaba la salida a la luz de mi aparato miccionador, algo llamó mi atención. En la parte alta del mingitorio, junto a la fina tubería que da paso al agua que cae cuando se presiona el pulsador, había un pelo. Yo, como calvo experimentado, pensé que sería un cabello craneal, pero como el acto excretor se alargaba y no tenía a mano nada que leer (en los servicios públicos no suele haber paquetes de detergente o botes de champú), presté más atención al pelo y me di cuenta de que era grueso y retorcido, de unos cuatro centímetros. Parecía evidente que era un pelo escrotal. Doy por hecho que era de un ser humano de sexo masculino porque las mujeres tienen vetada la entrada allí.

Vosotros diréis que no es nada raro encontrar un capilar de esta naturaleza en una sala de micción, y yo os diré que tenéis razón. Pero analicemos la situación con detenimiento atendiendo a los siguientes puntos:

1-La parte superior del urinario queda muy por encima del escroto de cualquier ser humano (por lo menos de los que yo he visto en mi entorno laboral).

2-Los pelos que quedan desconectados de su folículo tienden a caer por acción de la gravedad en ausencia de corrientes de aire o mecanismos que lo transporten hacia zonas más elevadas.

Según estas proposiciones, el pelo que yo vi, o bien era un pelo nasal de longitud descomunal, o bien había sido puesto por su dueño en ese lugar para ser exhibido con una finalidad que no alcanzo a comprender.

Todo esto no tendría mayor trascendencia de no ser porque, pasados unos días… ¡Volví a ver otro pelo escrotal en el mismo lugar!

Os cedo la palabra para que aventuréis alguna hipótesis que pueda explicar este extraño fenómeno.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La curva de aprendizaje

Ayer tuve una entrevista con un gerente de mi empresa (la empresa que me paga, que propietario de ella no soy) para ver si me aceptaban para trabajar en un proyecto que van a comenzar dentro de la entidad financieda para la que he trabajado estos últimos años.

Requieren unos conocimientos que yo no tengo pero que, como les dije, adquiriré conforme vaya trabajando con esas cosas, como he hecho siempre en mi cutre vida profesional. El gerente, muy seriamente, me preguntó por "la curva de aprendizaje". Quería que yo le dijese cuánto tiempo estimaba que tardaría en aprender por mi cuenta algo que desconozco (y que él desconoce aún más). ¿Cabe mayor despropósito? ¿Puede haber mayor estupidez?

Con esa forma extraña de formular su estúpida pregunta, intentaba disfrazar de sensato algo que es totalmente absurdo. ¿Cómo voy a saber yo lo que tardaré en aprender algo de lo que no sé nada? Eso, en el mejor de los casos, podrá estimarlo alguien que ya ha pasado por el proceso de aprenderlo con resultado exitoso. Cualquier persona sabría esto, pero este pobre diablo (era una persona agradable y educada, eso no lo puedo negar), con el fin de disimular la inmensa inseguridad que tiene por dirigir algo para lo que no está preparado, suelta frases hechas y formula preguntas grandilocuentes que esconden tremendas contradicciones y absurdos.

Lo malo de esto es que entrevistarán a más gente que, probablemente, sepa tan poco del tema como yo pero que no tendrá ningún reparo en afirmar con rotundidad que en una semana aprenderá todo lo que se requiera (sin saber qué se requiere), y a esos los cogerán.

El problema no está en que la gente mienta, sino en que, sabiendo unos y otros que nos estamos contando mentiras, actuamos como si creyésemos lo que nos dicen y como si creyésemos que nuestras trolas son creídas por los demás.

sábado, 10 de septiembre de 2011

De algo hay que hablar

Aquí estamos de nuevo (mi ordenador y yo, no vayáis a creer que he comenzado a ser un ser social). Acabo de terminar de ver una película de esas de llorar. Se titulaba “The lost Valentine” y la verdad es que he segregado abundante líquido lacrimal. Mi intención era ver una de las que tengo en el disco duro, pero en muchas ocasiones me ocurre que, al encender la tele, zapeo verbo incluido en el Diccionario de la RAE) un rato y me quedo enganchado con algo de gran interés (habitualmente algún discurso de Kiko Matamoros). Hoy estaba sintonizada Televisión Española HD y, como la película se veía con gran detalle y, además, era protagonizada por Jennifer Love Hewitt, que me parece muy mona, me he quedado viéndola.

¿Y a qué viene este rollo? –pensaréis-. Pues no lo sé, pero ya que lo habéis leído ¿qué más os da?

Y mientras digo estas bobadas, la economía sigue tambaleándose ¡Qué falta de sentido de estado por mi parte! Menos mal que nuestros políticos están haciendo todo lo que está en sus manos para solucionar este desaguisado. Estoy convencido de que con la reforma de la Constitución (espero que os hayáis puesto en pie al leer esta sagrada palabra) que han consensuado los dos grandes partidos políticos (lo de grandes es por el tamaño, no por nada más trascendente que eso) saldremos del atolladero. Mi confianza creció un cuarenta por ciento el día que dieron la noticia.

Percibo con mi sexto sentido que hay algún lector que quiere saber cómo he calculado el incremento de mi confianza con tanta precisión. Prometo detallar el algoritmo de cálculo tan pronto como la universidad de Wisonsin y todas las instituciones dedicadas a hacer estudios diversos, nos digan cómo llegan a esas conclusiones, tan precisas como la mía, con las que nos deleitan cada día en los telediarios.

Otra gran noticia de estos últimos días es el estreno de la nueva película de Almodóvar. Espero que todos y todas hayáis ido ya a disfrutar de su nueva obra de arte cinematográfico. Creo que algún crítico envidioso de su éxito y de su mata de pelo, se ha cebado con él. Me parece inaceptable tratar así de mal a uno de nuestros grandes artistas. Para contribuir a la mejora de las finanzas de nuestra querida España, tenemos que decir que todo lo que se hace aquí es una maravilla, aunque nos parezca un cagarro. Yo, para ser un patriota de pro, me he convertido en aficionado a los toros, adicto a la cata de vinos y forofo de la moda de Ágata Ruiz de la Prada (tendríais que ver el modelito que llevo puesto ahora, lleva flores por todas partes, es ideal). Incluso digo a todo el mundo que me encantan las obras de arte expuestas en el museo Reina Sofía. Y, hablando de la Familia Real, comento a todo el mundo lo guapísima que está la Infanta Doña Elena. ¡A ver si vais aprendiendo!

Ya sólo me queda despedirme hasta la siguiente ocasión en que me dé por volver a aparecer por aquí. En breve tendrá lugar la esperada boda de la Duquesa de Alba (estoy ofendido porque no me ha invitado) así que, como muy tarde, tras ese gran acontecimiento, tendréis noticias mías.

domingo, 21 de agosto de 2011

Así he visto la JMJ

Ya terminan los actos de la JMJ. Queda alguna cosilla para esta tarde antes de que el Papa regrese a Roma, pero creo que, como buen intelectual que soy, ya puedo hacer un balance de lo ocurrido estos días.

No he asistido a ningún acto porque no me gustan las aglomeraciones, y las que se montan en torno al Papa son de alta densidad (lo han sido las de estos días). Sí que he seguido por televisión algunos de los actos (a ratos). He optado por 13-TV, que antes era Popular TV, la cadena televisiva de la Conferencia Episcopal. Tengo que hacer notar que Javier Alonso Sandoica, que ha sido uno de los presentadores de las retransmisiones de los actos de la JMJ es un verdadero artista. Se puede ser cura y gran presentador de televisión, él lo ha demostrado.

Tengo que reconocer que ver la inmensa muchedumbre que se agolpaba en todas partes para estar donde estuviera el Papa me ha resultado emocionante. El Papa tiene el cariño de muchísimas personas aunque, desgraciadamente, como también hemos visto, cuenta con el desprecio de otras cuantas (muchas menos que las que le quieren).

¿Para qué ha podido servir todo esto? Yo diría que para el Papa habrá sido una impresionante inyección de ánimo. Cualquiera que constate que es querido por tanta gente, tiene que sentirse de maravilla aunque tampoco hay que olvidar que el sentimiento de responsabilidad tiene que ser apabullante al saber que tantas personas están dispuestas, si no ha hacer lo que les proponga (eso suele ser muy difícil), por lo menos sí a escucharle.

Los que han estado sufriendo el calor de Madrid (y la tormenta de anoche) en los actos convocados, supongo que también habrán experimentado un intenso sentimiento de pertenecer a algo grande, muy grande. Verse inmerso en una masa de gente de ese tamaño (más de un millón de personas que, en esta ocasión, no es un número inflado como ocurre con otras manifestaciones) con la que uno, supuestamente, sintoniza, es algo grande.

Yo viví algo parecido allá por el año 1982 cuando Juan Pablo II vino a España. Fue la primera y única vez que entré en un estadio, el Santiago Bernabeu, y, a pesar de que casi muero despedazado por las presiones que la masa ejercía sobre mi persona y una puerta de barrotes, una vez sentado en mi lejano asiento, al ver a miles de personas coreando alegres el nombre del Papa (aquello de “Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo”) me olvidé de mis magulladuras y me sentí en la gloria.

Creo que las cosas son así, pero también me doy cuenta de que en medio de la masa, los sentimientos se exacerban hasta límites insospechados. Si el sentimiento es de afecto, uno se siente tremendamente querido, casi en el paraíso. Si el Papa dice que vivamos nuestra fe con alegría, uno piensa que va a salir de allí y ser el cristiano más feliz del mundo. Si dice que tenemos que amarnos unos a otros y, sobre todo a los más necesitados, nos imaginamos recorriendo las calles sacando de la pobreza a cualquiera que nos crucemos…

Todo es precioso, pero una vez que acaba, cuando regresamos a nuestra casa, a nuestra rutina, nos damos cuenta de que esas fuerzas que parecía que el Papa (y el entorno) nos habían insuflado, se han desvanecido y nuestros ánimos para renovar nuestra vida se van desinflando poco a poco hasta volver a ser los mismos de siempre salvo por el hecho de que ahora tenemos un nuevo recuerdo, el de haber estado cerca del Papa y rodeados de mucha gente feliz (por lo menos en apariencia).

Vamos terminando. Los actos de estos días han sido emocionantes incluso para mí que veo con cierto resquemor que desde la Iglesia se acometan dispendios de esta magnitud (aunque sean beneficiosos para el lugar en el que se llevan a cabo), pero pienso que no estamos más que ante una nueva burbuja. Esta vez no es inmobiliaria sino emocional. Muchos estamos con el espíritu hinchado como un globo, pero me temo que a pocos les durará esa hinchazón tanto como para elevarse y cambiar de vida. A la mayoría se nos deshinchará en menos que canta un gallo. Sólo nos queda alegrarnos por los que tengan su válvula espiritual a prueba de pérdidas.

domingo, 14 de agosto de 2011

Lo que yo pienso de la JMJ

Cuanto más cerca está la visita del Papa a Madrid, más se habla del tema. Unos se quejan del dinero que se gastará en el evento, otros dicen que, económicamente, será beneficioso para España (sobre todo para Madrid). También hay quienes creen que la Iglesia Católica tiene trato de favor con respecto a otras instituciones (religiosas o no). En fin, hay opiniones de todos los gustos pero, básicamente, podríamos decir que, como sucede con casi todo, la gente se alinea a favor o en contra del evento religioso-turístico.

Particularmente creo que la visita será (lo está siendo) beneficiosa económicamente para España. Está claro que cuesta dinero, pero con tanta gente como ha venido, seguro que se recupera lo gastado. Además, parte del dinero que haya habido que poner de antemano, lo han puesto las empresas patrocinadoras. Seguro que el Ayuntamiento de Madrid y la comunidad del mismo nombre también han tenido que soltar dinero, pero no es menos cierto que los visitantes consumirán cosas (comidas, chorradillas que compren, etc.) que llevan su IVA incluido y que acabará volviendo a las arcas públicas.

En resumen, si nos olvidamos de nuestros afectos por los convocantes y tomamos esto como un evento cualquiera (como unas olimpiadas, una exposición universal, unos mundiales, un concierto de Shakira o Lady Gaga o cualquier otra cosa por el estilo) no veo razón alguna para estar en contra de ello y a favor del resto de cosas.

El problema está en que somos humanos y nos encanta el enfrentamiento. Como ya he dicho en más ocasiones, primero preguntamos quién dice algo y, si ese alguien nos cae bien, diga lo que diga y haga lo que haga, le apoyamos, pero si ese alguien no cuenta con nuestra simpatía, nos da igual lo que haga, que nos parecerá mal. Está claro que no todo el mundo es así, pero me temo que hay una masa grande de personas que se ajustan a esta descripción (yo mismo, con lo tolerante y progresista que soy, a veces peco de ello).

Tras esta extensa introducción pasaré a exponer lo que yo pienso. Yo fui bautizado, hice la Primera Comunión, fui confirmado, he acudido a misa con regularidad todos los domingos y fiestas de guardar de gran parte de mi vida y he recibido en el colegio y en el instituto las correspondientes clases de religión. Digo esto para que todo el mundo sepa que, si digo que creo que el mensaje de la Iglesia Católica me parece bueno, lo digo con algo de conocimiento (no excesivo, eso sí). No creo que lo que vaya a decir el Papa en Cuatro Vientos sea pernicioso para los que le escuchen sino todo lo contrario. Lo peor que puede pasar (y creo que pasará) es que algunas de las personas que allí se reúnan, no escucharán al Papa (no me refiero a que no le oigan por problemas técnicos, sino a que no prestarán atención a lo que diga). Unos ignorarán su mensaje porque les parecerá aburrido, otros porque, tal vez, sea demasiado elevado como para entenderlo, y otros, sencillamente, porque habrán ido a pasar el rato con sus amigos y estarán tan emocionados de ver cerca a su ídolo (sí, el Papa también tiene sus fans, tan tontos como algunos de los fans de Bisbal o Bustamante ¡qué le vamos a hacer!) que sólo se preocuparán de ver en qué momento pueden gritar “¡VIVA EL PAPA!” y ser secundados por tan ingente masa de fieles. Pero también habrá gente que escuche con atención y que saque provecho de las palabras de Su Santidad.

Comprendo que la Iglesia Católica organice eventos de este tipo porque, sin duda, con ellos se consigue que el mundo entero esté pendiente del Papa y de lo que diga, y eso es una publicidad impresionante que siempre viene bien. Con la Jornada Mundial de la Juventud la Iglesia es capaz de movilizar a cientos de miles de personas (dicen que más de un millón vendrán de fuera de España) capaces de gastar bastante dinero para venir a ver al Papa (algunos vienen de países tan lejanos como Filipinas). Si se puede movilizar a la gente para esto ¿no sería posible utilizar ese poder de convocatoria para otras cosas?

Aquí llegamos a lo de siempre: habiendo gente que se muere de hambre en el mundo ¿no queda un poco feo ver cómo hay tantos que gastan su dinero en ir a ver al Papa en directo para orar por los pobres y por la paz en el mundo? No digo que esté mal orar por ambas cosas, pero alguien dijo, no sin razón: “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Las cosas no son tan sencillas como pueden parecer cuando nos ponemos a hacer críticas sentados frente a nuestro ordenador o alrededor de la mesa con los amigos, lo sé, pero reconozco que estos derroches dinerarios (aunque sean beneficiosos para España) quedan feos cuando se hacen por parte de una institución en la que muchos de sus miembros trabajan por los pobres (y trabajan mucho, la verdad).

Me pregunto si no sería mejor aprovechar el grandísimo poder de convocatoria que tienen los Papas (por lo menos desde Juan Pablo II) para incitar a los fieles católicos (y a cualquier simpatizante) a donar nuestro dinero y/o tiempo para ayudar a tantas y tantas personas que lo necesitan más que nosotros. Después de todo, el mensaje del Papa (el de la Iglesia Católica) se puede escuchar en la tele o leer en Internet, pero los que no tienen qué llevarse a la boca jamás podrán agradecernos que hayamos orado por ellos junto con un millón de personas en Cuatro Vientos, básicamente porque probablemente mueran antes de enterarse de que hemos gastado millones de euros para hacerlo.

Me doy cuenta de que he sido excesivamente optimista, no por pensar que la Iglesia pueda convocarnos para ayudar a los necesitados (realmente eso lo hace constantemente), sino por creer que los destinatarios de esa propuesta vayamos a hacerle caso. Mayoritariamente preferimos orar a donar, sale más barato y es más cómodo.

martes, 19 de julio de 2011

Reflexiones veraniegas 2

Esta mañana pensaba haber ido a dar una larga vuelta en bicicleta, pero al asomarme a la ventana he percibido una excesiva intensidad ventosa (atmosférica, no intestinal) y me he acobardado, así que aprovecharé el tiempo para escribir algo mientras oigo el ulular del viento.

Parece que el “notición” del día es que en la NASA han “demostrado” que una siesta de 26 minutos es una práctica maravillosa para llevar una vida sana y equilibrada. Este resumen lo he hecho yo a mi antojo a partir de lo que he leído que, a su vez, habrá sido redactado al antojo del que ha escrito el artículo en cuestión. El meollo de la cuestión es que en la NASA alguien ha hecho un estudio (nunca he sabido cómo se hacen esos estudios) concienzudo sobre la siesta y ha llegado a conclusiones que dejan a esa práctica en un excelente lugar.

No dudo de los beneficios de la siesta porque yo los experimento cada vez que me quedo traspuesto en el sofá o en mi puesto de trabajo. Estas siestas lectivas son un tanto embarazosas pero hay ocasiones en las que no puedo evitar cabecear mientras leo algunos tostones que no me interesan nada. No obstante lo peor no es quedarse dormido mirando la pantalla del ordenador, es mucho más embarazoso ver cómo se te caen los párpados mientras alguien te está hablando, y eso también me ha pasado unas cuantas veces.

No era esto lo que pretendía contar, mi reflexión de hoy tiene que ver con el hecho de que esos estudios que se hacen sobre todo tipo de cosas (algunas aparentemente intrascendentes o absurdas) suelen resumirse en ciertas pautas de comportamiento que, supuestamente, son válidas para todos y cada uno de los miembros de la raza humana o, por lo menos, en los breves artículos periodísticos que hacen los resúmenes, eso es lo que nos cuentan.

Yo me resisto a creer que una siesta de 26 minutos tenga el mismo efecto en un tipo que pasa el día sentado en el sofá sin hacer nada que en una persona que anda de aquí para allá doce horas al día. Tampoco creo que esos 26 minutos sean igual de aprovechados en un chavalín de cinco años que en un anciano de noventa. Somos todos tan distintos a pesar de nuestras grandes similitudes, que dudo mucho que cualquier estudio que concluya con una receta tan simplona como “la siesta modélica es la que dura veintiséis minutos”, tenga alguna validez.

Esto me lleva pensar que pueden ocurrir las cosas siguientes (una de ellas o las dos):

1-Los estudios con los que rellenan espacio en periódicos e informativos diversos cada día son completamente absurdos e inútiles (salvo para los que ganan dinero haciéndolos).

2-La forma de comunicar los resultados de esos estudios es tan mala que se tergiversa todo al intentar resumir conclusiones amplias y complejas de estudios igualmente amplios y complejos.

Se acabó esta insulsa reflexión de hoy. Voy a ver si investigo algo importante de verdad como las razones de la ruptura de Jennifer López y Marc Anthony.

domingo, 17 de julio de 2011

Reflexiones veraniegas

Llevo ya una semana de vacaciones y creo que es hora de escribir algo. Aún no sé sobre qué voy a hablar pero, como decía alguien: comer y cantar, todo es empezar (¿o no era así?).

Las seis semanas previas a mi periodo vacacional las pasé trabajando en un proyecto (así se suele llamar a las chapuzas informáticas que hacemos para que parezcan cosas serias y bien planificadas) en el que, quien más y quien menos, extendían su jornada laboral más de la cuenta. Unos lo hacían para sacar trabajo adelante y otros para aparentar ser grandes profesionales. Como podéis imaginar, los más valorados por los jefes eran los que más tarde se iban (si se quedaban más allá de las doce de la noche y cenaban pizzas en su sitio, mejor que mejor).

Yo, como vi el percal el mismo día que me incorporé a ese grupo, me limité a cumplir con mi horario y, cosas raras que tiene la vida, nadie me dijo ni media al respecto, ni mis compañeros ni los jefes. Los compañeros con los que trabé más amistad pensaban que hacía bien, y con los jefes no tenía trato alguno, así que no sé lo que pensaban, pero me lo puedo imaginar.

La situación era un tanto absurda porque se suponía que yo fui allí para ayudarles a sacar trabajo adelante, pero con esos disparatados horarios que tenían algunos, no fueron pocas las jornadas en que, a pesar de que quienes me tenían que dar trabajo sabían de mi afición a llegar temprano y siempre a la misma hora (soy demasiado predecible), no se les ocurría enviarme algún correo nocturno, entre bocado y bocado de pizza, para decirme qué cosas podría hacer al llegar para aligerar tu “tremenda carga laboral”, con lo que mis horas mañaneras se desperdiciaban con total alegría. Ellos solían llegar a partir de las 9:30 (eso era muy temprano), pero no parecía que comenzasen a trabajar hasta bien pasadas las dos de la tarde. A veces daba la impresión de que la actividad laboral de algunos (otros sí que trabajaban intensamente) sólo comenzaba una vez que yo me había marchado.

Aquello ya terminó para mí. Cuando regrese de mis vacaciones ya no estaré en ese grupo. Reconozco que a algunos los echaré de menos, y a otros no tanto, pero tengo que decir que de todos he aprendido algo: la capacidad de aguante de unos y las técnicas de paripé de otros. Es un aprendizaje que no creo que aplique. No me interesa tener tanto aguante y me daría un poco de vergüenza aplicar ciertas tácticas “paripeísticas”, pero ha sido una interesante experiencia.

Al final mi relato no ha tenido nada que ver con la cuestión veraniega (chiringuitos, playa, montaña, viajes y todas esas cosas), pero no me parece adecuado comenzar a soltar otro rollo después de tantos párrafos. Dejaremos esas cosas para otro día.

P.D.- En atención al Dr.Flatulencias he cambiado el color rojo de los títulos por otro más grato a los ojos (por lo menos a los míos, que son un tanto cegatos).

viernes, 27 de mayo de 2011

Progreso

Pues sí, pues sí… Parece que hace buena tarde.

Creo que he empezado mal. Una conversación de ascensor no será capaz de mantener la atención de mis sufridos lectores. Ya sólo me falta contaros el chaparrón que ha caído en Madrid esta tarde. Ahora que lo pienso, ¿se habrán producido goteras en las “jaimas” de los acampados de la Puerta del Sol? Creo que es el momento de hacer un llamamiento a la solidaridad de todos y todas los que estáis leyendo estas líneas: acudid con chubasqueros, mantas, sopita caliente y, por supuesto, guitarras y cánticos libertarios, para aliviar este duro trance por el que pasan nuestros luchadores.

Como no consigo captar vuestra atención, intentaré provocaros sueño. Allá voy.

Ayer vi en Telemadrid (soy un progresista que acepta opiniones de la derechona cavernaria porque de ella provengo) a un portavoz de no sé qué grupo de los que han florecido en el centro de Madrid. Melchor Miralles le hizo un par de preguntas que no recuerdo cuáles fueron (lo siento) y el joven portavoz dijo que él no podía dar su opinión, que estaba allí en calidad de portavoz y sólo haría declaraciones relacionadas con lo que se hubiese tratado en las asambleas de los días previos. Todo esto lo dijo con el gesto más serio que podáis imaginar, así que no creo que estuviese de broma.

Está claro que una sola persona no es representativa de un grupo de varios cientos, pero como ese es el que salió en la tele, será de él del que hable. Me pareció un pobre diablo que, probablemente con la mejor intención, estaba jugando a ser político. Estaba allí para quejarse de los políticos y ya estaba ejercitándose en el arte de hablar sin decir nada aprendido de ellos. No me extrañaría que en breve haya un servicio de bicicletas oficiales para los portavoces de los distintos grupos acampados (les gustaría más un coche, pero la bici parece más “sostenible”, sobre todo si tiene pata de cabra).

Viendo a ese chaval, que no superaría los veinticuatro años, pensé en las cosas parecidas que veo a diario en mi entorno laboral: jovenzuelos con uno o dos años de experiencia técnica que están ávidos de “progresar” en el escalafón. Cursaron estudios técnicos y sólo sueñan con dedicarse a rellenar hojas Excel y a asistir a reuniones de seguimiento y a comités de cualquier tipo (vamos, que quieren ser políticos como algunos de la Puerta del Sol). Hay gente cuyo más acariciado sueño es poder decir que “gestiona un grupo de varias personas”.

Particularmente no tengo ambición de dirigir nada que no sean mis pasos cuando salgo a correr. Las pocas veces que he tenido una mínima responsabilidad sobre un grupo de personas, más mínimo aún, mi labor ha sido absolutamente prescindible (eso cuando no ha constituido un lastre). En mi descargo diré que, en esas ocasiones (sólo dos), por lo menos conseguía entretener a mis compañeros mientras ellos trabajaban para sacar adelante el trabajo productivo que, para ser realistas, era una basura infecta.

Hay quien no comprende que una persona no quiera “progresar” del modo comúnmente aceptado. Para mí sería una tortura subir en el escalafón. Yo no quiero tratar con gente que se pasa el día metida en un despacho y que sólo sabe hablar de rollos financieros y económicos. A mí me gusta hablar de pedos, de Mazinger Z, de Supervivientes, de Belén Esteban, e incluso de política y religión. ¿Alguien conoce a un grupo de “progresados” que sea capaz de mantener una conversación de cualquiera de esas cosas (sin estar borrachos, claro)?

No habría ningún problema en ser una persona simpática y sensata y subir en el escalafón, pero lo que yo veo a mi alrededor, salvo alguna honrosa excepción, es que se promociona a la gente desagradable, a los que sólo saben ganarse el respeto de los demás por la vía del miedo, a los que acaban creyéndose las absurdas mentiras que cuentan a sus subordinados para justificar su incompetencia. Eso sí, todos han recibido cursos de gestión de grupos, de aprovechamiento de sinergias, de resolución de conflictos… Hay cursos estúpidos para aburrir, y mucha gente con la acreditación correspondiente (todos listísimos) pero que no saben lo básico: tratar a la gente con educación y, ¿por qué no?, con cariño. Tampoco hace falta besar a todos cada día, a veces bastaría con decir alegremente “buenos días”.

Ya me he cansado de escribir, así que aquí termino mi sinsentido de hoy.

jueves, 19 de mayo de 2011

Jugando a la revolución

Tengo que reconocer que no he seguido muy de cerca todo esto de las acampadas en algunas plazas de distintas ciudades de nuestra querida nación de naciones, pero acabo de ver un lote de fotografías del poblado que han montado en la Puerta del Sol de Madrid y, sin ver más ni leer ninguno de los manifiestos que supongo que han redactado los que lideran este extraño movimiento, me atrevo a aventurar que todo esto es una sandez. Insisto en que mi base para este discurso es casi nula, pero esa es la impresión que me da.

Estoy convencido de que hay mucha gente harta de ver cómo los encargados de controlar las cosas (políticos y grandes organismos y entidades financieras) parecen no tener ni idea de qué hacer para salir del atolladero en el que estamos. Hemos gastado más de lo que teníamos y ahora, para intentar solucionarlo, sólo se les ocurre seguir gastando lo que no tenemos ¿Cabe mayor desatino?

Ciertamente es como para estar indignado (palabra muy de moda en estos días), pero mi indignación no me llevará nunca (por lo menos no lo hará de momento) a ir a ocupar la vía pública con unos centenares de personas. No me parece bien defender no sé qué causa molestando a otros que, para más recochineo, no son los culpables de eso contra lo que se clama. ¿Qué culpa tienen los vecinos de la Puerta del Sol de la pútrida situación que vivimos? ¿Por qué tienen que aguantar que al lado de sus casas y comercios haya un poblado chabolista que les impide vivir con tranquilidad?

¡Que se vayan a acampar a los jardines de la Moncloa!

En cuanto se reúnen más de cuatro personas para hacer alguna reivindicación, lo más habitual es que tres no sepan lo que han ido a defender o qué es eso de lo que se quejan. Se pide democracia real ¿Alguien sabe lo que es eso? Yo diría que es una utopía que sólo podría alcanzarse si todos y cada uno de los votantes tuviésemos el suficiente criterio como para saber qué es lo que queremos y, además, existiese alguien, que se presentase a las elecciones, dispuesto a trabajar para conseguirlo. Pero no con ánimo de lucro sino con verdadero sentido de servicio (he dicho que era una utopía ¿verdad?).

¿Qué es lo que tenemos? Un montón de votantes ignorantes (yo soy uno de ellos) y tres o cuatro partidos políticos poblados de gente que no sabe lo que defiende o, peor aún, que defiende una cosa y la contraria, predica algo y hace lo opuesto. Eso es lo que hay, y es una mierda (con perdón), pero me temo que conseguir lo otro (gente que sepa lo que quiere y gente que esté dispuesta a trabajar para llevarlo a cabo) es imposible. Entonces ¿qué quiere esta panda de campistas?

Me temo que muchos de los que han decidido hacer de estas plazas su hogar, no saben lo que quieren pero, como nos pasa a muchos, les mola ser el centro de atención de los noticieros y ver cómo los políticos contra los que claman, ahora dicen compartir las quejas de estos revolucionarios campistas. ¡Qué bonito es ver al criticado siendo comprensivo con el crítico!

Confío en que la tontería no vaya a más y no les dé a nuestros salvadores por ponerse a quemar mobiliario urbano, coches y escaparates que suelen pertenecer a gente humilde de esa a la que estos solidarios profesionales siempre dicen defender.

Para terminar haré un ruego a estos abnegados defensores de la democracia real y la libertad absoluta: Dejadnos tranquilos y volved a vuestras casas. Desde allí, escribid cartas de queja a quien queráis, redactad alegatos a favor y en contra de lo que creáis oportuno, trabajad con ahínco para crear un partido político que pueda desbancar a estos que tenemos. Cualquier cosa parece más útil que llenar de putrefacción las calles de nuestras ciudades.

sábado, 7 de mayo de 2011

Tormenta en mi interior

La climatología adversa ha hecho que hoy aproveche mi reclusión hogareña para volver a escribir alguna majadería. Podría hablar de esa sentencia del Tribunal Constitucional que, cuando quiere, toma decisiones a toda velocidad, pero como no me da la gana hacer publicidad gratuita a algunos necios (a otros sí), no hablaré de eso y, en su lugar, os contaré una simpática anécdota que protagonicé el jueves pasado y que presenció como testigo principal un simpático amigo.

Desde mi traslado a la sede central de mi empresa en calidad de ocioso, casi todos los días como en compañía de un antiguo amigo al que conocí hace años en otra de las firmas (llamar así a las empresas queda tan elegante como llamarse consultor en lugar de cualquier otra cosa) por las que pasé. Unos días vamos en modo marginal los dos solos, y otros nos acompaña algún otro abnegado compañero que, tras soportar una sobremesa con nosotros, no suele repetir.

El jueves fuimos a degustar sendos menús a ese restaurante tan denostado y que a mí tanto me gusta: Burger King. Como teníamos vales de descuento, aprovechamos para tomarnos dos hamburguesas cada uno. Este restaurante tiene la particularidad de que hay barra libre de refrescos. Te dan el vaso y tú lo rellenas cuantas veces quieres en unos expendedores situados en la zona del público.

No había mucha gente y pudimos sentarnos en una mesa bastante aislada. La única persona cercana era un hombre que, por el oscurísimo tono de su piel, supongo que sería del África subsahariana. Allí estaba él sin sospechar lo que estaba a punto de presenciar.

Comenzamos a comer con fruición nuestras hamburguesas mientras departíamos cordialmente sobre temas variados, entremezclando la política con críticas a nuestra empresa y comentando cualquier sandez que nos viniera a la cabeza. Mi primera dosis de Cocacola fue ingerida rápidamente y, dejando a mi compañero de mesa con la palabra en la boca (yo soy así de educado), me levanté a rellenar el vaso nuevamente aprovechando el privilegio que nos brinda ese establecimiento.

El paseo hasta el dispensador de bebidas hizo que los gases que se acumulaban en mi intestino se recolocasen adecuada y ordenadamente en la recta de salida (más bien “el recto”). Yo, que soy un demócrata de toda la vida y detesto la represión de cualquier tipo, decidí que aquella tensión debía ser liberada a toda costa. Tracé un plan o, como dicen los modernos, una “hoja de ruta” para llevar a cabo la operación flatulenta. Miré a un lado y a otro y me di cuenta de que mi acción no provocaría daños colaterales porque no había nadie en la zona de influencia de la andanada que pretendía soltar. Llegué a mi sitio y, para no comportarme de un modo traicionero con mi fiel amigo, deposité el vaso de Cocacola en la mesa a la vez que dije: “voy a peerme”. En ese momento algo hizo que presionase los gases con mis músculos abdominales (que son de un tamaño y vigor desmesurado) pero olvidase relajar el esfínter anal. Esto, como sabe cualquier aficionado a la “pedorrística”, es lo que genera el sonido trompetero que tanta risa provoca a unos y tanto desagrado a otros, por lo que mi acción, que pretendía ser secreta, se llevó a cabo con ostentosa sonoridad.

Mi error de cálculo provocó un cornetazo de tal nivel que, de haber estado por allí la policía municipal, hubiese sido multado por incumplir las normas en cuanto a contaminación acústica.

Me quedé petrificado en una pose un tanto cómica, a medio camino de aposentarme en la silla. Mi compañero de mesa, que masticaba con alegría un sabroso bocado de hamburguesa, no pudo evitar reírse y lanzar algunas partículas de comida hacia mi necia persona. Tras ese ataque involuntario, cerró la boca como pudo y enmudeció para mirarme con cara de sorpresa.

Yo comencé a carcajearme en silencio al darme cuenta de que, al evaluar los posibles daños colaterales, no había contado con nuestro vecino africano que, por estar sentado en la esquina de su cubil, había pasado desapercibido a mis “radares”. No me atreví a mirar hacia él, pero mi querido amigo me dijo más tarde que también había pasado un rato hilarante al presenciar tan poco habitual espectáculo. Tal vez en su país de origen sean más tolerantes que en España con estas manifestaciones “diodenales”.

Gracias a Dios, las únicas víctimas de mi pútrida acción se tomaron con alegría el ataque, así que no tuve que asumir ninguna responsabilidad ni pedir disculpas a nadie (no hubiese podido aguantar la risa al pedirlas).

Cuando conseguimos calmar nuestro ataque de hilaridad, terminamos de comer y regresamos con renovado espíritu (en mi caso también renové mis entrañas) a nuestros puestos de trabajo. Para que luego digan que peerse es algo inaceptable.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Festejos luctuosos

Hace dos días que escribí en el blog, pero como sigo ocioso laboralmente, escribiré algo antes de ir a comer. Hoy toca hablar de Bin Laden (o como se escriba). El otro día lo mataron y vi imágenes de algunos estadounidenses celebrándolo en la calle. Reconozco que el malvado saudí no es alguien que me cayese simpático, es más, me resultaba detestable, casi tanto como los miles de desgraciados que hacían lo que él decía o que, sencillamente, se apuntaban a su “club”.

No sé si el mundo es más seguro sin ese degenerado que con él. Después de todo, ha tenido tiempo de sobra para esparcir su maligna semilla por el mundo. Tan famoso era el hombre que, incluso aunque ya no fuese un activo terrorista, la sola mención de su nombre podía hacer que más de un pobre diablo de esos a los que lavan (más bien ensucian) el cerebro, ardiese en deseos de reventar por su gran causa que, ahora que lo pienso, no tengo claro cuál era. ¿Qué pretendía? ¿Hacer que todo el mundo se convirtiera al Islam? ¿Llevarnos a todos, y todas, a vivir de nuevo de un modo medieval? ¡A saber!

Supongo que, como nos pasa a muchos, hacía lo único que sabía hacer. Lo malo es que su profesión era un tanto maligna. Creo que la mía, que en los últimos tiempos consiste en masajearme el escroto, es menos dañina que la de enviar a abnegados mártires a reventar en medio de gente que pasa por allí.

Ya me he enrollado sin ton ni son. Lo único que pretendía decir es que no entiendo como nadie puede sentir, cuando alguien muere, un gozo tal como para salir a pegar botes y corear sandeces en masa. Bin Laden era malo, muy malo, uno de los peores, pero no entiendo cómo su muerte puede generar en tantas personas el mismo sentimiento de gozo que la victoria de su equipo de fútbol en alguno de los múltiples campeonatos que hay en el mundo.

Particularmente me importa un pito que hayan matado a ese tipo, pero tengo que reconocer que no he sentido ningún gozo especial al conocer la noticia, básicamente me he quedado igual que antes de saberlo ¿Creéis que debo ir al psiquiatra? ¿O bastará con visitar al psicólogo?

lunes, 2 de mayo de 2011

Pippa y otras cosas

Esto es una indecencia. Han pasado más de dos meses desde que me dirigí a los pocos seguidores que me quedan. Mi carisma ha quedado a la altura del que decían que tenía Aznar. Ya no tengo ningún poder de convicción, aunque tal vez sea porque hace tiempo que no intento convencer a nadie de nada.

En febrero andaba yo un tanto ocioso, laboralmente hablando, pero tras tres semanas de aburrimiento alguien decidió que mis excelsas cualidades profesionales podrían servirle, así que estuve trabajando durante mes y medio. No fue un trabajo intenso ni agotador, básicamente tuve que redactar algunos documentos que, con gran probabilidad, no leerá casi nadie (pongo lo de “casi” por si acaso hay algún pobre diablo al que le sueltan ese mamotreto para que se entretenga). Inútil o no, por lo menos estuve entretenido haciendo ese trabajo.

Aquello terminó y he vuelto al ocio. Esta vez estoy ubicado en un lugar poblado de mindundis (como yo) y libre de grandes líderes, así que, aunque tampoco tengo “panda”, el ambiente parece un poco más grato. Pero no voy a contaros nuevos rollos laborales, creo que es mejor hablar de la boda de los Duques de Cambridge o de las próximas elecciones autonómicas y municipales.

Yo no vi la boda y, como yo, unos cuantos miles de personas que a esas horas estaban trabajando o, más probablemente, mareando la perdiz en sus centros laborales, tampoco pudieron disfrutar de tan absurdo espectáculo. No obstante, oí a alguien decir que una de cada tres personas en el mundo, había presenciado el enlace. La verdad es que no me cuadra semejante cifra, pero aquí todo el mundo da cifras para que su información parezca más seria, y lo peor es que consiguen engañar a muchos.

Sea como fuere, creo que Pippa Middleton iba guapísima y el príncipe Harry despeinado, como siempre. De Camila solo sé que llevaba un traje muy discreto con unos bordados dorados inaceptables. ¡Qué bonito es ver cómo se derrocha dinero a manos llenas para que la ciudadanía mundial sea feliz! Según la tesis de que uno de cada tres habitantes del planeta vio la boda, seguro que había varios cientos de millones que, a pesar de estar medio muertos de hambre, estaban disfrutando del espectáculo. Ya dijo alguien que no sólo de pan vive el hombre… La necedad parece que es bastante más alimenticia.

Cambio de tercio. Ayer vi un documental llamado “The inside job” que intenta explicar el porqué del desastre financiero que se desencadenó en Estados Unidos y afectó a casi todo el mundo. Como ocurre siempre, no tengo claro hasta qué punto puede uno creerse todo lo que cuentan, pero me resultó bastante convincente (soy fácil de engañar como bien sabe Kashuma). Eso de ver cómo los que llevaron a muchas de sus empresas (y a medio mundo) a la quiebra, luego han dido nombrados para dirigir diversas instituciones gubernamentales relacionadas con la economía, es algo que no me resulta nada extraño. Ver cómo los que le parecían bien a Bush, siguieron pareciéndole bien a Obama, tampoco me chirría, cuadra con mi idea de que nos toman el pelo de una manera descarada. Pero esto no ocurre sólo en Estados Unidos, en España y el resto de “los países de nuestro entorno” también ocurre.

Y, para terminar, dedicaré unas líneas a intentar manipularos para que votéis a Unión Progreso y Democracia. ¿Por qué? Pues está muy claro, porque son progresistas (ya sabéis que me convertí al progresismo hace un par de años) y, además, no tienen ninguna posibilidad de llegar al poder. A lo mejor así siguen defendiendo algunas cosas sensatas que defienden, como cambiar la ley electoral y devolver ciertas competencias autonómicas a la administración central.

Se acabó por hoy. A ver si recupero mi locuacidad y vuelvo a ser más regular en mis intervenciones bloguísticas.

martes, 22 de febrero de 2011

Distrayendo el ocio laboral

Por razones que no vienen al caso y que, además, nadie me ha aclarado, llevo una semana y pico viniendo a la sede central de mi gran empresa para sentarme frente a un ordenador y hacer lo que quiera, pero sin largarme de mi sitio (salvo para cumplir con las llamadas de la naturaleza que tenga a lo largo de la jornada). La situación no es buena y si los clientes no dan trabajo, los proveedores tienen dos posiblidades: despedir a los empleados que no pueden colocar o tenernos un tiempo “almacenados” por aquí hasta que aparezca alguien que nos necesite y que dé dinero por nosotros.

Es probable que exista un buen número de personas que envidien mi actual situación: no doy un palo al agua y me pagan el sueldo completo. Pero creo que incluso los que sueñen con esto, acabarían hartos en menos de una semana.

El ocio se lleva mal cuando tienes la obligación de pasarlo sentado en un sitio concreto y sin poder hacer nada que no sea accesible desde el ordenador que hay en la mesa (¡gracias a Dios tiene conexión a Internet!).

Estoy rodeado de personas a las que no conozco y que, como mucho, responden a mi saludo mañanero. Mi único nexo de unión con el resto de habitantes de esta sala es que la nómina la paga la misma empresa. No sé qué hacen unos y otros, ni ellos saben lo que hago yo (aunque seguro que sospechan que no hago nada). En el entorno laboral, los lazos amistosos se suelen crear cuando la gente trabaja en algo común o cuando uno tiene la suerte de sentarse junto a una persona afable de esas que son capaces de hacer amistad con cualquiera.

Mi “tarea” se desarrolla de modo aislado, y la gente con la que comparto mesa no es del tipo simpaticón (aunque a mi derecha se sienta un tipo gruñón que me cae muy bien). La sensación de soledad es total. Bueno, miento, la verdad es que mis antiguas compañeras me llaman por teléfono y me escriben correos con frecuencia ¡Qué haría yo sin ellas!

El ambiente por aquí es un tanto deprimente. No soy el único que parece aislado, yo diría que la mayoría de los que habitan esta zona trabajarían igual de bien, o de mal, en un despacho que les pusieran en Marte, sin nadie a su alrededor. No diré que la gente tenga que estar cotorreando con los de al lado a todas horas, pero lo que veo me resulta triste. Las únicas conversaciones animadas que oigo, se producen por teléfono. Parece que alguien haya hecho la distribución de las personas de modo que nadie esté junto a sus amigos. ¡Vaya mierda!

Ha llegado la hora de mi recreo. Me iré a la máquina de bollos a tomarme un bracito de gitano de marca Dulcesol para calmar mi hambre. Cuando estoy tomando mi bollito en soledad en medio de los ruidosos grupos que pueblan la cafetería, mi sensación de marginalidad se acrecienta enormemente (menos mal que, en el fondo, la marginalidad me gusta). A lo mejor hoy tengo suerte y me encuentro con alguien conocido (y simpático, porque si es un pesado procuraré darle esquinazo).

sábado, 5 de febrero de 2011

Azuzadores de masas

Hace unos días me enviaron un artículo de Jesús Sanz Astigarraga, que no sé quién es, pero, por su carácter chulesco e insultante (el del artículo), alguien se lo había endosado a Arturo Pérez Reverte, y así anda la cosa corriendo por la Red. Aprovecho para pedir disculpas a don Arturo porque le critiqué duramente por esas palabras que él no había escrito (ya me extrañaba a mí que pusiese como ejemplo de virtud intelectual a Saramago y a Chomsky).

Dicho eso, aquí tenéis una dirección en la que podéis encontrar el famoso artículo:

Extraigo unos párrafos del escrito para que sirvan de base a mis comentarios posteriores:

Tenéis una monarquía que se ha enriquecido en los últimos años, que apoya a los poderosos, a EEUU, a Marruecos y a todo lo que huela a poder o dinero, hereditaria como en la Edad Media ¿sois idiotas?

En Inglaterra o Francia o Italia o en Grecia o en otros países los trabajadores y los jóvenes se manifiestan hasta violentamente para defenderse de esas manipulaciones mientras en España no se mueve casi nadie ¿sois idiotas?

Consentís la censura en los medios de comunicación, la ley de partidos, la manipulación judicial, la tortura, la militarización de trabajadores sólo porque de momento no os afecta a vosotros ¿sois idiotas?

Posiblemente tenga razón en la descripción de la putrefacción imperante en tantos y tantos ámbitos de nuestra sociedad, pero lo que no aguanto es eso de incitar a la gente a manifestarse violentamente. Es posible que ciertas situaciones sean difícilmente resolubles sin usar la violencia, pero dudo que sacar a la masa a la calle con palos para romper escaparates y coches (que nunca pertenecen a los culpables de la mala situación por la que la gente se queja), solucione nada.

Me cansan estas personas que, aprovechando la tribuna que les brinda la radio, la televisión, Internet, su partido político o lo que sea, se empeñan en querer guiarnos hacia la salvación con consignas tan tontas como la de “salir a la calle”.

En un intercambio de pareceres que tuvimos durante nuestra jornada laboral (por correo electrónico para simular que trabajábamos duramente), alguien dijo que las revoluciones a veces son necesarias y que, cada uno tiene su papel en ellas: unos se encargan de abrir los ojos a los demás y otros se ocupan de ejercer esa convincente actividad que es la violencia.

Lo malo es que esos que “abren los ojos” a los demás, suelen estar tan ciegos, o más, que aquellos a los que guían, pero mientras los “guías” se quedan en la retaguardia, calentitos en casa escribiendo sus soflamas, sus fieles seguidores salen a la calle a hacer su papel de “carne de cañón”, a romper cabezas o a que se la rompan a ellos.

Actualmente hay mucha gente que está en una mala o muy mala situación, pero salir a la calle a montar follón no va a arreglar nada. ZP es un inepto, pero echarlo a patadas no va a servir (eso creo yo) para que la deuda que tiene España desaparezca al día siguiente, ni para que se creen cuatro millones de puestos de trabajo en un pispás. Si salimos a quemar las calles sólo conseguiremos una cosa: que las calles queden quemadas y que los que tengan las garrotas más contundentes y los músculos más desarrollados, se hagan los amos de la situación.

Si algo nos parece mal, digámoslo. Si los gobernantes nos parecen corruptos y putrefactos, demos ejemplo de seriedad y honradez en nuestro trabajo (el que lo tenga) y en el día a día. Si vemos que las administraciones públicas son nidos de derrochadores y corruptos, procuremos vivir sin gastar más de lo que tenemos y sin pretender que nos den duros a peseta. Si ese comportamiento se populariza, incluso la gente que se dedica a la política que, aunque no lo parezca, son personas normales, acabará ejercitándolo y conseguiremos arrinconar las corruptelas y vivir en un mundo ideal (me acaba de resonar en la cabeza esa bella canción de “La Bella y la Bestia”).

Aprovecho mi gran poder de comunicación para incitar a las masas a salir a la calle sólo para pasear y airearse, pero no para romper farolas o cabezas y, cómo dicen siempre desde la DGT en las operaciones salida: salgan escalonadamente, no se aglomeren, que cuanta más gente se junte en la calle a la vez, peor será.

sábado, 8 de enero de 2011

Delación y victimismo

Hace unos días experimenté el tremendo placer de tomar unas tapitas en un pequeño bar de barrio de esos que, hasta hace una semana, siempre estaban llenos de humo. Era el día de Reyes y éramos seis o siete los que allí estábamos, así que el gozo fue doble porque pudimos respirar y hablar sin humos ni ruidos circundantes.

Esta mañana he estado escuchando en Radio Nacional una tertulia en la que se hablaba sobre “los chivatos”. El tema, que pretendía tocarse de modo genérico, se ha centrado particularmente en chivarse de quien incumpla la nueva ley antitabaco. Yo pensaba que la posibilidad de denunciar cualquier cosa que uno estime que va contra la ley, ya existía, pero parece ser que uno sólo es un chivato cuando denuncia a quien incumple (según el criterio del denunciante) la nueva norma sobre el consumo del tabaco.

Durante estos días he llegado a oír comparaciones de la situación actual con la de las delaciones de algunos alemanes a sus conciudadanos judíos en la época de Hitler. Sé que la manera más eficaz de hacerse notar es la de exagerar (yo lo hago con frecuencia), pero ésta parece un tanto extrema. El victimismo me parece exagerado en una afirmación como esa.

No seré yo quien llame a la policía para denunciar a alguien que está fumando a menos de cien metros de un parque infantil ni, probablemente, a quien lo haga en un bar (tal vez le diga que no lo haga si es que me llega su humo, paso de meterme en más líos), pero si lo hace alguien a quien eso le parezca mal, estará en su derecho.

Hay quien defiende la capacidad de la sociedad de autoregularse (algunos de esos que se proclaman liberales), pero esa libertad, en el ámbito tabaquil, ya la tuvimos durante muchos, muchísimos años. ¿Y cómo se autoreguló la sociedad? Yo os lo diré:

1-Se fumaba en los institutos y en las universidades.

2-Se fumaba en los hospitales (incluso en las habitaciones de los enfermos).

3-Se fumaba en los cines, en los aviones, en los autobuses, en el Metro….

¿Dónde estaban los fumadores por la tolerancia en aquellos tiempos? ¿Quién se preocupaba de los que sólo queríamos vivir sin tener la ropa apestando a un humo que no era nuestro y nuestra bella cabellera limpia (yo tenía pelo por entonces)?

Lo más gracioso de todo es que, probablemente, la dictadura del tabaco la imponía una minoría humeante sobre una mayoría no fumadora. No tengo datos al respecto, pero yo diría que los fumadores, aunque numerosos, nunca han llegado al 50% de la población.

Con la ley anterior yo ya estaba contento. Eso sí, mis visitas a los bares eran escasas y, en ocasiones, dada la exagerada densidad de humo del local, mi entrada y mi salida del establecimiento ocurrían en el mismo minuto.

Hasta ahora los no fumadores que, como es bien sabido, somos mayoritariamente unos intolerantes de tomo y lomo (cuando no unos fascistas), acudíamos a los bares con nuestros amigos fumadores, y pasábamos allí buenos ratos de charleta con ellos sin recriminarles su humeante afición, o recriminándosela sin que, en general, tuviesen el detalle de apagar su cigarro ¡Total, el ambiente ya estaba tan cargado que un cigarro más no marcaría diferencia alguna!

Ahora son nuestros amigos fumadores los que tienen que aguantar sin fumar para poder tener un rato de amena charla. ¿Es peor esto que aquello? Es obvio que para mí es mejor, pero comprendo que para ellos sea peor. ¿Somos peores nosotros ahora que ellos antes? Yo diría que no, pero algunos han decidido que se les somete a una terrible persecución. Hace veinte años los no fumadores no éramos perseguidos, sencillamente estábamos rodeados ¿Era eso más aceptable?

Necesitamos normas que regulen nuestro comportamiento público porque, por muy civilizados que nos creamos, la realidad es que, básicamente, somos unos egoístas y lo que nos parece bien a nosotros, pensamos que a los demás tendría que parecerles igualmente acertado.

En ausencia de normas siempre hay quien sabe comportarse educada y correctamente con los demás, privándose de llevar a cabo comportamientos que puedan molestar a otros (ir a 100 Km/h por una calle de Madrid, mear en un portal, fumar o expeler ventosidades en un lugar cerrado en el que hay más gente, gritar en público, incordiar con tonterías a quien está trabajando…), pero otros no somos tan majetes y necesitamos de la amenaza de una multa para comportarnos adecuadamente. Es una pena que así tenga que ser, pero me temo que no queda más remedio de vez en cuando.

Algunos dicen que esta es una ley anti-fumadores, pero realmente es una ley de defensa del no fumador. Hay cosas que es mejor poner en positivo. Yo no tengo inconveniente en que la gente fume si quiere, sólo pido que lo hagan lejos de mí ¿Es eso tan grave?

Sé que parece ridículo incitar a la gente a no fumar y seguir llenando las arcas estatales con los impuestos del tabaco que gestiona ese mismo estado, pero a pesar de la contradicción y flagrante hipocresía yo estoy contento porque ahora no me dará tanta pereza quedar con alguien para comer o pasar un rato en un bar o restaurante.

¡VIVA LEIRE PAJÍN!