domingo, 3 de noviembre de 2013

Homenaje a Don Antonio

Siempre que hablo con mi amigo Antonio nos interpelamos respectivamente acerca de nuestros queridos "papa y mama" respectivos. Como nosotros ya vamos siendo mayores, "papa y mama" ya han llegado a la vejez y no es raro que tengamos que referir alguna incidencia en su salud a la vez que nos contamos nuestros achaques, que ya se van acumulando (mi colección va en aumento a pasos agigantados).

Siempre decíamos que su "papa" y mi "papa" podrían ser buenos amigos a pesar de su aparente divergencia en la tendencia política: uno se confiesa progresista pero es capaz de reconocer que Franco hizo alguna cosa buena (la Seguridad Social y los pantanos), y el otro es de tendencia conservadora pero admirador fervientemente de Marcelino Camacho (un comunista consecuente con sus ideas). Hablando de uno y otro progenitor averiguamos su punto de coincidencia: a ambos les cae extremadamente bien el gran Walker, Texas Ranger, encarnado por Chuck Norris. Los dos detestan la maldad gratuita y admiran a quien administra la ley para castigar al malvado y proteger al inocente.

Tantas veces habíamos hablado de tontunas como esta y otras semejantes protagonizadas por nuestros padres que yo, sin conocerlo, tenía un gran afecto por Don Antonio y estaba convencido de que era una excelente persona. Un personaje que merecería uno de esos grandes premios de la paz o de la concordia -el Nobel o el Príncipe de Asturias- que suelen dar a gente de renombre que, en ocasiones, no se sabe por qué razón lo ha ganado.
A Don Antonio le hicieron una compleja operación hace unos días y, a pesar de que la cosa salió bien, ayer, de madrugada, mientras dormía plácidamente, se nos fue. Pero dejó huella incluso en personas, como yo, que sólo lo conocimos por lo que nos contaron otros.

Me decía ayer su mujer -otra gran persona- que era un hombre tan bueno que, en el hospital, daba las gracias incluso cuando le insertaban las molestas vías con sus respectivas agujas durante su convalecencia. Gente así es la que merece monumentos, y no reyes o políticos liantes. Vivimos en un mundo en el que se enaltecen la fama y el poder y se infravaloran la humildad y la bondad. El mundo funciona porque, a pesar de todos los males que nos aquejan, hay infinidad de personas buenas, como Don Antonio, que son capaces de sonreír y tratar bien a cualquiera que se cruce con ellos.
Voy a dejar de enrollarme para despedirme sonriente de ese gran hombre que se nos ha ido y desearle, no que descanse en paz, sino que siga esforzándose, allá donde esté, por difundir su buen talante entre los que aún andamos dando vueltas por este mundo.