sábado, 28 de marzo de 2009

La Hora del Planeta (¡qué bobada!)



Como sospecharéis los que me conocéis, no escribo mi artículo de hoy para apoyar esto que con tanta rimbombancia se ha llamado La Hora del Planeta. Escribo para sembrar un poco de crispación al respecto (los progresistas que leen mi blog debían de estar ya cansados de tan poca actividad polemista).

Se nos propone con gran aparato publicitario sumarnos a algo que a mí me parece una tremenda sandez a escala mundial: Apagar los aparatos eléctricos durante una hora. En la web earthhourus.org se dice lo siguiente:

El 28 de marzo, 2009 a las 8:30 pm, hora local, WWF, la organización mundial de conservación conocida en los Estados Unidos como World Wildlife Fund, le pide a individuos, empresas, gobiernos y organizaciones alrededor del mundo que apaguen sus luces durante una hora, La Hora del Planeta, para demostrar su preocupación por el cambio climático y demostrar su compromiso para encontrar soluciones. Apaga la luz. Actúa.

¿Qué es eso de mostrar nuestra preocupación por el cambio climático y demostrar nuestro compromiso para encontrar soluciones? Yo diría que lo que tendría interés no sería un absurdo apagón de una hora sino un comportamiento sensato en cuanto al uso de la energía durante todos los días del año.

Estoy convencido de que habrá millones de personas alrededor del mundo que, tal vez con su mejor intención, apaguen las luces e incluso sus marcapasos (si los tienen) para mostrar su preocupación por el medio ambiente pero, pasada la hora, volverán a tener todas las luces de casa encendidas y cogerán el coche hasta para ir al Ahorramás que tienen a cien metros de casa.

Me ponen nervioso estas manifestaciones paletas de compromiso con grandiosas causas que sólo duran una hora o cinco minutos. Pero no todo es inútil y paleto en estas iniciativas, la verdad es que tienen una utilidad innegable que no es otra que la de proporcionar a montones de programas televisivos y radiofónicos, así como a medios escritos (como este blog), un excelente tema de debate para llenar muchos minutos que, de no existir esta excusa, tendrían que ser rellenados con otros temas de menor tirón.

¿Y por qué este tema tiene tirón? Pues básicamente porque, como es algo que se hace por el bien del planeta (supuestamente), nadie puede negarse a apoyar (salvo yo, claro), por lo que hay montones de famosos y famosetes que graban su vídeo de exhortación a participar en tan trascendental actividad (aquí tenéis el de Alejandro Sanz) y, claro está, los fans de tan grandes personajes secundarán la petición de sus ídolos sin plantearse la bondad y utilidad de la misma (si Camilo Sesto me lo pidiese, yo también me uniría al apagón).

Lo único bueno que puede aportar este tipo de campañas es que, como llegan a todo el mundo (¡mira que son pesados!), a lo mejor consiguen que alguna persona que no sabe que teniendo todas las luces de casa encendidas todo el día gasta mucho (y lo paga), se dé cuenta de ello y, a partir de este fastuoso evento mundial, medite sobre su deleznable comportamiento y decida convertirse a la religión del ahorro.

sábado, 7 de marzo de 2009

El traje nuevo del emperador

Nos encanta engañarnos a nosotros mismos. Me da la impresión de que hay poca gente que sea capaz de decir la verdad de lo que piensa sobre cada cosa que se le plantea. Unas veces mentimos con la clara intención de engañar a otros, otras porque nos aterra que piensen que tenemos ideas diferentes a los demás y otras por no llevar la contraria a algún personaje al que tememos (habitualmente algún cretino que ostenta algún tipo de poder).

En el trabajo estoy cansado de ver cómo la gente, en privado, reconoce la inutilidad de montones de cosas que algún “listo” ha decidido que debemos hacer para “mejorar la calidad de nuestro trabajo” pero, cuando están frente a la persona que debería saber la verdad sobre la pérdida de tiempo y dinero que conllevan tan absurdas prácticas, nadie se atreve a abrir el pico. O callan o mienten cuando el gran líder pregunta sobre la eficacia de tan nefasta normativa: “Todo es perfecto, Don Antonio. Vamos por el buen camino”.

Comprendo que hay ciertos personajes cuyo carácter odioso y prepotente incita a sus súbditos a procurar no contrariarlos, pero lo que no entiendo es que haya tanta gente que, además de ocultar la realidad a sus jefes, se empeñe en intentar convencer a sus compañeros y subordinados de la veracidad de aquello que saben a ciencia cierta que es falso.

Luego va uno (ese soy yo) con su mejor intención y su mayor cabreo a explicar a todo el que se pone a tiro cuán absurdas son ciertas cosas y por qué lo son, y la respuesta más habitual que le dan (probablemente con su mejor intención) es: “Tienes razón, pero procura no ir diciendo eso por ahí”.

Cuando uno pregunta, ingenuamente, por la razón de tal pertinacia en aplicar normas que no sirven para nada (para nada bueno, se entiende), siempre hay alguien que sentencia: “Lo mandan desde arriba”. Y se quedan tan panchos unas veces y tan resignados otras, pero nadie es capaz de intentar explicar al responsable de tales necedades el porqué de la inutilidad de todas ellas.

A veces creo que el problema no está tanto en “los de arriba” como en los bobos y cobardes de los que se rodean que, por memez o cobardía, siempre dicen a sus superiores lo que creen que quieren oír en lugar de contarles la verdad o, simplemente, darles su opinión.

Vivimos en un mundo en el que la información circula por todas partes y en el que, supuestamente, todo el mundo puede expresar libremente su opinión, pero al final uno se da cuenta de que da igual lo que uno diga, lo importante es quién sea el que lo diga. Si uno tiene poder e influencia podrá decir cualquier memez o burrada y contará con la aquiescencia de montones de personas aunque, eso sí, a sus espaldas habrá muchos poniendo a caldo a tan egregio necio. En cambio, si uno dice algo inteligente y sensato, como sea un mindundi cualquiera, nadie le hará caso aparte de algún que otro personaje más mindundi que él.

La gente llama metodología a lo que no es más que una colección de actividades inútiles cuya misión es la de alargar el trabajo de unos y justificar la labor de los creadores de tal sinsentido. Se llama interrupción del embarazo a lo que es el asesinato de un niño no nacido. Se utiliza la palabra democracia para definir algo que consiste en contar mentiras a una gran masa de indocumentados (como yo) para ganar su voto. Se denomina fe religiosa a lo que no suele ir más allá del cumplimiento de unas pocas normas y ritos visibles. Se habla de diversión cuando de lo que se trata es de beber más de la cuenta y dormir menos de lo que querríamos. Llamamos telebasura a los programas que más nos gustan y reclamamos emisiones culturales que no tenemos interés en ver. Clamamos por que nuestros políticos dicten normas para que cuidemos nuestro planeta mientras pensamos sustituir nuestro pequeño coche por un todo terreno más contaminante. Se llama amor patrio a despreciar a los que son de fuera. Se impone el uso de lenguas minoritarias, limitando la libertad de las personas, para defender el derecho de esas lenguas (se trata a una lengua mejor que a algunas personas). Y, para finalizar, sólo me queda exponer el culmen de los auto-engaños: Decimos que el Linux es el sistema operativo más estable y nos empeñamos en utilizar el denostado Windows.

El cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador” tiene plena vigencia en nuestros días como seguramente la habrá tenido durante toda la historia de la humanidad.

No me queda más remedio que gritar a los cuatro vientos: ¡El emperador está desnudo!

A la vista de lo que he escrito queda claro que la misión de difusión de la memez con la que nació este blog tiene demasiados operarios y, probablemente, no sea necesaria mi contribución. No obstante podéis estar tranquilos porque seguiré dando el tostón.