sábado, 26 de mayo de 2007

Reflexiones sobre la jornada de reflexión



Hoy es día de reflexión, y tal cosa me mueve a preguntarme qué sentido tiene semejante jornada. He visto en mi blog progresista favorito (Madrid Progresista)que su autor es rigurosamente cumplidor de la ley electoral. Yo, que soy bastante más ignorante en casi todos los aspectos, ni he leído la mencionada ley ni tengo intención de hacerlo, pero lo que sí me apetece es plantear aquí los límites de esa norma de no hacer campaña en este “sagrado” día.

¿De verdad alguien cree que porque yo pida hoy el voto para Esperanza Aguirre o Gallardón soy reo de condena? ¿Qué diferencia habría si hubiese pedido ayer el voto en estas páginas y hoy no hubiese escrito nada? ¿Acaso el lector, casual o habitual, no se encontraría de lleno con mi soflama electoral al acceder hoy a mi famoso blog? (hay lectores de Libertad Diodenal en todo el mundo ¡qué gran responsabilidad!).

Esta manía que tienen algunos de sacralizar las normas hasta límites insospechados lleva a situaciones tan absurdas como la que, hace años, viví yo en una piscina pública de Madrid.

Como tal vez sepan los aficionados a la natación, en las piscinas cubiertas de este municipio es obligatorio llevar gorro de baño para poder hacer unos largos. Pues bien, como también sabrán los que me conocen o los que han visto la foto que adorna mis artículos, el vello que corona mi cráneo es tan escaso como la hierba en el Sáhara, razón por la cual me aventuré a lanzarme al agua sin ponerme aquel caparazón de goma (es una más de las ventajas que yo suponía que tenía la calvicie). El caso es que, cuando terminé de hacer mi segundo largo (notando en mi cuero cabelludo la gozosa humedad del agua), en la orilla me esperaba el “vigilante de la playa” con un gorrito en la mano ofreciéndomelo para que me lo pusiera "en cumplimiento de la normativa vigente que obliga a todos los bañistas a utilizar ese complemento higiénico".

Yo, como soy una persona muy simpática, ante un ofrecimiento tan cordial y teniendo en cuenta que me regalaba el gorrito de baño, lo cogí con alegría y, señalando mis pobladas axilas dije al socorrista: “Y aquí que me pongo”. A lo que el eficiente funcionario respondió con una sonrisa y un encogimiento de hombros muy expresivo.

Sirva este ejemplo para ilustrar la necedad humana y la inquebrantable fe en la bondad de las leyes que algunas personas tienen (con la mejor intención en muchas ocasiones). Leyes que, sin duda, tienen una razón de ser y un ámbito de cumplimiento ineludible y sensato, pero que también deben contar para su aplicación con la dosis pertinente de sentido común, de modo que no se llegue al ridículo que se llegó conmigo al pedir a un calvo que se pusiese un gorro de baño o a la bobada de no pedir hoy el voto para un partido determinado en una charla amistosa o en un blog como este por estar en el día de reflexión.

Y tras estas cavilaciones, doy por bien empleada esta importante jornada democrática (me gusta decir frases huecas como a los políticos).

Votad a quien os plazca, pero mejor si lo hacéis a E.A. como presidenta de Madrid y a A.R.G. para el Ayuntamiento de la capital (espero que al escribir sólo las siglas de los nombres de los candidatos no haya violado la jornada de reflexión).

domingo, 20 de mayo de 2007

Mensaje electoral

¡Qué emoción! El día 27 votaremos “todos y todas” a nuestros representantes municipales y autonómicos. La verdad es que no sé por qué he dicho “todos y todas”, además de ser una estupidez ese desdoblamiento “igualitario”, seguro que hay mucha gente que no tiene la más mínima intención de acudir a depositar sus papeletas en las urnas. Por ahí hay quien se empeña en decir que votar es, además de un derecho, un deber, pero, hasta donde yo sé, creo que en España aún no multan ni condenan a nadie por no ejercer ese derecho (en Perú, por ejemplo, creo que sí hay sanción para quien no vota ¡VIVA LA DEMOCRACIA OBLIGATORIA!).

Comprendo perfectamente a quienes deciden no votar. Tras presenciar el debate (o lo que quiera que fuese aquello) entre los tres principales candidatos a la alcaldía de Madrid, no me extraña que haya quien prefiera no depositar su confianza en ninguno de ellos. En cualquier caso, tengo que reconocer que el que tuvo la actuación más atrayente para un amante de la telebasura como yo, fue, sin duda, el señor Don Miguel Sebastián. ¡Qué capacidad para lanzar mensajes “trascendentales”! ¡Qué “precisión” a la hora de exponer su programa! ¡Qué gran exclusiva sobre las “corruptelas” de Gallardón!

Me apenó ver cómo a Don Ángel Pérez no le hacía caso ninguno de los otros debatientes. Creo que le enviaré una carta invitándole a participar en ese blog marginal en el que hacemos lo mismo que en ese debate: decir lo que nos place, tenga, o no, relación con lo que haya dicho otro.

Como aún no ha llegado la jornada de reflexión (invento absurdo y culminación de la necedad política), aprovecharé para hacer campaña a favor de Gallardón el Faraón. Es probable que sea un megalómano y que haya multiplicado por mil el número de puestos de confianza (enchufados) en el Ayuntamiento, también es probable que muchas de las zonas de parquímetro que ha creado, no tengan sentido, incluso es posible que haya endeudado a Madrid hasta extremos exagerados, pero lo que tengo claro es que, por lo menos, es una persona bajo cuyo mandato se han hecho cosas buenas en Madrid. Yo soy beneficiario directo del famoso Anillo Verde y me gusta. También me hace feliz ver cómo se ha ampliado la red del Metro para llegar un montón de sitios en los que era necesario. Probablemente se hayan hecho también muchas sandeces, pero como soy un fascista tendencioso, dejaré que sean los progresistas (en este blog todos tienen cabida) los que glosen las barrabasadas gallardonistas.

¡VOTA GALLARDÓN!

Durante esta nueva legislatura conseguiremos que Madrid tenga una pirámide para poder agasajar a nuestro amado alcalde con un entierro digno cuando le llegue su hora (quiera Dios que sea dentro de muchos años).

¡LARGA VIDA AL FARAÓN!

¡NO VOTES A MIGUEL SEBASTIÁN!

P.D.- Se me ha contagiado la manía de los dos candidatos antes mencionados de ningunear a Ángel Pérez. Don Ángel, no se apure usted, sepa que la marginalidad es la mejor situación en la que se puede estar. Los seres marginales somos queridos (a la vez que ignorados) por el resto del mundo. ¿Y no es mejor eso que ser denostados?

sábado, 12 de mayo de 2007

¿Por qué vivimos asustados?


Hoy, al pasar frente a un colegio de mi antiguo barrio, me he fijado en que han duplicado la altura de las vallas del mismo y, al verlo, me he preguntado cuál podrá ser la razón de que, cuanto más nos golpetean con la idea de la libertad (o “libertaz” ), el estado de derecho, la igualdad, el estado del bienestar y todas esas zarandajas, más asustados vivimos.

No digo que ahora se viva peor que hace treinta años, no, pero sí que digo que vivimos más asustados. Pondré un ejemplo:

Cuando yo no tenía mucho más de nueve años y mi hermano no más de once, vivíamos cerca del Paseo de Extremadura, a un kilómetro y pico de la Casa de Campo y a un par de ellos de la Puerta del Sol. Pues bien, los dos teníamos permiso para irnos a pasear a la Casa de Campo, donde nos colábamos sin pudor en cuanta feria hubiese en los salones del IFEMA que allí había (aún existen hoy en día). También íbamos con gozo a inspeccionar trincheras de la Guerra Civil que hay por allí (no sé si seguirán existiendo). Tampoco nos ponían trabas para ir a la Plaza Mayor andando y perdernos entre la multitud que por allí pasea en Navidad (o en cualquier otra época). Semejante libertad la veo imposible para mis sobrinos, incluso para los que superan esas edades que he mencionado. Los padres llevan y recogen a sus hijos en el colegio hasta avanzadas edades, si salen a la calle tiene que ser para estar en el patio vallado de la comunidad vecinal, si van en bici no deben alejarse más de tres manzanas y, por supuesto, nada de bajar de la acera para pedalear por el asfalto.

No sé si el problema es que ahora hay más delincuencia que antes (probablemente así sea) o que ahora nos cuentan demasiadas desgracias a todas horas y las asimilamos de un modo tal que nos convertimos nosotros mismos en transmisores de ese miedo a todos los que nos rodean.

Si ahora vivimos mejor ¿Por qué hay más inseguridad? ¿Tal vez porque hay más desigualdades (unos vivimos muy bien y otros muy mal? ¿Quizá porque los delitos salen muy baratos en cuanto a condena y sale rentable delinquir? ¿No hay tanta inseguridad como creemos pero nos incitan a creerlo para tenernos más controlados?

Si alguien sabe la respuesta, que la diga en el acto.

P.D.- Como últimamente no hablo de política, para que quede constancia de que sigo siendo un fascista redomado, anunciaré ahora mismo que pienso votar a Gallardón y a Esperanza Aguirre.

domingo, 6 de mayo de 2007

Nuevas formas de molestar con el móvil

Como habréis notado, últimamente no suelo hablar del gobierno más que de pasada. No tengo claro si lo hago porque ya no sé qué decir de ZP que no se haya dicho ya o porque me estoy volviendo progresista (espero que sea por lo primero).

Hoy voy a contaros algo que seguro que os importa un pito, pero como hay que renovar el blog, lo contaré.

El lunes pasado (día de puente para muchos madrileños), cogí el Metro a eso de las 6:50 de la mañana como hago siempre (soy una especie de autómata para estas cosas). Entré en el vagón habitual y, al ver que no había sitio, me apoyé donde pude para proceder a la lectura de mis textos esotéricos (me divierten esas cosas). El caso es que, cuando me disponía a comenzar mi lectura noté que había un personaje que, mientras echaba un sueñecito se arrullaba con la melodía procedente de su teléfono móvil. El hombre parecía gozoso con la cabeza apoyada sobre el altavoz del teléfono que, a su vez, sujetaba con la mano derecha (el sonido era infame).

A esas horas tempranas os aseguro que no suele oírse una mosca en el vagón, tanto es así que yo me cuido mucho de no dejar escapar ninguna de mis famosas ventosidades por miedo a ser identificado por el resto de los viajeros. El caso es que la melodía arabesca (supongo que el ruidoso durmiente procedía de algún país árabe) llenaba el ambiente de un modo insoportable. Yo, con el estoicismo que caracteriza a los corredores de fondo, aguardé pacientemente hasta que la melodía terminase, cosa que ocurrió en un par de minutos. Se hizo el silencio de nuevo y la tranquilidad reinó otra vez, pero cuando me disponía a emprender la lectura que aún no había podido iniciar, vi con horror cómo el adormecido viajero abría un ojo para manipular su teléfono y encontrar otra melodía con la que “deleitarnos”. ¡Dios mío!, pensé yo, ¿Cómo puede haber gente así? Y, ni corto ni perezoso, me apresuré a cambiar de vagón en la siguiente estación y proseguir mi viaje con la tranquilidad debida.

Pero aquí no acaban mis peripecias de ese día. Tras mi dura jornada laboral (quienes me conocen saben que últimamente soy un trabajador entregado a mis tareas profesionales), cogí el Metro para volver a mi casita con la alegría de quien sabe que le esperan dos días festivos por delante (el uno y el dos de Mayo). En esta ocasión pude asentar mis glúteos en un asiento libre, con lo que el adormecimiento estaba asegurado. Comencé mi lectura, que no pasó de la primera página porque el sopor me invadió enseguida. El caso es que, mientras luchaba por seguir leyendo y no caer derrotado en brazos de Morfeo, comencé a oír un sonido rítmico y altamente distorsionado que, al pronto, no supe si provenía de mi ensoñación o del mundo físico circundante. El caso es que tan desagradable sonido me hizo vencer a Morfeo y regresar a este mundo tridimensional para contemplar con horror como una mujer había depositado su teléfono móvil en el bolsillo superior de su cazadora con el altavoz enfocado a mi triste persona mientras hacía sonar una infame melodía gitana y ella canturreaba (a menor volumen que su infernal teléfono) y movía los pies siguiendo el ritmo. No creo que sea necesario decir que la mujer que tan gozosamente exhibía sus gustos musicales, era gitana (seguro que alguien me tilda de racista por comentar este detalle, pero lo hago en aras de detallar la historia al máximo).

Nuevamente esperé con paciencia (ya me quedaba poca) a que finalizase la tortura, cosa que ocurrió al poco rato, pero nuevamente pude contemplar horrorizado como la “simpática” dama, sacaba el teléfono de su bolsillo y operaba en él para seguir haciéndonos gozar con una nueva melodía “étnica”. Estuve a punto de lanzarme a dialogar con la insoportable señora, pero dado el bajísimo nivel de mis reservas de paciencia, opté por levantarme de mi cómodo asiento e irme a aposentar contra alguna pared ubicada lejos de las ondas sonoras emitidas por el teléfono.

¿Tendrán algún significado esotérico estas coincidencias? ¿Qué placer pueden sentir estas personas en regalarnos su música sin que se lo pidamos? ¿Será que no se dan cuenta de que en este mundo puede haber gente que no goce con lo que ellos gozan? ¿Será que los demás somos invisibles e imperceptibles para ellos? ¿Será que hacen lo que les da la gana porque saben que nadie les va a decir ni media? ¿Será una táctica para conseguir asiento? ¿Qué será, será?