domingo, 22 de febrero de 2009

De todo un poco

Llevo demasiados días desatendiendo mi responsabilidad como director general de este exitoso blog. Al final me tendré que declarar en quiebra para recibir alguna ayuda estatal alegando que mi fracaso ha sido generado por la crisis mundial (cualquier cosa vale con tal de no reconocer la responsabilidad particular), cosa que será absolutamente falsa pero servirá para pillar cacho, que es de lo que se trata.

Sirva la chorrada anterior para dejar constancia de que he tratado el tema de la crisis en esta aportación que tiene la intención de versar sobre los distintos temas que nuestros periodistas han decidido poner en el candelero últimamente. Aparte de la crisis, se habla con intensidad de la cacería del señor Ministro de Justicia y don Baltasar Garzón, del asesinato de la chica sevillana y de la trama de corrupción en la que está implicada gente del PP, presuntamente (hay que tener cuidado con lo que se dice).

La verdad es que las tres cosas tienen algo en común, son cosas que ocurren con cierta frecuencia, cuando no constantemente (lo de las corruptelas dudo que sea algo puntual, lo de los asesinatos, gracias a Dios, no es tan habitual) pero que sólo generan esa famosa “alarma social” cuando los medios de comunicación, animados o no por los poderes políticos, se empeñan en ello. Como hay elecciones, interesa echar mierda sobre los oponentes políticos, así que cada cual saca su pala, encarga un buen montón de heces atribuibles (supuestamente) a quienes compiten con ellos en las elecciones y ¡a esparcirlas!

A mí particularmente, mientras las corruptelas de las que se hable sean reales, me da igual que se se saquen a la luz con motivación partidista o con intención justiciera. El caso es que quien sea un delincuente de alto nivel deje de operar impunemente. Lo de que sea un delincuente de alto nivel lo digo para no verme yo envuelto en alguna de estas cazas de brujas porque, como todos mis seguidores saben, yo también cometo actos delincuenciales de vez en cuando, pero prefiero ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el mío (mis vigas son muy pequeñitas).

Mi actitud de delincuente de poca monta que critica a los grandes delincuentes, es similar a la del Ministro de Justicia que, a pesar de cazar de vez en cuando sin licencia, nos insta sin rubor a cumplir con la legalidad (sería raro que un ministro de su ramo no lo hiciera). Lo de que cace con su amiguito Garzón, la verdad es que me da igual porque, si se traen algo entre manos, seguirá existiendo tanto si salen juntitos a cazar como si no.

En cuanto al tema del asesinato de la chica sevillana y esa recurrente petición de la instauración de la cadena perpetua y/o la pena de muerte cada vez que ocurre algo similar, comprendo a quienes quieran colgar de un pino a los artífices de este asesinato y de muchos otros, pero me temo que legislar a golpe de “alarma social” sería lo mismo que legislar según la decisión de los medios de comunicación que, si no me equivoco, son los que deciden lo que es alarmante y lo que no. Ejemplo de esto es el viaje a Siberia que ha hecho la señora Ministra de Fomento para ver cómo se gestionan las nieves en aeropuertos en los que es habitual tenerla durante varios meses al año. No me extrañaría que cuando regrese Doña Magdalena se habilite una partida presupuestaria especial, a pesar de la crisis, para dotar a Barajas de los mecanismos de un aeropuerto siberiano. Serán cosas que no se usarán más que una vez cada treinta años, pero así ninguno de los “alarmistas sociales” podrá quejarse de “falta de previsión” la próxima vez que ocurra algo tan terrible como una nevada en Madrid.

Y creo que ya me he explayado bastante, así que os cedo la palabra.

sábado, 7 de febrero de 2009

El panecillo de la vergüenza

Esto de la crisis nos sirve a algunos para justificar acciones tan vergonzosas como la que hoy voy a relataros y de la que soy protagonista (¡Cómo no!).

Cada día acudo gozoso a saciar mi hambre al restaurante que hay en el sótano de mi amado lugar de trabajo. Es un restaurante autoservicio de esos en los que coges la bandeja, las servilletas, los cubiertos, el pan, la bebida y, finalmente, la comida. El precio del menú básico es de 6,5 euros y, como soy una persona sin grandes ambiciones gastronómicas, me acojo siempre a esa modalidad.

Las raciones que sirven no son excesivas pero he de reconocer que prefiero pagar seis euros y medio y dejar el plato limpio que pagar diez y no poder acabar con tanta comida.

Explicaré que cuando bajo a comer a las tres de la tarde y veo que aún quedan unos panecillos redondos y deliciosos (no siempre quedan a esas horas), cojo dos y me voy comiendo uno mientras hago la ronda para coger el resto de la comida.

Según las normas del establecimiento, cualquier extra que se añada al menú se cobrará según el precio estipulado. Así, si en lugar de una mandarina coges dos, o si, como en mi caso, coges dos panes, pagas 30 céntimos más. Como el panecillo es tan pequeño, yo acallaba mi estricta conciencia diciéndome que una barrita de pan es casi tan grande como mis dos mis panecillos juntos (mentira cochina, la barra es más larga pero también más estrecha). No obstante, como sabía que mi justificación no era compartida por la gerencia del establecimiento, procuraba que no quedase nada del pan extra antes de llegar a la caja para evitar pagar los 30 céntimos extras. Para ello me detenía en la zona del postre y, mientras hacía el paripé preparando el dinero para pagar, devoraba a toda velocidad lo que quedase del pan que, con gran ostentación había ido mordisqueando por todo el recinto.

Así he estado varios meses. De vez en cuando me cobraban los treinta céntimos extras sin decirme nada (incluso lo hicieron alguna vez que no había delinquido), pero yo no decía nada a pesar de que tampoco sabía por qué lo hacían. Pensaba que, tal vez, al ver las migajas en la bandeja, sospechaban de mi delito y optaban por declararme culpable e ignorar mi derecho a la presunción de inocencia. En cualquier caso, el saldo neto siempre me era favorable porque me comía muchos más panes de los que me cobraban.

Sirva todo lo anterior para conocer la situación y vayamos ahora al desenlace final de todo esto. Resulta que la semana pasada, al pasar por caja con el panecillo de turno en mi panza y con el otro en la bandeja, la cajera, que es muy simpática y vivaracha, me preguntó con naturalidad: “¿Te has comido ya un panecillo?”. A lo que yo respondí con idéntica alegría: “Sí, cóbramelo, por favor. Tenia tanta hambre que lo he devorado por el camino”. Siguió ella diciendo: “Es que anda la jefa por ahí vigilando y no se le pasa una”. En ese momento me alegré de no haber chistado en ninguna de las ocasiones que me cobraron 30 céntimos de más. Si lo hubiese hecho habría sido pública y justamente escarnecido.

Ahora que soy consciente de que mis tropelías para comer más y pagar menos han sido descubiertas, tendré que seguir cogiendo dos panes durante un tiempo pero, para mostrar mi buena fe, tendré que dejar un trocito mordisqueado en la bandeja para que la cajera pueda cobrarlo sin necesidad de que se lo sople la jefa que anda al acecho. Dentro de unas semanas comenzaré a coger un solo pan y a justificarme ante la cajera (aunque no me pregunte) diciendo que estoy a dieta y que he dejado de abusar del pan.

Pensándolo bien, creo que la etiqueta de ladrón (más bien de ladronzuelo), ya no me la quita nadie, así que ¿para qué hacer planes para disimular lo evidente? Me limitaré a dejar de birlar panes y volveré a ser la persona recta y seria que tanta gente cree que soy. Sólo así podré llegar algún día a presidir un día el Gobierno de España.

domingo, 1 de febrero de 2009

¿Igualdad entre ciudadanos?

He leído hoy un artículo de Maite Nolla en Libertad Digital (ya sé que es una publicación tendenciosa y cuya veracidad es discutible pero ¿hay alguna que no sea así?) en el que comentaba que desde el gobierno catalán se ha enviado una circular a los hospitales de Lérida para que deriven a los enfermos aragoneses a hospitales de Aragón (la cosa es ahorrarse un dinerito). Como ocurre en cualquier zona fronteriza, la gente tiende a utilizar los servicios más cercanos a su casa aunque no sean de su comunidad, cosa perfectamente normal porque siempre es preferible hacer cuarenta kilómetros cambiando de comunidad que hacer cien para no salir de la tuya (tal vez haya tontos que por un amor exagerado a su patria chica prefieran ir al hospital más lejano para que les hablen con acento aragonés, pero supongo que serán los menos).

Lo de las autonomías tiene estos problemas que, en tiempos de escasez presupuestaria, parecen agudizarse. Es comprensible que, con criterios puramente contables y administrativos, se tomen estas decisiones que, desde el punto de vista del ciudadano normal son de lo más ridículas, máxime cuando a todas horas se está hablando de igualdad de derechos y de oportunidades para todos los españoles e incluso para todos los inmigrantes que residen aquí. Tengo entendido que incluso disponemos de un Ministerio de Igualdad que se creó, supuestamente, para velar por el cumplimiento de estos dogmas sagrados de un estado de derecho.

No caeré en la simplificación de decir que sobran todas las fronteras del mundo. Tal vez debamos ir avanzando, como se está haciendo en Europa, para flexibilizarlas cada vez más hasta que sean meras líneas que nos indiquen donde estaban históricamente todos esos países que finalmente se convirtieron en uno solo, pero eso es algo que no se consigue de la noche a la mañana. Lo que no entiendo es esta memez hispana de reforzar cada vez más las divisiones entre comunidades autónomas. Me parece una de las cosas más absurdas que hayan hecho los políticos a lo largo de la historia de la humanidad.

Todas estas sandeces podrían ser comprensibles si quienes que las potencian hablasen con claridad y dijesen que la igualdad entre ciudadanos españoles ya no existe, pero el caso es que siguen todo el día aderezando sus estúpidos discursos con las palabras “libertad”, “igualdad”, “democracia”, “soberanía popular” y qué sé yo qué más cosas bellas que, con sus actos diarios, no hacen más que contravenir.

La educación es diferente en cada autonomía o, yendo más allá, en cada municipio o colegio. La presión fiscal también es diferente de unos lugares a otros. Los habitantes de comunidades bilingües pueden optar sin problemas a cargos en la administración de toda España, pero los de comunidades monolingües, si no conocen la segunda lengua de esas otras comunidades, lo tendrán francamente difícil para optar a cualquier puesto (incluso aunque no se requiera hablar para desempeñar el cargo). ¿Se puede saber dónde está la igualdad entre los ciudadanos españoles? ¿Está haciendo algo Doña Bibiana Aído para resolver esto? ¡Qué preguntas más tontas hago!