Regalar un par de bombillas de bajo consumo y reducir la velocidad máxima en los accesos a las grandes ciudades. Estas son las medidas del plan de ahorro energético que los medios de comunicación (los que he leído y oído yo, claro) se han encargado de airear con intensidad. Supongo que su plan no se reducirá a esas dos cosillas, pero como esas son las que conozco, me dispongo a opinar sobre ellas.
Lo de regalar dos bombillas de bajo consumo me parece tan estúpido como esas propuestas que hace alguien cada cierto tiempo (probablemente con la mejor de las intenciones) para que todo el mundo apague la luz a la misma hora del mismo día durante cinco minutos. Eso, básicamente, lo único que consigue es que ahorremos cinco minutos de energía porque, tras ese apagón, la gente sigue dejando encendidas todas las lámparas de la casa, subiendo en ascensor al primer piso (o al bajo, que hay gente para todo), encendiendo el aire acondicionado porque es verano en lugar de porque hace calor o poniendo en marcha la calefacción a partir de la entrada oficial del invierno aunque no haga frío.
Con lo de las bombillas se ahorraría algo si la gente las pusiera para sustituir los halógenos que a casi todo el mundo le gusta usar y que, a pesar de su alta potencia (supongo que también los habrá de baja potencia, pero me apetece suponer que la gente es derrochadora), iluminan sólo una pequeña zona circular bajo ellos porque, por alguna razón que se me escapa, casi siempre están incrustados en el techo en lugar de estar colgando de él para que los rayos de luz fluyan esféricamente en lugar de en un miserable cono luminoso.
La reducción de la velocidad en las entradas a las ciudades es probable que sirva para ahorrar algo, pero me temo que eso sólo sería durante los fines de semana y las horas en las que entran cuatro gatos, porque el resto del tiempo se circula a velocidades tan lentas que es difícil reducirlas más.
No sé cómo hacen los cálculos de ahorro, pero me temo que, como pasará casi siempre, viajan a los Mundos de Yupi y allí, que es un lugar en el que todo es maravilloso y donde la realidad es la que cada cual quiere que sea, es donde hacen sus estudios. Lo malo es que los resultados obtenidos en esa bellísima realidad ficticia, se empeñan en extrapolarlos a este mundo en el que las cosas no son tan simples como las mentes de nuestros queridos “expertos”.
Para comenzar a ahorrar se me ocurre que nuestros altos cargos públicos dejen de hacer tantos viajes de aquí para allá, en coche o en avión y que utilicen eso tan maravilloso y tan barato que es la vídeo-conferencia. No tengo ni idea de lo que se ahorraría con eso, pero teniendo en cuenta que, de hacerse las cosas así, podría prescindirse de casi todo el parque de coches oficiales (que además son de alta cilindrada y consumen una barbaridad) y de multitud de desplazamientos en avión y de las respectivas estancias en hoteles caros, seguro que se ahorraría un buen montón. Si por mí fuera, se acabarían los viajes oficiales y todas esas reuniones inútiles que se mantienen en cualquier país a cuento de cualquier memez o cosa seria. Que comiencen por dar ejemplo nuestros queridos líderes y tal vez así nos convenzan para que seamos más ahorrativos, no en vano los hechos convencen mucho más que las palabras.
Lo de regalar dos bombillas de bajo consumo me parece tan estúpido como esas propuestas que hace alguien cada cierto tiempo (probablemente con la mejor de las intenciones) para que todo el mundo apague la luz a la misma hora del mismo día durante cinco minutos. Eso, básicamente, lo único que consigue es que ahorremos cinco minutos de energía porque, tras ese apagón, la gente sigue dejando encendidas todas las lámparas de la casa, subiendo en ascensor al primer piso (o al bajo, que hay gente para todo), encendiendo el aire acondicionado porque es verano en lugar de porque hace calor o poniendo en marcha la calefacción a partir de la entrada oficial del invierno aunque no haga frío.
Con lo de las bombillas se ahorraría algo si la gente las pusiera para sustituir los halógenos que a casi todo el mundo le gusta usar y que, a pesar de su alta potencia (supongo que también los habrá de baja potencia, pero me apetece suponer que la gente es derrochadora), iluminan sólo una pequeña zona circular bajo ellos porque, por alguna razón que se me escapa, casi siempre están incrustados en el techo en lugar de estar colgando de él para que los rayos de luz fluyan esféricamente en lugar de en un miserable cono luminoso.
La reducción de la velocidad en las entradas a las ciudades es probable que sirva para ahorrar algo, pero me temo que eso sólo sería durante los fines de semana y las horas en las que entran cuatro gatos, porque el resto del tiempo se circula a velocidades tan lentas que es difícil reducirlas más.
No sé cómo hacen los cálculos de ahorro, pero me temo que, como pasará casi siempre, viajan a los Mundos de Yupi y allí, que es un lugar en el que todo es maravilloso y donde la realidad es la que cada cual quiere que sea, es donde hacen sus estudios. Lo malo es que los resultados obtenidos en esa bellísima realidad ficticia, se empeñan en extrapolarlos a este mundo en el que las cosas no son tan simples como las mentes de nuestros queridos “expertos”.
Para comenzar a ahorrar se me ocurre que nuestros altos cargos públicos dejen de hacer tantos viajes de aquí para allá, en coche o en avión y que utilicen eso tan maravilloso y tan barato que es la vídeo-conferencia. No tengo ni idea de lo que se ahorraría con eso, pero teniendo en cuenta que, de hacerse las cosas así, podría prescindirse de casi todo el parque de coches oficiales (que además son de alta cilindrada y consumen una barbaridad) y de multitud de desplazamientos en avión y de las respectivas estancias en hoteles caros, seguro que se ahorraría un buen montón. Si por mí fuera, se acabarían los viajes oficiales y todas esas reuniones inútiles que se mantienen en cualquier país a cuento de cualquier memez o cosa seria. Que comiencen por dar ejemplo nuestros queridos líderes y tal vez así nos convenzan para que seamos más ahorrativos, no en vano los hechos convencen mucho más que las palabras.