sábado, 29 de diciembre de 2007

Adiós al 2007

Un año más termina y otro empieza ¡Qué emoción! Recuerdo que hace tiempo (no mucho) me hacía mucha ilusión estar atento a los dígitos del año de mi reloj digital para ver como cambiaba a las doce de la noche del día 31 de Diciembre. Los que seáis tan paletos como yo y prefiráis los feos, pero funcionales, relojes digitales Casio a los bellos relojes de manecillas, me comprenderéis, después de todo los dígitos del año sólo cambian una vez cada 365 días.

Valga esta absurda introducción como inicio de mi sarta de sandeces para hoy. No he mirado lo que escribí por estas fechas hace un año y hace dos (¡se va haciendo mayor este blog!), pero si alguien lo comprueba, es altamente probable que me repita ¿Os habéis fijado en lo mucho que nos repetimos los seres humanos? Somos especialistas en decir las mismas cosas en circunstancias semejantes ¡Qué poco originales!

Seguramente hablé de los propósitos para el nuevo año que hacen muchas personas (propósitos que suelen quedarse en eso) o de la carrera de fin de año, la Sansilvestre Vallecana, en la que participo desde hace ya un buen número de años sin haber conseguido jamás hacerme con un puesto en el podium. Cada vez va más gente a esa carrera. Lo que no sé es si eso significa que se incrementa el número de aficionados a la carrera pedestre o que cada vez se hace mejor publicidad del evento (me inclino por lo segundo). El caso es hacer algo especial en ese día por una razón tan tonta como que se termina un año y empieza otro.

No sé qué fundamento tienen esas teorías sobre el inconsciente colectivo, pero lo cierto es que hay algo que hace que una gran mayoría de personas se sienta necesitada de hacer cosas especiales el día 31 de Diciembre. Lo que también es verdad es que muchas personas piensan que hacer algo especial es quedarse viendo los especiales de fin de año que ponen en casi todas las cadenas de televisión. Yo mismo he hecho tal cosa en más de una ocasión (después de correr la Sansilvestre, así que yo hice dos cosas especiales en tan “mágica” noche).

Y ahora insto a los sufridos lectores a hacer su resumen del año que termina y a expresar sus deseos para el que comienza (no es necesario que diga, pero lo haré, que también podéis decir sandeces ajenas a este tema).

Felicidades para todos y todas (este final está dedicado a los progresistas que nos leen).

jueves, 13 de diciembre de 2007

¡Por fin tengo antibióticos!

El día cuatro de este festivo mes de Diciembre comencé a sentirme indispuesto mientras me entregaba en cuerpo y alma a mis duras tareas laborales. El día cinco me vi obligado a permanecer en mi hogar porque no pude reunir la suficiente presencia de ánimo (me gusta esta tonta expresión) como para acudir a mi puesto para desempeñar con la suficiente dignidad mis trascendentales tareas.

Desde ese día hasta la fecha (día 13 de Diciembre), he ido al médico un total de cuatro veces y ayer incluso me hicieron una radiografía para que mi doctora pudiese constatar hoy que mis pulmones no están demasiado deteriorados.

Lo que comenzó siendo un malestar general ha terminado como una afección bronquial que me hace toser más de la cuenta y me provoca agujetas de tanto mover el cuerpo espasmódicamente.

Estuve de baja el jueves y viernes pasado, volví a trabajar de lunes a miércoles y ayer, tras un desagradable espectáculo de toses y esputos en mi puesto de trabajo, me volvieron a dar la baja.

En estas cuatro visitas al médico me han recetado dos jarabes, unos analgésicos, un inhalador de codeína, un mucolítico, unos antihistamínicos y, finalmente, unos antibióticos.

Aún no sé si los maravillosos antibióticos operarán el efecto deseado contra mis males (yo tengo grandes esperanzas de que lo hagan), pero sí que he podido comprobar lo diferentes que son las cosas ahora con respecto a cuando yo era un tierno infante (allá por los años setenta). Recuerdo que en aquella remota época, en cuanto teníamos un poco de fiebre, venía a casa nuestro médico de cabecera (era un señor mayor, calvo y con bigote) y nos recetaba un lote de inyecciones de antibiótico que nos ponía nuestra simpática tía Felisa (algún día contaré una anécdota flatulenta relativa a una inyección que me quiso poner mi tía).

Hemos pasado de los antibióticos para todo a la táctica de probar todo tipo de medicamentos antes de recetar esas poderosas sustancias. Ciertamente yo soy un ignorante y no sé nada de medicina, pero la retahíla de medicamentos que me he estado metiendo entre pecho y espalda sin eficacia alguna (yo no la he notado) ¿de qué habrá servido? ¿No habrá deteriorado un poco más mi maltrecha salud?

Es tan bonito como inútil hacer futuribles y fabular con lo que habría pasado si en lugar de una cosa hubiésemos hecho otra, así que, como a mí me gusta hacer cosas absurdas, diré que es probable que si me hubiesen recetado los antibióticos el primer día que fui al médico, tal vez me hubiese recuperado del todo el viernes pasado. Si tal hubiese sido el caso, esta semana habría ido a trabajar en plenitud de facultades en lugar de hacerlo como un cadáver viviente (y tosedor). La Seguridad Social se habría ahorrado estos dos nuevos días de baja y mi empresa habría contado con mi insustituible presencia en estas entrañables fechas en las que falta tanta gente.

Pero todo esto, como bien sabemos, no lo puedo demostrar, así que me limitaré a comprobar lo que pasa a partir de ahora cuando me tome esas mágicas pastillas antibióticas (¡qué gusto que ya no se pongan inyecciones!).
P.D.- ¡Las cosas que hay que contar cuando no se sabe de qué hablar!

sábado, 1 de diciembre de 2007

El paripé gana a la eficacia



Hace unos días una amiga y compañera de trabajo me comentó airada (pero sonriente) que había leído el artículo ¿Se cobra menos por ser mujer? publicado en este importante blog y que no estaba de acuerdo con lo que se decía en él. Su experiencia le había hecho comprender que, de modo general, se tendía a infravalorar a las mujeres casadas y/o con hijos.

Lo que ella me contó es cierto, pero yo pienso que no se infravalora laboralmente a la mujer por ser mujer sino por no querer (en mayor grado que el hombre) meterse en la rueda del paripé, por negarse a aceptar horarios absurdos para llevar a cabo tareas que pueden llevarse a cabo en mucho menos tiempo, por defender la eficacia frente a la apariencia, por querer compaginar la vida laboral y la personal.

Yo diría que, tanto si se es hombre como si se es mujer, el que sea crítico con la estupidez instaurada en el mundo laboral y no anteponga su “carrera profesional” (siempre me ha sonado ridícula esta expresión) al resto de cosas que tengan importancia en su vida, no será valorado (salvo raras excepciones) en su empresa.

Yo, como mi compañera, sé que hay quien es capaz de ser mucho más productivo durante siete horas que otros que dilatan su horario a lo largo de nueve o diez que se aderezan con multitud de paradas para tomar café y fumar cigarros, con desayunos de cuarenta minutos o incluso dos horas (yo los he presenciado y los presencio cada semana) y con paseos de aquí para allá con papeles bajo el brazo para aparentar “estar muy liados”.

Es triste que finalmente se promocione a esa gente en detrimento de las madres (y padres, que son menos, pero también los hay) que reducen su jornada a siete horas (y su sueldo) pero que, en general, son más eficaces que la panda de “paripeitors” que pululan por ahí.

Tampoco vamos a decir que todas las personas que se acogen a jornada reducida son eficacísimas y que todos los que no lo hacemos somos unos caraduras. De todo hay en todos lados. Lo que sería deseable es que se valorara a la gente por su profesionalidad real, no por la aparente. Si una persona tiene jornada reducida pero trabaja bien, debería estar mejor valorada que una persona que está en su lugar de trabajo nueve o diez horas pero no da ni golpe (siempre y cuando su nulo esfuerzo sea responsabilidad suya y no resultado de la habitual desorganización que hace que a unos se les encomienden multitud de tareas y a otros se los ignore).

El problema de estas situaciones supongo que radica en que los encargados de hacer las subidas salariales suelen ser personas que no tienen ni idea de cómo trabaja aquel a quien tienen que incrementar o congelar el sueldo y acaban equiparando jornada reducida con falta de compromiso laboral mientras identifican la dilatación del horario con profesionalidad indiscutible. ¡Son tontos! ¡Qué le vamos a hacer! El caso es que esos tontos acaban encumbrando a otros tan necios, o más, que ellos y la bola de estupidez crece y crece.

Me temo que el paripé va ganando la batalla a la eficacia y esto sólo tendrá solución si nos unimos a Chávez en su Revolución Bolivariana.

¡VIVA LA REVOLUCIÓN!
¡ABAJO EL PARIPÉ!