domingo, 30 de agosto de 2009

Fin de semana luctuoso

Este fin de semana he estado de entierro y, como hace mucho que no os cuento nada, he decidido ponerme frente al teclado para ver si puedo sacar algo de interés de estas luctuosas aventuras.

Murió una tía de mi padre que ya tenía un buen lote de años y llevaba un tiempo bastante pachucha, así que no ha sido nada que nos haya pillado por sorpresa ni que haya causado conmoción. A lo mejor os parezco un malvado por decir eso, pero yo diría que cuando alguien muere de viejo tras una larga temporada de deterioro, el impacto emocional es bastante escaso, por lo menos en una persona de corazón pétreo como el mío.

Nuestra tía falleció el viernes y el entierro fue el sábado. Salimos de Madrid con tiempo suficiente para llegar el mismo sábado al entierro que tuvo lugar en un pueblo albaceteño. Allí nos encontramos con primos, tíos y parientes de todo tipo a los que, por no tratar casi nunca, yo apenas conocía y que, contraviniendo las instrucciones de la ministra de sanidad, besamos o estrechamos sus manos con prodigalidad. En menos de diez minutos comuniqué mi nombre y mi procedencia (tenía que decir que soy hijo “del José” para que me identificasen) a no menos de veinte personas que, con gran cortesía y simpatía, hicieron lo propio conmigo, a pesar de lo cual no pude enterarme del parentesco que teníamos.

También volví a ver a dos primos y dos primas a los que hacía años que no veía pero con los que he tenido algún trato. Con ellos la cosa fue más fluida y menos “paripeística”, incluso tengo que decir que fue muy agradable el reencuentro.

Antes del entierro tuvo lugar la misa de “corpore insepulto” en la que la familia más cercana a la fenecida se situó, como es habitual en estos ritos, en la primera fila. Finalizada la misa se formó la habitual cola de personas que pasaban a expresar sus condolencias a los familiares de la primera fila (nuevamente se obviaron los consejos de prevención de la gripe A). Yo, que ya había saludado a los familiares antes de la misa, me hice el sueco y no me acoplé a tan larga fila (parecía que en cualquier momento se iban a arrancar a bailar la yenka).

Finalizada la misa, el féretro volvió a ser introducido en el coche fúnebre con las habituales coronas de flores (que valen un riñón y no sirven para nada) y nos fuimos al cementerio en comitiva. Allí se introdujo la caja en el nicho correspondiente y, mientras un simpático personaje tabicaba el receptáculo, unos miraban y otros andábamos charlando para ponernos al día después de tantos años sin vernos.

Todo tocó a su fin y volvimos a enredarnos en besos, estrechamientos de manos y abrazos para despedirnos de todas esas personas a las que habíamos saludado hace unas horas.

El maltrecho cuerpo de nuestra tía descansaba en paz y el resto de los mortales que aún seguimos danto el tostón por este mundo nos fuimos con viento fresco, cada mochuelo a su olivo.

Siempre que asisto a algún entierro o funeral me doy cuenta de lo prestos que acudimos a este tipo de eventos y del montaje que se puede llevar a cabo en unas pocas horas. También veo la cantidad de sandeces que hacemos para agasajar al cadáver de alguien a quien en vida hicimos poco o ningún caso. No diré que todo el mundo que acude a un velatorio, funeral o entierro lo haga por aparentar o por cumplir con la familia o los amigos, pero sí creo que un gran porcentaje de los que vamos lo hacemos para evitar suspicacias y malos rollos familiares, sin que esto implique que no tuviésemos un mínimo de respeto y cariño por la persona fenecida (a pesar de las escasas o nulas muestras que le dimos de ello durante su vida).

Supongo que no estaría de más que las cosas cambiasen un poco para hacer menos caso a los cadáveres y un poco más a los que aún tienen vida, pero tengo que reconocer que eso supone un esfuerzo exagerado porque, después de todo, al cadáver sólo hay que dedicarle unas pocas horas (bastante pesadas, eso sí), pero un vivo puede requerir de una vida entera de atenciones, y eso es bastante duro (o eso me parece a mí).

lunes, 17 de agosto de 2009

Mear al ducharse es bueno para el planeta


Han pasado unos cuantos años, dos o tres, desde que en ese gran programa que es Gran Hermano, se suscitase un apasionante debate sobre la conveniencia, o no, de miccionar en la ducha mientras el agua cae sobre el sujeto miccionador. Mercedes Milá confesó que ella lo hacía y, a partir de esa trascendental declaración fueron muchos los que la tildaron de gorrina y fuimos unos pocos los que pensamos que no era una práctica tan pútrida porque, después de todo, si el agua está cayendo, las deposiciones líquidas son arrastradas con total eficacia hacia el desagüe y, además, con jabón.

Hoy me han enviado el enlace al vídeo que podéis ver en la cabecera de mi gozosa aportación de hoy al debate. Es un vídeo brasileño en el que, en aras del ahorro de agua, se insta a la gente a orinar mientras se ducha (si hay ganas, claro). Con eso se ahorra el agua de la cisterna que utilizaríamos para evacuar las aguas menores del retrete en caso de hacerlo en el receptáculo con forma de taza una vez duchados o antes del remojón.

En un mundo tan lleno de gente solidaria de boquilla y en el que hay tanto cantamañanas que nos insta a comportarnos cívicamente con el medio ambiente mientras fuma un paquete de cigarros al día y utiliza un todoterreno que consume 11 litros cada 100 Km (eso cuando no utiliza un jet privado para ir a dar conferencias sobre lo mal que tratamos al planeta), en un mundo así, decía, a ver quién es el majo que ahora me llama guarro por aligerar mi vejiga mientras me ducho (no antes ni después, sino mientras).

Hala ¡Todos a mear en la ducha! ¡VIVA EL AHORRO!