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domingo, 13 de octubre de 2013

Sinceridad sobrevenida

Una tarde de la semana que ahora concluye, cuando me preparaba para salir a trotar un rato por las calles de mi barrio, sonó el teléfono. Lo cogí y me saludó una agradable dama que me contó las ventajas de una maravillosa Visa Oro de cierto banco (no diré el nombre porque no estoy seguro de cuál era). No había que pagar gastos de mantenimiento ni de renovación ni de nada, y tampoco había que abrir cuenta en esa entidad bancaria. La tarjeta iba acompañada de los habituales seguros de todo tipo y muchas cosas más que  me hicieron quedar como un completo necio al rehusar tan ventajosa oferta.

Mi interlocutora, fiel a su misión de endosar tarjetas a tantas personas como fuese posible, insistió y me preguntó si tenía ya tarjeta Visa. Le dije que sí y que, además, me cobran unos cuantos euros de mantenimiento y renovación. Se lo dije para que se diese cuenta de que soy tonto y no me importa pagar por cosas que otros dan gratuitamente. Pero estas pistas sobre mi cerrazón al cambio no hicieron desistir a la abnegada trabajadora que, en un desesperado intento de captar algún cliente esa tarde, preguntó si vivían más personas en mi casa. Yo, un poco cansado de tanto rollo, le dije que no, que estaba más solo que la una, a lo que la simpática mujer repuso, tal vez de modo instintivo: "no me extraña".

Yo, en ese momento, no me di cuenta de lo que acababa de decir y, con ganas de zanjar la cuestión, me despedí de ella dándole las buenas tardes y pidiéndole perdón por haberle hecho perder el tiempo. Ella también se despidió y, cuando  colgué el aparato, la frase "no me extraña [que esté usted más solo que la una]", resonó en mi cabeza. Primero me hizo gracia, después me indignó y, finalmente, me hizo pensar en que tal vez sea cierto que soy un cabezota insoportable.

Sea como fuere,  tengo que reconocer que, tras esta anécdota, me entraron ganas de conocer en persona a esa simpática dama que fue capaz de expresar sus sentimientos con total libertad una vez que se percató de que conmigo no podría hacer negocio ni ahora ni nunca. Tener negocios con alguien es la mejor manera de no poder conocerse mutuamente nunca. Cuando hay intereses de por medio, la mentira suele acomodarse entre las personas.

sábado, 20 de julio de 2013

Charlas de mayores

Ayer estuve cenando con dos amigos de edades similares a la mía (47 años)  a los que veo poco y, como es normal, nos interpelamos acerca de nuestras respectivas saludes (¡qué rara queda esta palabra en plural!). Fue simpático comprobar que los tres tomamos diariamente alguna, o algunas, pastillas recomendadas por nuestros respectivos médicos. Esta es una característica típica de los que ya tenemos cierta edad que, unida a la de usar "gafas para cerca" nos recuerda lo cerca que andamos de la senectud.

Eso sí, el concepto que tenemos de nosotros mismos no puede ser mejor.  Para confirmarlo, Fernando (uno de los comensales) nos enseñó una foto del grupo de antiguos compañeros de su colegio en una reunión que tuvieron hace poco, y nos pareció que estaban mucho peor conservados que nosotros. Me gustaría saber lo que pensarían ellos si vieran nuestra arrugada faz ...
Hoy, tras dar mi vuelta al Anillo Verde Ciclista de Madrid, mientras estiraba mis piernas en las espalderas de un parque cercano a casa, se ha acercado otro bicicletero bajito y sonriente a hacer lo mismo que yo. Mientras ponía mi pierna izquierda en el travesaño que rebasaba la cima de mi calva, el otro, mirándome con admiración, decía "ahí no llego yo". A lo que repuse "yo tengo ventaja porque mi pierna sale de más arriba" (haciendo referencia a mi superior estatura y a su pequeñez). Él dijo entonces algo como "con lo que me pasó hace cuatro años, demasiado bien estiro la pierna".
Ahí estaba yo una vez más dispuesto a compartir una conversación sobre achaques con.  Le tiré de la lengua y me contó que, cuando tenía 52 años,  había tenido un ictus isquémico que lo dejó sin movilidad de toda la parte izquierda del cuerpo, con pérdidas de memoria y con dificultad para hablar. Yo aproveché para contarle mi reciente episodio que, al lado del suyo, era una tontería absoluta.
Hasta los médicos le decían que tendría que acostumbrarse a la falta de movilidad de su brazo, pierna y cara porque era imposible recuperarse, pero él no se resignó y se esforzó hasta que, como he comprobado hoy recuperó la movilidad lo suficiente como para andar aceptablemente (incluso pedalear) y mover el brazo con bastante soltura. Lo de hablar lo hacía sin problemas (tenía más rollo que una tomatera). Él sigue haciendo ejercicio y mejorando día a día. Mucho mejor eso que resignarse a creer que los nefastos augurios que le dieron algunos médicos eran una predicción fiable y haberse quedado sentado en una silla para toda la vida.
 Tras una larga conversación nos hemos despedido como buenos amigos llamándonos por nuestros nombres: "adiós Manuel", "hasta la vista Pablete" (creo que le he dado demasiadas confianzas a Manuel, pero no me importa porque llevo torta).
Tras la experiencia de hoy, reconozco que hablar de mis males con la gente mayor (a los de mi quinta ¡para qué vamos a decir otra cosa!) me está empezando a gustar. Es gratificante escuchar historias de recuperaciones aparentemente milagrosas ( si atendemos a las previsiones de algunos médicos).
Creo que durante estas vacaciones voy a aprovechar para ir a los centros comerciales a sentarme con los vejetes en los bancos de los pasillos y, además de gozar con la visión de las mujeres atractivas, me divertiré comentando con ellos mis achaques y, si se tercia, intercambiando con ellos pastillas, seguro que así pasaremos un rato "flipante".

martes, 9 de abril de 2013

Vacaciones en el hospital



Hoy se cumple una semana de mi última aventura hospitalaria (de la que he salido airoso). Había pasado un día de trabajo normal. Al llegar a casa merendé mis dos o tres paletadas de Nutella que, como siempre hago, pasan directamente del bote a mi bocaza. Luego fui a trotar alrededor de este maravilloso barrio valdebernardino en el que habito. Hice mis estiramientos y regresé a casa para ducharme y dedicarme a perder el tiempo de cualquier modo. Esta vez estuve descargando el borrador de la declaración de la renta y el primer capítulo de la tercera temporada de Game of Thrones. Otras veces me da por ir a la web de Gran Hermano y cotillear algunos vídeos para enterarme de los últimos acontecimientos de ese apasionante "experimento social", pero no fue eso lo que hice ese fatídico martes, así que no podré culpar de ello a Mercedes Milá.
Eran casi las nueve y media cuando decidí que me apetecía cenar, así que, con la suculenta perspectiva de un sandwich de jamón york (no me privo de nada, como podéis ver), me dirigí al salón para enchufar mi bonito disco duro multimedia y dejarlo preparado para el visionado de Game of Thrones tras degustar mi opíparo menú.
Cuando estaba manipulando los cables del aparato (aún desenchufado) noté que reinaba un "estruendoso" silencio y que, extrañamente, me parecía oír mi respiración amplificada, como si mis oídos estuviesen dentro de mí. ¡Qué raro!, pensé, y seguí a lo mío. En ese momento comencé a sentirme de un modo extraño. Miré mis manos y me parecieron distantes. La izquierda agarraba un cable pero yo la notaba como si fuese ajena a mí. No percibía que tuviese nada agarrado. Comencé a ser consciente de que algo raro pasaba y dirigí mi mano derecha hacia la izquierda para agarrarla. En ese momento confirmé la razón por la que sentía la otra extremidad como ajena a mí: estaba completamente insensible.
El sonido de la respiración seguía siendo la banda sonora de lo que ocurría en mi salón. Mi cabeza estaba un tanto aturdida pero la mente mantenía la lucidez (la poca que mi mente puede alcanzar habitualmente), así que, viendo que algo raro pasaba, decidí sentarme para, en caso de desfallecimiento, no pegarme un trastazo cayendo al suelo desde mi uno ochenta de altura.
En el sillón comencé a zarandear el brazo dormilón, pero no conseguí despertarlo. Para intentar acallar el estruendo de mi respiración y romper el silencio circundante, lancé alguna interjección y me di cuenta de que mi habitualmente ágil lengua, estaba también entumecida. ¡Dios mío!, pensé, esto es más grave de lo que pensaba. Me levanté rápidamente del sillón (las piernas funcionaban de maravilla) , cogí las llaves de casa y el teléfono móvil. Abrí la puerta y me senté en el suelo junto a ella.  Aún tenía esperanzas de que aquello, igual que había llegado, pasase sin más, pero al cabo de unos segundos pensé que,  en estas circunstancias, el tiempo es oro, así que me levanté y crucé los dos metros que me separan de la vivienda de mis vecinos. Toqué el timbre y enseguida abrieron la puerta.
Con mi lengua de trapo, la cara torcida y un miedo tremendo encima, les saludé con una frase similar a esta: "no sé qué me pasa, se me ha quedado el brazo tonto y cada vez hablo peor".  Me mandaron tumbarme en el sofá y me tomaron la tensión mientras llamaban al 112 e intentaban calmarme.
Allí estuve tendido un rato, con más miedo que vergüenza a pesar de que, minuto a minuto, el brazo iba despertando de su letargo y mi lengua atorada iba consiguiendo moverse con mayor soltura. Incluso lloré de impotencia al darme cuenta de lo rápidamente que puede cambiar la vida de uno sin haber hecho nada que, en apariencia, pueda llevarte a una situación así.
Menos mal que, gracias a mis queridos (queridísimos) vecinos, no tuve que pasar el trance en soledad y me sentí plenamente arropado y seguro de que todo estaba bajo control.
Finalmente llegó la ambulancia y subió todo el pasaje a hacerme un chequeo inicial. Mi situación había mejorado mucho y ya estaba casi recuperado, pero aún así, me trasladaron a la ambulancia en una sillita extraña en la que uno se sienta en ángulo agudo (en la misma posición que uno utiliza cuando tiene que "plantar un pino" en medio del monte). Yo podía andar perfectamente, pero las normas son las normas, así que les dejé operar como ellos saben.
A la camilla subí por mis propios medios porque elevar mis 75 kilos no es tarea fácil y, además, no había necesidad de hacerlo. La ambulancia fue tranquilamente hasta el hospital y sólo fue activada la sirena cuando estábamos a las puertas del hospital, supongo que para cruzar alguna calle sin tener que esperar más de la cuenta.
Cuando me bajaron del convoy, me encontraba muchísimo mejor, ya hablaba con la pedantería que me caracteriza y sólo tenía problemas para pronunciar las erres y alguna otra conjunción compleja de consonantes, pero creo que habría sido capaz de soltar un discurso con más eficacia que cualquiera de nuestros queridos diputados.
Me llevaron a una de las salas de la  unidad de urgencias y comenzó a entrar gente por todas partes. Yo diría que se congregaron no menos de diez personas  a mi alrededor. Me hicieron preguntas varias y pruebas básicas para comprobar que mis sentidos funcionaban correctamente, luego me entregaron el uniforme hospitalario (esa bonita bata con la que no hay modo de ocultar el culo) y me subieron a la unidad de ictus para tenerme controlado.
Allí conocí a doña Julia y a don Antonio, ambos bien entrados en la ochentena. La primera se pasó la noche pidiendo que la dejaran ir a casa con su hija, primero con dulzura y, finalmente, con amenazas de denuncia si no la liberaban. Don Antonio, en cambio, era silencioso, se limitaba a intentar levantarse de la cama (a pesar de estar con el gotero puesto) cada cierto tiempo para, según él, "ir a la terraza a coger los zapatos".
Entre estas cosas y las ganas terribles de orinar que me llegaban cada cierto tiempo a causa de todo el líquido que me estaba entrando por el gotero (en cada micción soltaba no menos de tres cuartos de litro) la noche fue entretenida.
Durante los casi dos días que estuve hospitalizado, me hicieron tantas pruebas que creo que no hay un rincón de mi cuerpo que no haya sido escudriñado. Aún así, cuando me dieron el alta, aún no se había podido descubrir la razón por la que a una persona más o menos  joven y aceptablemente sana como yo, le había dado un ictus. Somos demasiado complejos y no es nada fácil obtener siempre una respuesta definitiva.
Aún tienen que hacerme más estudios y no sé si conseguirán dar con la solución a este enigma, pero, gracias a Dios, yo estoy bien y he podido contarlo. Podría haber narrado más cosas y decir lo bien que me trató todo el mundo en el hospital, pero como ya me he enrollado demasiado, me limitaré a decir que ya no me dan miedo los hospitales y que, aunque no es grato estar allí, tampoco es terrible.
Aprovecho para agradecer a todo el mundo (amigos, familiares y gente que pasaba por allí) el interés mostrado y los ánimos recibidos en directo, por teléfono, por correo y por cualquier otro medio. Procuraré no daros más sustos pero lo mejor es darnos cuenta de que, por más que lo intentemos, hay demasiadas cosas que se escapan a nuestro control. Y con eso tenemos que vivir procurando no estar aterrados en todo momento. Yo aún llevo algo de miedo dentro, pero ya pasará, después de todo no somos eternos, y cuanto antes lo asumamos, mejor.
Pero mientras estemos por aquí, procuremos ser más como don Antonio, que sólo intentaba ir a por sus zapatos sin incordiar a nadie, y menos como doña Julia, que pensaba que todos los que la rodeaban estaban contra ella. De todas la situaciones se aprende algo.

sábado, 23 de marzo de 2013

Homenaje a mi anciana lavadora


Pensaba haberos contado los detalles de mi aventura de ayer con la lavadora, pero la narración sería demasiado prolija y no aportaría nada de valor a vuestra existencia, así que me limitaré a deciros que el útil electrodoméstico se estropeó de la peor manera posible, cargando agua sin límite hasta desbordarse y encharcar mi cocina. Tras resolver el problema del vaciado con excesivo trabajo (os diré que hoy tengo agujetas a causa de ello), decidí que, en lugar de llamar a un técnico para que la reparase, compraría otra. Y eso hice.

Para que veáis mi rapidez para elegir, os diré que la chica que me atendió me dijo que ojalá todos los clientes fueran como yo. Me preguntó qué quería, le dije que una lavadora, me indicó la que mejor salía y le dije que me la quedaba. En menos de un minuto estábamos los dos contentos: ella por haber vendido y yo porque me dijeron que hoy mismo me traían el aparato (estoy esperando su llegada con gran ilusión).

Supongo que en este tipo de tiendas estarán acostumbrados a que vayan parejas que comienzan a debatir entre sí, con el pobre dependiente al lado, sobre el precio, el color, la marca, etc.. Haciendo cábalas sobre lo que les durará el nuevo aparato y contando las anécdotas ocurridas con el antiguo. Sin duda tiene que ser duro cualquier trabajo en el que haya que tratar directamente con decenas de clientes a diario. Aunque supongo que no todos serán excesivamente pesados y a veces aparecerá alguien simpático y que, además, sabe que él no es el único cliente y que no debe eternizarse en su elección (sí, habéis acertado, me refiero a gente como yo).

A mí no me gusta ir de compras pero cuando voy prefiero ir a tiro hecho. Es probable que por ser así me gaste más dinero que si mirase y remirase en varios sitios para ahorrar unos euros, pero prefiero perder mi tiempo en otras cosas más estúpidas como, por ejemplo, viendo Gran Hermano o algún otro programa cultural de ese estilo.

Para ser el primer artículo del año, creo que ya vale. Podría haber hablado de las preferentes, de Chipre, de Bárcenas, de los eres de Andalucía, etc., pero de eso habla todo el mundo y seguro que ya estáis saturados, así que he preferido hacer un homenaje a mi anciana lavadora, que ha aguantado sin fallar más de trece años y ahora, para una vez que me da un problema, se lo agradezco mandándola al desguace.  Que descanse en paz.

lunes, 16 de julio de 2012

El valor de un brazo


Estimados y abandonados lectores:

Muchos de vosotros (decir eso de un grupo de dos o tres personas suena pretencioso, pero me gusta) ya sabéis que el día uno de Julio me caí de la bicicleta y conseguí que se rompiera un poco la cabeza del radio (el hueso del antebrazo que permite que hagamos los movimientos rotatorios de muñeca). A pesar de que la cosa no fue terrible, tuve que estar hospitalizado para que me operasen y extrajesen las esquirlas del hueso que andaban entorpeciendo la movilidad de mi maltrecho brazo. Fue una operación sencilla y gozosa. Me durmieron por completo y no me enteré de nada. Ya no me dan miedo los quirófanos como antes de esta experiencia. Tras el éxito quirúrgico mi brazo izquierdo fue inmovilizado con una férula (no “célula” ni “cédula”)  durante casi dos semanas. Ayer mi brazo fue liberado y, como cabía esperar, su movilidad era básicamente la misma que tenía cuando estaba encerrado en el vendaje. Cualquier intento de flexionar el codo por encima o por debajo de los noventa grados era una quimera. Girar la muñeca para ver la palma de la mano era imposible y hacerlo en sentido opuesto no era mucho más fácil: mi brazo se había acostumbrado a la falta de libertad y ahora no era capaz de aprovechar la que tenía (es lo que nos pasó a muchos cuando Franco murió).

Durante estos días en los que he vivido (y sigo viviendo) utilizando un único brazo, me he dado cuenta de lo maravilloso que es poder usar los dos. Intentad frotar la axila derecha con la mano derecha. Se puede, pero la intensidad en la fricción deja mucho que desear, con lo que uno no se queda satisfecho con la higiene en ese “alerón”. Menos mal que la limpieza del ojete no requiere de dos manos, si no mi existencia (y la de los que me rodean) hubiese sido insufrible.

También experimenté la posibilidad de planchar con un solo brazo. Lo conseguí, pero tengo que reconocer que tardé bastante más y eché de menos la labor de la mano izquierda palpando la manga de la camisa para detectar posibles arrugas en la parte posterior (la que no se ve). Cortar rodajas de melón también tiene su complicación, sobre todo si éste es grandecito. Al final hay que apoyarlo contra el pecho y, si no te has puesto un delantal, te pringas. Fregar los platos no es complicado, pero a veces el plato gira con el estropajo y no hay manera de quitar algún pegote pertinaz. Capturar las últimas cucharadas de la sopa sin poder inclinar el plato con la otra mano, también son tareas complejas. Eso sí, para este caso siempre se puede coger el plato y pegarlo a la boca para inclinarlo y sorber el remanente, pero esto no se puede hacer en cualquier lugar (a no ser que a uno no le importe ser centro de las miradas del resto del establecimiento).

A la hora de ir a la compra también he detectado inconvenientes, no insalvables, pero sí incómodos. Antes, mientras la cajera del Ahorramás iba pasando mis productos (botes de Nutella y paquetes de Bonys y Tigretones) yo iba pasándolos velozmente a mi bolsa utilizando mis dos brazos de modo que, cuando ella terminaba y me decía el importe, yo ya había sacado la cartera y podía pagarle en el acto. Luego, con una mano recogía el cambio y con la otra abría la cartera para guardarlo con gran celeridad y dejar hueco para el siguiente cliente. Tengo que reconocer que, al verme impedido, las simpáticas operarias se prestaban amablemente a llenar la bolsa para dejarme ir sacando la cartera con una mano para posarla donde se pudiera y, extrayendo con dificultad las monedas y los billetes, pagar la compra.

De momento he descrito actividades que, aunque con dificultad, se pueden llevar a cabo con una sola mano, pero hay otras que, o tienes dos manos, o tienes gran ingenio, o no puedes llevar a cabo. ¿Cómo vacías una espinilla que tienes en la mejilla y que no es lo suficientemente gorda como para hacer pinza con el índice y el pulgar de la mano que funciona? ¿Cómo te rascas la oreja izquierda cuando estás hablando por teléfono mientras sujetas el aparato con la derecha? ¿Cómo das vueltas a las patatas en la sartén con una sola mano? Con lo torpe que soy, seguro que se me vertería su contenido sobre los pies.

Confío en que la movilidad regrese en breve plazo a mi brazo (algo más que ayer sí que puedo mover hoy el codo y la muñeca) y pueda volver a gozar del placer te usar los dos brazos. Espero no volver a olvidarme de lo agradecido que tengo que estar a ambos por permitirme llevar una vida comodísima.

Tengo que reconocer que,  a pesar de las dificultades, se puede sobrellevar la vida con un brazo atascado, pero no es menos cierto que hasta que a uno no le falta esa movilidad, no se da cuenta de lo que facilitan la vida los dos brazos.

Y ahora me despido de vosotros agitando señorialmente la mano derecha mientras la izquierda se limita a estar posada sobre el teclado (un poco agotada de tanto tecleo).

miércoles, 19 de octubre de 2011

El misterio del mingitorio

Hoy he decidido compartir con vosotros un misterio que ha acontecido en el edificio al que acudo a diario a pasar el día y ganarme mi sustento (con mayor o menor éxito). Sólo llevo en este lugar cuatro semanas, pero ya noté algo raro el primer o segundo día de mi estancia allí.

Tengo la costumbre, como muchas otras personas, de tener una botella de agua en mi mesa. Reconozco que soy de poco beber, pero me pareció una buena idea lo de beber más líquido del que mi cuerpo demanda, así doy trabajo a mis riñones y, de paso, consigo tener una excusa aceptable para levantarme de mi sitio cada vez que mi vejiga me comunica que está al límite.

En una de estas escapadas, mientras gestionaba la salida a la luz de mi aparato miccionador, algo llamó mi atención. En la parte alta del mingitorio, junto a la fina tubería que da paso al agua que cae cuando se presiona el pulsador, había un pelo. Yo, como calvo experimentado, pensé que sería un cabello craneal, pero como el acto excretor se alargaba y no tenía a mano nada que leer (en los servicios públicos no suele haber paquetes de detergente o botes de champú), presté más atención al pelo y me di cuenta de que era grueso y retorcido, de unos cuatro centímetros. Parecía evidente que era un pelo escrotal. Doy por hecho que era de un ser humano de sexo masculino porque las mujeres tienen vetada la entrada allí.

Vosotros diréis que no es nada raro encontrar un capilar de esta naturaleza en una sala de micción, y yo os diré que tenéis razón. Pero analicemos la situación con detenimiento atendiendo a los siguientes puntos:

1-La parte superior del urinario queda muy por encima del escroto de cualquier ser humano (por lo menos de los que yo he visto en mi entorno laboral).

2-Los pelos que quedan desconectados de su folículo tienden a caer por acción de la gravedad en ausencia de corrientes de aire o mecanismos que lo transporten hacia zonas más elevadas.

Según estas proposiciones, el pelo que yo vi, o bien era un pelo nasal de longitud descomunal, o bien había sido puesto por su dueño en ese lugar para ser exhibido con una finalidad que no alcanzo a comprender.

Todo esto no tendría mayor trascendencia de no ser porque, pasados unos días… ¡Volví a ver otro pelo escrotal en el mismo lugar!

Os cedo la palabra para que aventuréis alguna hipótesis que pueda explicar este extraño fenómeno.

sábado, 7 de mayo de 2011

Tormenta en mi interior

La climatología adversa ha hecho que hoy aproveche mi reclusión hogareña para volver a escribir alguna majadería. Podría hablar de esa sentencia del Tribunal Constitucional que, cuando quiere, toma decisiones a toda velocidad, pero como no me da la gana hacer publicidad gratuita a algunos necios (a otros sí), no hablaré de eso y, en su lugar, os contaré una simpática anécdota que protagonicé el jueves pasado y que presenció como testigo principal un simpático amigo.

Desde mi traslado a la sede central de mi empresa en calidad de ocioso, casi todos los días como en compañía de un antiguo amigo al que conocí hace años en otra de las firmas (llamar así a las empresas queda tan elegante como llamarse consultor en lugar de cualquier otra cosa) por las que pasé. Unos días vamos en modo marginal los dos solos, y otros nos acompaña algún otro abnegado compañero que, tras soportar una sobremesa con nosotros, no suele repetir.

El jueves fuimos a degustar sendos menús a ese restaurante tan denostado y que a mí tanto me gusta: Burger King. Como teníamos vales de descuento, aprovechamos para tomarnos dos hamburguesas cada uno. Este restaurante tiene la particularidad de que hay barra libre de refrescos. Te dan el vaso y tú lo rellenas cuantas veces quieres en unos expendedores situados en la zona del público.

No había mucha gente y pudimos sentarnos en una mesa bastante aislada. La única persona cercana era un hombre que, por el oscurísimo tono de su piel, supongo que sería del África subsahariana. Allí estaba él sin sospechar lo que estaba a punto de presenciar.

Comenzamos a comer con fruición nuestras hamburguesas mientras departíamos cordialmente sobre temas variados, entremezclando la política con críticas a nuestra empresa y comentando cualquier sandez que nos viniera a la cabeza. Mi primera dosis de Cocacola fue ingerida rápidamente y, dejando a mi compañero de mesa con la palabra en la boca (yo soy así de educado), me levanté a rellenar el vaso nuevamente aprovechando el privilegio que nos brinda ese establecimiento.

El paseo hasta el dispensador de bebidas hizo que los gases que se acumulaban en mi intestino se recolocasen adecuada y ordenadamente en la recta de salida (más bien “el recto”). Yo, que soy un demócrata de toda la vida y detesto la represión de cualquier tipo, decidí que aquella tensión debía ser liberada a toda costa. Tracé un plan o, como dicen los modernos, una “hoja de ruta” para llevar a cabo la operación flatulenta. Miré a un lado y a otro y me di cuenta de que mi acción no provocaría daños colaterales porque no había nadie en la zona de influencia de la andanada que pretendía soltar. Llegué a mi sitio y, para no comportarme de un modo traicionero con mi fiel amigo, deposité el vaso de Cocacola en la mesa a la vez que dije: “voy a peerme”. En ese momento algo hizo que presionase los gases con mis músculos abdominales (que son de un tamaño y vigor desmesurado) pero olvidase relajar el esfínter anal. Esto, como sabe cualquier aficionado a la “pedorrística”, es lo que genera el sonido trompetero que tanta risa provoca a unos y tanto desagrado a otros, por lo que mi acción, que pretendía ser secreta, se llevó a cabo con ostentosa sonoridad.

Mi error de cálculo provocó un cornetazo de tal nivel que, de haber estado por allí la policía municipal, hubiese sido multado por incumplir las normas en cuanto a contaminación acústica.

Me quedé petrificado en una pose un tanto cómica, a medio camino de aposentarme en la silla. Mi compañero de mesa, que masticaba con alegría un sabroso bocado de hamburguesa, no pudo evitar reírse y lanzar algunas partículas de comida hacia mi necia persona. Tras ese ataque involuntario, cerró la boca como pudo y enmudeció para mirarme con cara de sorpresa.

Yo comencé a carcajearme en silencio al darme cuenta de que, al evaluar los posibles daños colaterales, no había contado con nuestro vecino africano que, por estar sentado en la esquina de su cubil, había pasado desapercibido a mis “radares”. No me atreví a mirar hacia él, pero mi querido amigo me dijo más tarde que también había pasado un rato hilarante al presenciar tan poco habitual espectáculo. Tal vez en su país de origen sean más tolerantes que en España con estas manifestaciones “diodenales”.

Gracias a Dios, las únicas víctimas de mi pútrida acción se tomaron con alegría el ataque, así que no tuve que asumir ninguna responsabilidad ni pedir disculpas a nadie (no hubiese podido aguantar la risa al pedirlas).

Cuando conseguimos calmar nuestro ataque de hilaridad, terminamos de comer y regresamos con renovado espíritu (en mi caso también renové mis entrañas) a nuestros puestos de trabajo. Para que luego digan que peerse es algo inaceptable.

martes, 22 de febrero de 2011

Distrayendo el ocio laboral

Por razones que no vienen al caso y que, además, nadie me ha aclarado, llevo una semana y pico viniendo a la sede central de mi gran empresa para sentarme frente a un ordenador y hacer lo que quiera, pero sin largarme de mi sitio (salvo para cumplir con las llamadas de la naturaleza que tenga a lo largo de la jornada). La situación no es buena y si los clientes no dan trabajo, los proveedores tienen dos posiblidades: despedir a los empleados que no pueden colocar o tenernos un tiempo “almacenados” por aquí hasta que aparezca alguien que nos necesite y que dé dinero por nosotros.

Es probable que exista un buen número de personas que envidien mi actual situación: no doy un palo al agua y me pagan el sueldo completo. Pero creo que incluso los que sueñen con esto, acabarían hartos en menos de una semana.

El ocio se lleva mal cuando tienes la obligación de pasarlo sentado en un sitio concreto y sin poder hacer nada que no sea accesible desde el ordenador que hay en la mesa (¡gracias a Dios tiene conexión a Internet!).

Estoy rodeado de personas a las que no conozco y que, como mucho, responden a mi saludo mañanero. Mi único nexo de unión con el resto de habitantes de esta sala es que la nómina la paga la misma empresa. No sé qué hacen unos y otros, ni ellos saben lo que hago yo (aunque seguro que sospechan que no hago nada). En el entorno laboral, los lazos amistosos se suelen crear cuando la gente trabaja en algo común o cuando uno tiene la suerte de sentarse junto a una persona afable de esas que son capaces de hacer amistad con cualquiera.

Mi “tarea” se desarrolla de modo aislado, y la gente con la que comparto mesa no es del tipo simpaticón (aunque a mi derecha se sienta un tipo gruñón que me cae muy bien). La sensación de soledad es total. Bueno, miento, la verdad es que mis antiguas compañeras me llaman por teléfono y me escriben correos con frecuencia ¡Qué haría yo sin ellas!

El ambiente por aquí es un tanto deprimente. No soy el único que parece aislado, yo diría que la mayoría de los que habitan esta zona trabajarían igual de bien, o de mal, en un despacho que les pusieran en Marte, sin nadie a su alrededor. No diré que la gente tenga que estar cotorreando con los de al lado a todas horas, pero lo que veo me resulta triste. Las únicas conversaciones animadas que oigo, se producen por teléfono. Parece que alguien haya hecho la distribución de las personas de modo que nadie esté junto a sus amigos. ¡Vaya mierda!

Ha llegado la hora de mi recreo. Me iré a la máquina de bollos a tomarme un bracito de gitano de marca Dulcesol para calmar mi hambre. Cuando estoy tomando mi bollito en soledad en medio de los ruidosos grupos que pueblan la cafetería, mi sensación de marginalidad se acrecienta enormemente (menos mal que, en el fondo, la marginalidad me gusta). A lo mejor hoy tengo suerte y me encuentro con alguien conocido (y simpático, porque si es un pesado procuraré darle esquinazo).

martes, 31 de agosto de 2010

Meteduras de pata


Como habréis comprobado los pocos que pasáis por aquí de vez en cuando, mi capacidad creativa en el ámbito literario está de capa caída. Pero eso no quiere decir que haya renegado de mi afición escritora, sino que he sucumbido a la tentación de la pereza. Procuraré enmendarme, pero no creo que lo consiga. Entretanto seguiré sorprendiéndoos de vez en cuando con alguna inopinada aparición por estos lares.

Vamos al grano. El tema de hoy, las meteduras de pata, viene a cuento de una simpática anécdota que me ha contado mi amiga Jenny (¡qué de cosas le ocurren a la Jenny!).

Estaba nuestra protagonista reunida con varios amigos jugando a “tabú”, ese juego que consiste en que uno (o varios) tiene que describir a otro (u otros) un concepto, cosa, acción, o lo que sea, pero sin utilizar ciertas palabras (incluida la que es objeto de definición).

Jenny estaba emocionada porque era su turno de adivinar lo que intentasen explicar un par de simpáticos personajes a los que acababa de conocer (hombre y mujer). Ambos revisaron la tarjetita en la que aparecía la palabra que tenían que intentar que Jenny adivinase. La leyeron, se miraron el uno a la otra y la otra al uno, pusieron cara de póker y, como única explicación se les ocurrió decir: “Es lo que somos nosotros dos”.

La emocionada sonrisa de Jenny se tornó sombría, y su brillante mirada se nubló.

-¡Vaya mierda de pista! –pensó Jenny-
-Aparte de gordos, no sé qué pueden ser estos dos” –caviló ella al constatar la evidencia de su sobrepeso-
-Pero no puedo decir eso, a lo mejor les molesta.
-Vamos a ver ¿qué otra cosa pueden ser estos dos gordos? Calvos no, porque eso lo es él nada más. Elegantes tampoco, porque él ha venido con un chándal de los Escolapios y ella con unas mallas que no consiguen atrapar sus lorzas abdominales. ¿Guapos? ¡No! Ni de coña. ¿Feos? Un poco, pero es más duro decir “feos” que “gordos”.
-Es que sólo les veo unidos por la gordura. Tiene que ser eso.
-Pues nada, esa debe ser la palabra que se oculta tras su escueta pista, pero debo decirlo del modo más educado posible.
-A ver cómo lo digo. ¿Obesos? No, que eso implica demasiada gordura. ¿Gorditos? Tampoco, que queda demasiado ridículo.

¡Ya lo tengo!

Jenny, tras esa larga meditación interna, se decidió y espetó: ¡Gruesos!

Los dos amigos se quedaron patidifusos. La chica se quedó callada y un tanto azorada, y el chico dijo: ¡Te has pasado Jenny!

La palabra que intentaron explicar, con nulo éxito, era “solteros”. ¡Ambos eran solteros! ¡Cómo pudo Jenny no caer en ello!

¡Vaya cagada! Jenny no sabía dónde meterse ¡qué vergüenza pasó la pobre! Ni siquiera las risas del resto de los congregados alrededor de aquel tablero de juego sirvieron para aplacar el rubor que se concentraba en sus mejillas y las ganas de ser tragada por la tierra.

Jenny nunca ha vuelto a ver a esos dos amigos. ¿Le guardarán rencor por aquello? ¡Quién sabe! De todos modos, para contrarrestar el mal trago que pasó nuestra amiga, desde aquí quiero hacerle llegar todo mi apoyo y, si me lo permitís, el de esta inmensa familia de Libertad Diodenal.

Ahora, si aún hay alguien por ahí, os ruego que os animéis a contar alguna metedura de pata simpática de la que hayáis sido protagonistas o, mejor aún, víctimas.

martes, 27 de julio de 2010

Se acaban las vacaciones

Se van terminando mis vacaciones y no he hecho ni caso al blog. Si os digo que no he tenido tiempo de hacerlo no os lo creeréis, así que mejor no os lo digo. El caso es que, a pesar de no haber abandonado mi hogar (cada noche he dormido en mi camita) las vacaciones han resultado gratas: he pedaleado, corrido y nadado con prodigalidad; he paseado algún día por el monte y he tenido tiempo de volver a ver a alguna que otra persona de esas a las que veo de higos a brevas. También he visto esa gran serie televisiva llamada “The Pacific” y la cuarta temprada de “Heroes”. ¡Incluso me ha dado tiempo a leer una bellísima novela (“Juntos, nada más” de Anna Gavalda). ¿Qué más se puede pedir para unas vacaciones? ¡Y todo sin abandonar mi residencia habitual!

Aprovecharé que he cogido carrerilla para contar una cosa sin interés (como es habitual). El domingo pasado fui a pedalear al monte con un grupo de ciclistas (éramos doce y sólo conocía a dos de ellos) y yo era el único que no llevaba casco. Unos cuantos de los asistentes se preocuparon por mí y me instaron a llevarlo para evitar quedarme tieso, o tonto (aún no saben que esto último ya no lo puedo evitar) en una caída. Yo les dije que me parece excelente que quien quiera use el casco, rodilleras, traje de motorista y airbag (también los hay para motoristas, así que se podrán usar en una bicicleta), pero que, de momento, yo no veía la necesidad de usarlo. Sí, soy un inconsciente, tanto como lo éramos todos hace diez años.

Ahora veo a gente que sale a dar una vuelta por su jardín que se pone el casco. También hay quien saca a los niños de cuatro años con su “correpasillos” y les pone casco (un tanto volandero). Me parece bien que la gente sea tan cuidadosa con estas cosas. Yo creo que exageran un poco, pero no pasa nada por exagerar, no hacen mal a nadie y pueden ahorrarse algún susto.

Lo que no entiendo es que algunos, como los que estaban preocupados por mi integridad física, tras el periplo se tomaran un par de jarras de medio litro de cerveza (con alcohol) y, acto seguido, cogieran el coche para regresar a sus hogares. Cierto es que no les ocurrió nada. No sé si con un litro de cerveza en el cuerpo el nivel de alcoholemia es suficientemente elevado como para no deber conducir (creo que sí), pero me llama la atención el extraño criterio que tenemos sobre lo que es peligroso y lo que no lo es.

Yo, por no llevar el casco, me pongo en peligro a mí, pero a nadie más. El que bebe más de la cuenta y se pone a conducir, pone en peligro a otros (además de a sí mismo). Creo que, a pesar de que soy un necio inconsciente, mi actitud es menos estulta que la de los que usan el casco incluso para cagar y luego conducen tras haber ingerido un litro de cerveza.

También tengo que añadir que yo, en las bajadas por caminos o carreteras de monte, donde nunca sabes cuándo puede aparecer un bache, desciendo con cuidadito para evitar pegarme un trompazo. Nuestros prudentes amigos del casco se dejaban caer a velocidades que superaron los 70 Km/h. No pasó nada, pero me temo que un casco no les hubiese salvado de quedarse hechos una mierda, o de viajar a la quinta dimensión, en caso de pillar un socavón o, peor aún, encontrarse de frente con algún otro grupo de esforzados ciclistas subiendo por la cuesta que bajaban como alma que lleva el diablo.

Bueno, ya me he justificado para seguir sin llevar casco en los lugares en los que la ley no lo exige. Ahora aprovecharé para hacer publicidad de un dispositivo que vende uno de mis hermanos. Es un cigarrillo electrónico que sirve para fumar sin hacerse daño y, lo que es más importante, sin molestar a los demás. Son unos cigarros de plastiquete con un dispositivo eléctrónico que se carga mediante un conector USB. Aportan nicotina al que la quiera o, sencillamente, permiten inhalar un vapor aromático que no es perjudicial y que sirve para perfumar el ambiente y la bocaza.

No cuento nada más porque seguro que digo alguna cosa que no es cierta. Es mejor que echéis un vistazo a la web y que recomendéis este maravilloso producto a todo aquel que esté cerca de vosotros echando humo sin parar.

domingo, 20 de junio de 2010

El post de Junio

Se acaba Junio, termina la primavera, se aprueba la reforma laboral, el calor no llega… Y yo sigo sin escribir nada en Libertad Diodenal. ¡Esto es intolerable! Es una falta de respeto a mis innumerables lectores, entre los que ahora, sin duda, se encuentra Yan Lun Chem, el chino que se hizo pasar por Kashuma y cuya verdadera identidad conocemos gracias a Agustín, el bilbaíno que facilitó a la policía su captura (de breve duración, eso sí).

Estoy harto de la crisis y el fútbol no me interesa lo más mínimo, así que me limitaré a contaros cualquier cosa carente de interés.

Esta mañana me he dado una vuelta en bicicleta y, como he llegado bastante cansado, en lugar de coger el Metro para ir a gorronear comida a casa de mis padres, he optado por acudir a Burger King (a estas alturas todos sabéis que es mi restaurante favorito). Mientras degustaba mi menú (Whopper, patatas y Cocacola), se ha sentado en una mesa cercana un caballero de buena altura y mejor peso. Llevaba una bandeja con un par de menús normales y otra con un menú infantil. Ha comenzado a comer sus patatas y su hamburguesa sin esperar a sus acompañantes (yo también lo hubiese hecho porque hoy estaba hambriento).

Al cabo de unos minutos han llegado una mujer bajita (le colgaban los pies al sentarse) y un niño que no llegaría a los tres años. Se han sentado sin dirigir la palabra al grandullón y sin que este dijera nada, ni con la boca ni con sus gestos. De hecho ha mantenido la mirada fija en algún punto del infinito o, cuando se disponía a dar un nuevo bocado, en su hamburguesa.

Yo he seguido con la degustación de mis viandas y, como estaba solo, he prestado atención a esa curiosa familia. En algún momento he pensado que, tal vez, el hombretón tuviese alguna enfermedad cuyos síntomas consisten en una total falta de expresividad ¡Quién sabe!

Mientras los veía pensaba que es preferible comer solo, como yo, que acompañado de alguien con quien no tienes nada de que hablar. Que no hablasen el hombre y la mujer, hasta puede ser normal (tras unos años de convivencia pueden estar ya cansados de contarse siempre las mismas cosas), pero lo más extraño era que el pequeñajo tampoco decía nada. Esta familia (o lo que fuera) guarda grandes secretos que me gustaría desvelar.

Mi comida se acabó y, como no tenía nada que leer para mantenerme en mi sitio sin que sospechasen que estaba cotilleando (se me nota demasiado cuando lo hago), me he marchado a casa.

Por el camino de regreso junto a un contenedor de basura en el que media hora antes no había nada, he visto la CPU de un ordenador. Era igualito que uno que tengo en casa para hacer experimentos. Me he detenido junto a él y, al ver que estaba aparentemente entero. Tenía tarjeta de vídeo, sintonizador de televisión, dos grabadoras de DVD, lector de tarjetas SD y, por el peso, seguro que tenía uno o varios discos duros dentro.

No lo he dudado un momento, lo he cogido y aquí lo tengo en proceso de instalación del Windows 7 (lo he comprado por Internet, ya sabéis que yo siempre respeto la legalidad). El PC está perfecto, no tiene nada roto. Tiene 2 GB de memoria, dos discos duros (de 70 y de 170 GB).

Hay demasiada gente que tira a la basura PC’s en perfecto estado porque tienen algún virus o, en otras ocasiones, porque alguien les ha convencido de que un ordenador de más de cuatro años ya no vale para nada ¡Cuánto charlatán hay por el mundo!

¡VIVA LA CRISIS! Todos a llorar mientras tiramos a la basura aparatos perfectamente útiles para gastarnos dinero en otros que no nos hacen falta.

Por hoy (y por este mes) ya ha sido bastante. A seguir bien.

lunes, 10 de mayo de 2010

Kashuma, te tenemos acorralado

Kashuma sigue actuando en España. La semana pasada timó, por lo menos, a un pamplonés y a un bilbaíno llamado Agustín. Este último ha decidido crear un blog dedicado a dar a conocer a nuestro intrépido timador. A ver si conseguimos acorralarlo y podemos quedar con él para saludarle (¡Hace tantos años que no lo veo!). En pocos días se cumplirán cuatro años de aquel día en que fui timado y conté la épica historia en mi blog. Por allí suele aparecer de vez en cuando el comentario de alguna nueva víctima del timo. Gracias a eso, sabemos que el japonés de la gorra lleva ya bastantes meses en la cornisa cantábrica (le habrá recomendado el médico el clima húmedo). Cada vez estamos más cerca de acabar con el chollo de nuestro músico de la coleta. No podemos tolerar que, con el paro que hay, Kashuma siga teniendo “trabajo”.

Hoy no me enrollo más porque esta entrada es sólo para publicitar el blog de Agustín. Mis rollos los dejo para otro momento.
Un saludo a Agustín. Cuentas con todo mi apoyo y, por supuesto, con el de los lectores de Libertad Diodenal (me encanta erigirme en representante de quienes no me han votado).


ACTUALIZACIÓN 13-05-2010

¡Kashuma ha sido atrapado!

Nuestro intrépido amigo Agustín, ayudado de un confidente que localizó al japonés de los dientes amarillos, pudo dar caza al músico timador y ponerlo en manos de la policía. Podéis leer la historia aquí.

¡VIVA LA ACCIÓN CIUDADANA!

sábado, 10 de abril de 2010

Los peligros del correo electrónico

Ayer fui partícipe de una simpática historia que quiero compartir con vosotros para haceros perder el tiempo.

El marco en el que tuvo lugar la aventura fue el centro laboral al que acudo cada día para desarrollarme como persona humana y, sobre todo, como necio. Como ocurre en casi todos los entornos de oficina, el correo electrónico se usa con profusión para intercambiar información de todo tipo pero, mayoritariamente, confusa, mal redactada e inútil.

Sirva ese rollo como introducción para que vayáis poniéndoos nerviosos esperando ver a dónde llega todo esto.

Nuestro trabajo de informáticos consiste en hacer cosas que otros nos mandan, pero como cada vez hay más personas que mandan y más cosas que hacer, todo se lía mucho. Gente a la que no conocemos hace cosas que ignoramos en qué consisten. Nosotros hacemos otras cosas que los otros ignoran también. Y, para que todo adquiera sentido, alguna persona que tiene visión global (eso es lo que creen algunos) de lo que unos y otros hacemos, decide que las cosas se interconecten. El caso es que lo que, en principio es sencillo, acaba siendo un infierno porque los que hacemos esas conexiones, seguimos nadando en la ignorancia de aquello que conectamos.

Otras personas se dedican a probar esa cosa rara que ha aparecido como resultado de la conexión entre programas y, obviamente, aparecen errores. Esos errores acaban transmitiéndomelos a mí (podrían transmitírselos, por lo menos, a otras dos o tres personas, pero mi calva debe de ser más brillante y se ve desde más lejos). Yo reviso la cosa y, si veo que el problema radica en lo que yo he hecho, comunico mi metedura de pata, arreglo la cosa y todo queda solucionado. Si, por el contrario, detecto problemas en otros puntos, comunico de qué se trata y, con el problema identificado (tras varias horas de compleja y profesional investigación) transmito a la persona responsable el resultado de mis pesquisas para que se arregle el problema (a veces incluso agradecen mi labor, otras se limitan a arreglarlo y pasan de mí).

El caso es que ayer no supe resolver la incidencia que me comunicaron. Redacté un documento en el que explicaba por qué no podía ni sabía resolver aquello y se lo envié a la persona de la que dependo (mi jefa, para entendernos). Lo que decía en el correo no tiene mayor trascendencia, pero lo que se desencadenó a partir de ahí fue muy divertido.

Aquí van los correos (he cambiado los nombres para preservar la intimidad de los protagonistas).

Todo comienza con algo parecido a esto:

De: Meteorismo Galáctico
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 8:55
Para: Belén Esteban
CC: Kiko Hernández; Carmen Lomana
Asunto: RE: Incidencia ESP:59941

Buenos días Belén:

No he conseguido reproducir la incidencia que me habéis enviado. Necesito más información para saber cómo llegar a los puntos en los que se dice que se produce ese error. Accediendo por donde yo sé hacerlo, no ocurre lo que se dice.

Belén quiere compartir con Kiko sus sentimientos de impotencia por la ineptitud de Meteorismo pero, al recolocar los destinatarios, se equivoca y me pone a mí en lugar de a Kiko.

De: Belén Esteban
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 8:59

Para: Meteorismo Galáctico
Asunto: RV: Incidencia ESP:59941

Joder, el figura nunca resuelve nada
Un saludo,

Yo, al ver el correo, me quedé un tanto perplejo porque nunca había visto a Belén escribir un mensaje en ese tono. Compartí la misiva con mis dos compañeras, amigas y confidentes para ver qué opinaban ellas y, riéndose, me señalaron diciendo: ¡Eres el figura!

Pensé ir a hablar con Belén para aclarar el tema y, de paso, reírme un rato de la situación al verla azorada, pero llegó otro mensaje que me instaba a resolver otros problemas detectados en el mismo programa basuril, así que antepuse mi deber de profesional a mi deseo de reírme y pospuse la visita.

Pasado un rato, cuando ya había descubierto alguna cosilla que podía resolver del nuevo problema planteado, decidí escribir el mensaje siguiente:

De: Meteorismo Galáctico
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 10:11
Para: Belén Esteban
Asunto: RE: Incidencia ESP:59941

Hola Belén:

(Leer con tono simpático).

Esto del correo tiene mucho peligro pero a la vez es la mar de divertido. Creo que el destinatario que has puesto en este mensaje no tenía que ser yo ¡Maldición! Pero reconozco que me divierte pensar que soy “el figura” que no resuelve nunca nada.

A ver si consigo limpiar mi honor resolviendo algo de la nueva incidencia que han enviado.

Un saludo.

Me encantaría haber visto la cara de Belén al leer mi correo, pero hay gozos que nos están vedados. El caso es que ella fue elegante y supo reconocer que había metido la pata. Mantuvo el tono simpático y esto es lo que me envió:

De: Belén Esteban
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 10:16
Para: Meteorismo Galáctico
Asunto: RE: Incidencia ESP:59941

Efectivamente, leer en tono simpático.
Yo sí que soy una figura que no resuelve nada, y encima esto que lo llevaba Lydia Lozano que está de baja ahora y me lo han endosado a mí, ni p. idea… En fin, que me perdones y que me puedes llamar lo que quieras.


Me cuesta no ser el último en hablar durante un debate, así que seguí adelante:

De: Meteorismo Galáctico
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 10:21

Para: Belén Esteban
Asunto: RE: Incidencia ESP:59941

No te preocupes ni un poco, Belén. No sabes lo divertidas que me parecen estas confusiones generadas por correos enviados a la persona equivocada (yo he metido la pata más de una vez). Además, esta mierda de evolutivo puede sacar de sus casillas a cualquiera (Lydia no lo habría aguantado y se habría ido a buscar a la hija de Al Bano y Romina Power).

Lo de “figura” supongo que lo habrás dicho por mi envidiable tipín, así que, en el fondo, me he sentido halagado.

Ni se te ocurra sentirte mal por esta tontería. A mí me ha encantado.

Parece que a Belén tampoco le gusta que sea otro el que termine las conversaciones. Me venció y fue ella la que terminó el debate.

De: Belén Esteban
Enviado el: viernes, 09 de abril de 2010 10:26
Para: Meteorismo Galáctico
Asunto: RE: Incidencia ESP:59941

Jaja, eres un figura, sin duda.
Gracias

Pasado un rato me acerqué a su despacho para comentarle unas cosas relativas al trabajo (o lo que sea eso que hacemos) y, al verme, escondió la cara entre sus manos mientras decía “¡qué vergüenza! Perdóname”. Yo, con esas cualidades que mi nuevo talante progresista me ha dado, sonreí, le di una palmadita en la espalda y le dije “tranquila Belén, no pasa nada, ha sido todo muy simpático”. Seguimos hablando de lo que me había llevado a su despacho y allí terminó la cosa.

Reconozco que, a pesar de lo gracioso de la situación, estoy dolido por haberse puesto en duda mi profesionalidad, sobre todo porque yo pensaba que, tras varios años deambulando por otras empresas en las que mi trabajo consistía en no hacer nada o en hacer cosas evidentemente inútiles, ahora llevaba un tiempo pensando que, de entre las decenas de memeces que tengo que hacer diariamente, a veces sacaba adelante alguna cosa útil o resolvía algún que otro problema con cierta eficacia.

Saber que soy considerado “el figura que nunca resuelve nada” me ha abierto los ojos. Tendré que cambiar mi táctica y aplicar esas técnicas de paripé que Viajero Estelar (antes conocido como Antares) y yo hemos aprendido de los grandes maestros que hemos tenido como jefes en nuestra dilatada andadura profesional. Desde el lunes comenzaré a aplicar estas excelentes normas para alcanzar el éxito:

1-Afirmar con rotundidad aquello que se desconoce.
2-Confirmar la corrección de lo que se sabe que está mal.
3-Decir que la absurda burocracia que se nos impone es valiosísima para alcanzar altas cotas de calidad en los “deliverables”.
4-Planificar el trabajo con “plazos agresivos”.

Seguro que vosotros podréis aportar más puntos a esta lista hasta convertirla en un decálogo (por razones que desconozco, ninguna lista que tenga menos de diez puntos es tenida en cuenta para nada).

P.D.- El problema que no supe resolver, finalmente fue asumido por otro grupo, con lo que quedó acreditado que “el figura”, ciertamente, no era responsable de aquello.

domingo, 10 de enero de 2010

Recluido

Llevo dos días encerrado en casa sin salir a la calle a causa de un malestar general que me tiene más atontado de lo habitual. Mis actividades se reducen a: Dormir, oír la radio, ver la tele, leer, consultar mi correo, cotillear alguna cosa por Internet, comer frugalmente y, por supuesto, cagar.

La verdad es que hasta que no he confeccionado la lista de mis actividades tenía la impresión de que no estaba haciendo casi nada, pero ahora que he enumerado lo que he estado haciendo, me da la impresión de que he sido hiperactivo.

Tengo que reconocer que si la enfermedad no me hubiese tenido postrado, la lista de tareas realizadas sólo se habría incrementado con la de correr pero, teniendo en cuenta el frío que hace, no sé si la hubiese llevado a cabo. Tal escasez de actividad social en mis fines de semana consigue que incluso me agraden los lunes (como a Carlos Herrera) para volver al trabajo y charlar con unos y otros de temas tan apasionantes como la expulsión de Arturo de Gran Hermano o de las necedades varias en las que ocupamos nuestra energía laboral.

Esta mañana he estado viendo en la tele unos cuantos programas que me han resultado de lo más interesante, incluso creo que no están catalogados como telebasura, para que veáis que a veces tengo gustos de intelectual. Uno lo he visto en Antena 3 y era de un mago enmascarado que explicaba los trucos de sus números. Me ha encantado. Probablemente sea un mago poco querido por sus compañeros de profesión, pero supongo que hoy en día, buscando por Internet, se podrá encontrar información sobre ese tipo de cosas con tanta facilidad como se encuentra el diámetro del “ojete” de cualquier estrella del porno (es una medida que se les solicita en los casting).

Después he estado viendo el la Sexta un documental sobre un hipotético puente que podría construirse sobre el estrecho de Bering y otro que explicaba cómo se cambian los cables de las líneas de alta tensión. Muy interesantes ambos. Para que luego digan que es mejor no ver la televisión.

Ha nevado y la calle se ha cubierto de un fino manto blanco. Me gustaría bajar para dejar mis huellas en la nieve, pero creo que esperaré a mañana, no vaya a ser que recaiga a causa del frío y tenga que quedarme sin ir a trabajar (¡Eso jamás!).

Última noticia: Federico Jiménez-Losantos ha quedado atrapado en Orihuela del Tremedal y no podrá acudir mañana a su encuentro con las ondas de Es-Radio.

Me parece una tremenda falta de previsión por parte de nuestro simpático locutor. ¿Acaso no llevaban avisando de estas cosas las autoridades desde hace días? ¡Intolerable falta de responsabilidad! Don Federico se debe a su audiencia y debería haber regresado a Madrid antes de desencadenarse este último temporal.

Creo que, dado el poco interés que tiene lo que estoy contando, os daréis cuenta de lo necesitado que estaba de comunicarme con alguien (aunque sea por escrito) para salir del ostracismo total en el que me he sumido durante estos dos días.

Ya me siento mejor, incluso me he duchado y me he afeitado el cráneo para dejar de tener pinta de enfermo.
P.D.-La imagen con la que he adornado esta necia intervención corresponde al patio de mi comunidad vecinal. La nieve lo deja todo muy bello y nos brinda una excusa perfecta para no ir a trabajar. ¡VIVA LA NIEVE!

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La maldición del "reworking"

Esta mañana mi compañera Jenny (la protagonista de la aventura del enano gruñón) y yo hemos protagonizado una escena del más puro paripé profesional.

La cosa consistía en que Jenny tenía que revisar unos documentos y diagramas creados por mi mano maestra. La revisión serviría para detectar los fallos que pudiese haber (mínimos, por supuesto).

Con esta nueva tarea de revisión por parte de alguien ajeno al proyecto, se trata de evitar algo que han decidido llamar “reworking”, que no es más que eso que se suele hacer para refinar las cosas: Primero se diseña algo, luego se construye, más tarde se prueba y, si se detecta algún error o algo que puede mejorarse, se rediseña y se reconstruye. Y así tantas veces como se necesite hasta conseguir algo decente o que se canse el pobre diablo que lleva esperando meses a que se le entregue un “deliverable” (las palabras inglesas se usan mucho cuando se hace el paripé).

Al proscribir el “reworking” se pretende que lo que se diseña sea perfecto y no requiera modificación alguna. Obviamente esta tontería sólo puede habérsele ocurrido a alguien que en su vida a hecho algo más complejo que la “o” con un canuto.

Si Jenny hubiese revisado en soledad lo que yo he creado, habría podido detectar errores gramaticales o algún fallo garrafal en las cosas más técnicas, pero le habría sido complicado (como me habría pasado a mí en similar situación) detectar problemas menos superficiales a no ser que volviese a hacer el trabajo que ya hice yo (leer los requisitos y pensar cómo llevar a cabo la solución).

Tras comentar la memez impuesta, mi admirada compañera y yo hemos decidido ejecutarla pero, eso sí, con ciertas variaciones que expongo a continuación:

1-Yo explicaría a Jenny lo que había hecho en lugar de dejarla sola ante tal marabunta de soporíferos documentos.
2-Jenny atendería con interés a mis sabias explicaciones y diría que todo está muy bien y que es muy bonito.
3-El proceso explicativo se aderezaría con continuos comentarios hilarantes y con cotilleos variados.

Con este plan alternativo hemos conseguido culminar con éxito y risas la revisión de mi profesional trabajo y, además, hemos detectado tres erratillas (poca cosa, ya sabéis que casi nunca yerro).

Tan bien ha salido la cosa que he nombrado a Jenny Supervisora General del Departamento Anti-Reworking. Ahora sólo falta hacerle una placa para que la exhiba con orgullo en su mesa y conseguir que se oficialicen los tres puntos extra que hemos añadido a la necia tarea de supervisión.

viernes, 13 de noviembre de 2009

El "caminito"

Tras casi un mes sin deleitaros con mi pedante prosa, me reincorporo a mis tareas de redactor jefe de Libertad Diodenal para ejercitar mis dedos que, por falta de ejercicio, ya están echando michelines.

Comenzaré contando algo que me ha dicho una simpática compañera de trabajo esta mañana mientras hablábamos de los hábitos humanos en el retrete. Ella me ha contado, con cierta desazón, que no entiende por qué razón algunas mujeres (ella hablaba de los retretes femeninos, claro) tienen la manía de dejar marcado el “caminito” por el que ha ido pasando “lo que han soltado”.Yo, en mi afán por acabar con los tabúes escatológicos, mientras me partía de risa le preguntaba si se refería a las zurrapas dejadas por falta de uso de la escobilla. Ella ha comenzado también a reírse, un tanto azorada, mientras asentía con gran hilaridad.

Esta aventura retretil me ha recordado otra acontecida en el mismo escenario (esta vez en el de los seres humanos masculinos). En aquella ocasión estaba yo aligerando mi vejiga en el urinario cuando pude oír el sonido de la cisterna del retrete contiguo vaciándose. Me puse alerta para saludar a quien saliera del excusado y, antes de que saliera éste, pude escuchar con total nitidez la siguiente frase en tono admirativo: ¡Vaya cagada!

La risa se apoderó de mí pero tuve que aguantarla para evitar que el cagón, que estaba a punto de hacer su aparición estelar en el recinto común de los servicios, se sintiese azorado por mi presencia. ¡Qué gran personaje!

Las dos sandeces que acabo de referir indican que en nuestra avanzada sociedad aún existen excesivos tabúes a la hora de expresarnos acerca de la caca y sus derivados. Estamos acostumbrados a ver cómo se montan talleres en los que se alecciona a los alumnos en las artes sexuales y en el uso de todo tipo de aparatejos para introducir por los orificios corporales o en los que introducir aquello que sobresale de nosotros, así que ¿por qué no montar talleres de educación escatológica?

¿Acaso sabe todo el mundo cuál es el modo más eficaz de limpiarse la entrenalga tras una deposición de textura pegajosa? ¿Se conoce el modo de optimizar el uso del papel higiénico (esto podría salvar miles de hectáreas de bosques amazónicos)?

Es necesario instruir a los ciudadanos y ciudadanas en las normas básicas para utilizar los váteres públicos. Alguien debería contar a nuestros adolescentes que no está bien montar “museos del moco” tras las puertas de las cabinas retretiles y que tampoco es de recibo dejar a la vista “el caminito” de nuestras heces porque las del siguiente ya saben la ruta que tienen que tomar sin necesidad de que les den pistas.

Cambiando drásticamente de tema, contaré que esta semana parece que hemos tenido un cartero en pruebas. Sólo eso puede explicar que el martes hubiera algo así como nueve cartas (en un bloque de diez viviendas) de portales con números totalmente diferentes al nuestro repartidas entre nuestros buzones. Las cartas fueron pinchadas en el corcho del portal para que el atontado cartero se diese cuenta de su error y lo corrigiese.

Lo de las cartas pinchadas en el corcho viene a cuento porque al día siguiente las cartas ya no estaban (el cartero debió llevárselas), pero en su lugar había un par de bragas de color carne situadas en el mismo lugar que el día anterior ocuparon las cartas y atravesadas por la misma chincheta (estaban limpias y sin rastros de frenazos). Supongo que la ventolera de estos días hizo volar las prendas íntimas sobre la cabeza de algún vecino y éste, intentando ser solidario con la dueña, las puso en el lugar más visible que pudo. De paso consiguió hacerme reír un rato.

domingo, 30 de agosto de 2009

Fin de semana luctuoso

Este fin de semana he estado de entierro y, como hace mucho que no os cuento nada, he decidido ponerme frente al teclado para ver si puedo sacar algo de interés de estas luctuosas aventuras.

Murió una tía de mi padre que ya tenía un buen lote de años y llevaba un tiempo bastante pachucha, así que no ha sido nada que nos haya pillado por sorpresa ni que haya causado conmoción. A lo mejor os parezco un malvado por decir eso, pero yo diría que cuando alguien muere de viejo tras una larga temporada de deterioro, el impacto emocional es bastante escaso, por lo menos en una persona de corazón pétreo como el mío.

Nuestra tía falleció el viernes y el entierro fue el sábado. Salimos de Madrid con tiempo suficiente para llegar el mismo sábado al entierro que tuvo lugar en un pueblo albaceteño. Allí nos encontramos con primos, tíos y parientes de todo tipo a los que, por no tratar casi nunca, yo apenas conocía y que, contraviniendo las instrucciones de la ministra de sanidad, besamos o estrechamos sus manos con prodigalidad. En menos de diez minutos comuniqué mi nombre y mi procedencia (tenía que decir que soy hijo “del José” para que me identificasen) a no menos de veinte personas que, con gran cortesía y simpatía, hicieron lo propio conmigo, a pesar de lo cual no pude enterarme del parentesco que teníamos.

También volví a ver a dos primos y dos primas a los que hacía años que no veía pero con los que he tenido algún trato. Con ellos la cosa fue más fluida y menos “paripeística”, incluso tengo que decir que fue muy agradable el reencuentro.

Antes del entierro tuvo lugar la misa de “corpore insepulto” en la que la familia más cercana a la fenecida se situó, como es habitual en estos ritos, en la primera fila. Finalizada la misa se formó la habitual cola de personas que pasaban a expresar sus condolencias a los familiares de la primera fila (nuevamente se obviaron los consejos de prevención de la gripe A). Yo, que ya había saludado a los familiares antes de la misa, me hice el sueco y no me acoplé a tan larga fila (parecía que en cualquier momento se iban a arrancar a bailar la yenka).

Finalizada la misa, el féretro volvió a ser introducido en el coche fúnebre con las habituales coronas de flores (que valen un riñón y no sirven para nada) y nos fuimos al cementerio en comitiva. Allí se introdujo la caja en el nicho correspondiente y, mientras un simpático personaje tabicaba el receptáculo, unos miraban y otros andábamos charlando para ponernos al día después de tantos años sin vernos.

Todo tocó a su fin y volvimos a enredarnos en besos, estrechamientos de manos y abrazos para despedirnos de todas esas personas a las que habíamos saludado hace unas horas.

El maltrecho cuerpo de nuestra tía descansaba en paz y el resto de los mortales que aún seguimos danto el tostón por este mundo nos fuimos con viento fresco, cada mochuelo a su olivo.

Siempre que asisto a algún entierro o funeral me doy cuenta de lo prestos que acudimos a este tipo de eventos y del montaje que se puede llevar a cabo en unas pocas horas. También veo la cantidad de sandeces que hacemos para agasajar al cadáver de alguien a quien en vida hicimos poco o ningún caso. No diré que todo el mundo que acude a un velatorio, funeral o entierro lo haga por aparentar o por cumplir con la familia o los amigos, pero sí creo que un gran porcentaje de los que vamos lo hacemos para evitar suspicacias y malos rollos familiares, sin que esto implique que no tuviésemos un mínimo de respeto y cariño por la persona fenecida (a pesar de las escasas o nulas muestras que le dimos de ello durante su vida).

Supongo que no estaría de más que las cosas cambiasen un poco para hacer menos caso a los cadáveres y un poco más a los que aún tienen vida, pero tengo que reconocer que eso supone un esfuerzo exagerado porque, después de todo, al cadáver sólo hay que dedicarle unas pocas horas (bastante pesadas, eso sí), pero un vivo puede requerir de una vida entera de atenciones, y eso es bastante duro (o eso me parece a mí).

miércoles, 22 de julio de 2009

Atracar bancos está de moda


No sé si creerme la noticia que leo en Libertad Digital acerca del incremento de atracos a bancos por parte de primerizos inexpertos que necesitan el dinero para afrontar la escasez monetaria que les ha provocado la crisis y, en muchas ocasiones, su falta de previsión y esa manía que tienen muchos de vivir por encima de sus posibilidades.

Comentan el caso de un contratista que llegó a robar cinco bancos para intentar pagar a sus empleados. Sólo consiguió 80.000 euros en esos atracos, así que parece que sus esfuerzos no fueron muy exitosos. 80.000 euros en un atraco no estaría mal, pero en cinco parece una birria.

De momento yo no me he visto en la necesidad de tener que decidir entre robar o mendigar, pero llegado el caso supongo que me decidiría por la mendicidad o, más probablemente, por morirme de hambre y no pedir ayuda. Esto me recuerda una simpática anécdota que me ocurrió hace muchos años. Acompañé a una amiga en el Metro a su casa y cuando me disponía a comprar el billete de vuelta para regresar (creo que aún no existía el Bono-Metro), me di cuenta de que me faltaba un duro para completar el precio requerido. Yo dejé en la ventanilla todo lo que tenía y pedí el billete esperando que la taquillera no se diese cuenta de la falta de las cinco pesetas, pero mi esperanza fue vana. ¡Por supuesto que se dio cuenta! Y, además, no fue sensible a mi cara de tristeza al decirle que me había despistado y había salido de casa con un duro de menos.

Salí del suburbano pensando qué hacer. Lo de pedir un duro a alguien me pasó por la cabeza, pero me daba tanta vergüenza que pensasen que era el típico jeta que cuenta una historia triste para conseguir dinero (algo parecido a lo que hace nuestro amigo Kashuma) que decidí comenzar a trotar hacia mi casa (estaría a unos diez kilómetros) vestido con pantalones de pinzas y calzado con unos zapatos que me estaban ligeramente apretados (los pantalones tampoco andaban muy holgados).

Cuando llevaba un par de Km recorridos, el sudor me cubría las partes visibles y empapaba mis prendas íntimas y los zapatos comenzaban a hacerse notar más de lo debido, así que decidí que me armaría de valor y pediría a alguien el duro que me faltaba. Me acerqué a la estación de Metro más cercana y me dirigí a unos chavales que había allí hablando amigablemente entre sí. Les dije que necesitaba un duro para regresar a casa y que si no me creían les comprendería porque había demasiada gente contando milongas para sacarse unos cuartos. Comenzaba yo a enrollarme divagando sobre la sinvergonzonería de algunos cuando uno de los chavales, haciendo ademán de que no era necesario que siguiera con el rollo, me tendió un duro y me lo dio sonriendo. Yo se lo agradecí y me sumergí alegre en las profundidades del Metro.

Esta ha sido mi única experiencia mendicante. A la vista del botín que saqué, creo que no estoy preparado adecuadamente para vivir de la caridad ajena. Me temo que yo tendría que dedicarme al atraco de bancos ¿Alguien se anima a unirse a mí para crear una banda de ladrones?

domingo, 21 de junio de 2009

Una película, un concierto y una carrera

Acabo de ver una película que me ha gustado: The reader. Dura dos horas y seguro que a mucha gente le parecerá un tostón, pero ya sabéis que mi gusto es un tanto paleto (según el juicio de otros). Como no sé lo que voy a contar de la película, pondré esa sandez de ¡ATENCIÓN, SPOILER! para que gente como Antares no me demande por atentar contra el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a vivir sin la tensión de que nadie les reviente la trama de un “flin”.

Aparte de las escenas de “seso” entre un mozalbete y una mujer madura que sirven para mantener despierto al público para ver hasta qué punto de escabrosidad se llega, la historia subyacente de una antigua “miembra” de las SS tiene su interés. A un lerdo como yo le ha hecho pensar en el sentido que tiene juzgar hechos acaecidos hace veinte años y condenar por ellos a personas que, probablemente, ya se hayan reformado y que jamás volverían a cometer barbaridades semejantes a las de aquellos tiempos.

En la Alemania nazi supongo que serían escasos los que no estuviesen alistados en algún grupo relacionado con aquel putrefacto régimen. Era lo que había y, como pasa casi siempre con los fenómenos de masas, Vicente va donde va la gente, incluso aunque la gente vaya a lanzarse por un precipicio o, como en aquel caso, a lanzar a otros (esto último suele contar siempre con más seguidores).

No digo que haya que olvidar sistemáticamente toda tropelía cometida en el pasado, pero sí que sería deseable tener en cuenta la situación actual de los delincuentes de épocas remotas. Las personas, como todo en este mundo o, poniéndonos en plan esotérico, en esta dimensión, cambian y, en ocasiones, cambian mucho, así que no le veo sentido a meter en la cárcel a alguien que ahora no supone peligro para nadie (ya sé que esto no se puede saber nunca con certeza, pero lo contrario tampoco).

Y ahora, cambiando a un tema que no tiene absolutamente nada que ver con la película, diré que ayer pasé una grata jornada campestre en las Hoces del Duratón remando en canoa con unas cuantas personas. Eramos trece pero no íbamos todos en la misma canoa, en tal caso la canoa habría parecido el barco de Vickie el Vikingo. De esas personas conocía únicamente a dos al comenzar la jornada y, al finalizar, conocía a todos (aunque los nombres aún los confundo). Digo esto para aportar una prueba que avala mi tesis de que es más fácil llegar a conocer a la gente en situaciones campestres que en locales de “divertimento” nocturno. Lo de divertimento lo pongo entre comillas porque a mí me parecen locales de aburrimiento, pero eso son cosas mías que, como sabéis, soy muy raro.

Lo mejor de la jornada fue el regreso en el convoy en el que yo iba (tres mujeres y yo, que soy tan simpático como ellas). La dueña del coche puso un CD titulado por ella misma como “Música para cantar. Volumen I” y, a fe mía que cantamos ¡Qué grandiosa recopilación de “ésitos”! El “concierto” comenzó con Aire del grandísimo Pedro Marín (al ver lo de "Aire" estoy seguro de que Antares ha pensado en algún escape flatulento). Seguimos con Libre de Nino Bravo, La chica ye-ye de Conchita Velasco y ¡cómo no! ese grandioso tema de Camilo Blanes, Vivir así es morir de amor. Hubo muchas más canciones inmortales, pero no quiero alargarme más de lo debido.

Hasta ayer pensaba que la mejor manera de afianzar una amistad era la de compartir ventosidades, pero he descubierto que cantar grandes tonadillas musicales es un método tan bueno como ese y que, además, no apesta.

Y, ya para terminar, hoy he ido a la carrera contra el SIDA que se disputaba (este verbo queda muy profesional) en la Casa de Campo. Como no pude ir a recoger el dorsal ni el viernes ni ayer, pensaba correr en plan pirata y, en la meta, intentar birlar las vituallas con el salero que me caracteriza, pero como, a pesar de lo que se cuente por ahí, hay mucha gente simpática en el mundo, una chica que me ha visto sudoroso y con pintas de participar en el evento sin dorsal, se ha acercado a mí y me ha ofrecido el de un amigo suyo que no se había presentado (le habría dado un apretón de última hora). Semejante actitud me impele a cantar eso de:

Viva la gente, la hay donde quiera que vas.
Viva la gente, es lo que nos gusta máaaaaaaas.

El resto lo buscáis en Google, que no me apetece escribir tanto.

P.D.- He ganado a la primera mujer, y eso que sólo me he “dopado” con Nutella para desayunar.