Eso sí, el concepto que tenemos de nosotros mismos no puede
ser mejor. Para confirmarlo, Fernando
(uno de los comensales) nos enseñó una foto del grupo de antiguos compañeros de
su colegio en una reunión que tuvieron hace poco, y nos pareció que estaban
mucho peor conservados que nosotros. Me gustaría saber lo que pensarían ellos
si vieran nuestra arrugada faz ...
Hoy, tras dar mi vuelta al Anillo Verde Ciclista de Madrid,
mientras estiraba mis piernas en las espalderas de un parque cercano a casa, se
ha acercado otro bicicletero bajito y sonriente a hacer lo mismo que yo.
Mientras ponía mi pierna izquierda en el travesaño que rebasaba la cima de mi
calva, el otro, mirándome con admiración, decía "ahí no llego yo". A
lo que repuse "yo tengo ventaja porque mi pierna sale de más arriba"
(haciendo referencia a mi superior estatura y a su pequeñez). Él dijo entonces
algo como "con lo que me pasó hace cuatro años, demasiado bien estiro la
pierna".
Ahí estaba yo una vez más dispuesto a compartir una
conversación sobre achaques con. Le tiré
de la lengua y me contó que, cuando tenía 52 años, había tenido un ictus isquémico que lo dejó
sin movilidad de toda la parte izquierda del cuerpo, con pérdidas de memoria y
con dificultad para hablar. Yo aproveché para contarle mi reciente episodio
que, al lado del suyo, era una tontería absoluta.
Hasta los médicos le decían que tendría que acostumbrarse a
la falta de movilidad de su brazo, pierna y cara porque era imposible
recuperarse, pero él no se resignó y se esforzó hasta que, como he comprobado
hoy recuperó la movilidad lo suficiente como para andar aceptablemente (incluso
pedalear) y mover el brazo con bastante soltura. Lo de hablar lo hacía sin
problemas (tenía más rollo que una tomatera). Él sigue haciendo ejercicio y
mejorando día a día. Mucho mejor eso que resignarse a creer que los nefastos
augurios que le dieron algunos médicos eran una predicción fiable y haberse
quedado sentado en una silla para toda la vida.
Tras una larga
conversación nos hemos despedido como buenos amigos llamándonos por nuestros
nombres: "adiós Manuel", "hasta la vista Pablete" (creo que
le he dado demasiadas confianzas a Manuel, pero no me importa porque llevo
torta).
Tras la experiencia de hoy, reconozco que hablar de mis
males con la gente mayor (a los de mi quinta ¡para qué vamos a decir otra
cosa!) me está empezando a gustar. Es gratificante escuchar historias de
recuperaciones aparentemente milagrosas ( si atendemos a las previsiones de
algunos médicos).
Creo que durante estas vacaciones voy a aprovechar para ir a
los centros comerciales a sentarme con los vejetes en los bancos de los
pasillos y, además de gozar con la visión de las mujeres atractivas, me
divertiré comentando con ellos mis achaques y, si se tercia, intercambiando con
ellos pastillas, seguro que así pasaremos un rato "flipante".