Ayer estuvimos intentando organizarnos, laboralmente hablando, y tratamos del tema de las planificaciones de los proyectos y el seguimiento de los mismos. Yo, que soy un necio integral, sé que no queda más remedio que hacer una previsión de lo que se tardará en hacer las distintas cosas que nos encargan en función de quién vaya a hacerlas y la prisa que corra su implantación. También sé que una cosa es hacer una previsión y otra diferente remangarse y poner manos a la obra. Esto lo sabe todo el mundo, pero a algunos les toca simular que no lo saben o, mejor dicho, que no es así, que las previsiones “van a misa” y tienen que coincidir con la realidad.
Yo, cuando me toca, hago planificaciones y previsiones varias, pero en el momento de decir a alguien lo que tiene que hacer, casi nunca le informo del tiempo que tiene para ello. ¿Y por qué no doy esa información? –se preguntará alguno- Pues porque no debería ser necesaria. Según yo creo, cuando una persona trabaja sus ocho horas (o las que estén estipuladas en su contrato), cuando tiene una tarea que realizar, tendrá que dedicarse a ella durante el tiempo de su jornada laboral y, si no es un jeta que toma cinco cafés, fuma diez cigarros, mea veinte veces y depone otras tantas (sin contar los paseos que pueda darse por los pasillos con papeles bajo en brazo y a paso legionario para mostrar su gran profesionalidad), si la persona no es así -decía- no es necesario informar de qué meta temporal tiene que cumplir porque nadie tiene derecho a planificar un trabajo contando con que quien lo tiene que hacer deba pasarse más de ocho horas diarias (seis y pico, porque siempre hay que tomarse algún respiro o atender imprevistos) dedicado a ello.
Otra razón para no tener muy presentes las fechas límite de las tareas es que, cuando a algún gran líder, Don Antonio, por ejemplo, se le antoja (por razones de gran peso estratégico, claro está), desbarata cualquier planificación señalando con el dedo a una persona (“recurso” en su jerga) para apartarlo de su labor actual y llevarlo a donde él decide (tras muchas trascendentales cavilaciones en el retrete). Cuando se le dice que esa persona está desarrollando trabajando en algo que tiene que estar finalizado en 1 de octubre, él dice con gran seguridad que su trabajo lo podrá asumir sin problemas la otra persona con la que estaba haciendo su trabajo y que, como mucho, el mes de trabajo del que sale del proyecto, lo tendrá que absorber el otro miembro del grupo con una semana más de trabajo. Para Don Antonio un mes de su escogido es equivalente a una semana de aquel al que no ha elegido. Cualquiera podría pensar que esto indica que nuestro gran líder piensa que su trabajador estrella es bastante más tonto que el otro, porque pretende que un mes de trabajo de uno sea absorbido por una semana del otro, pero no, Don Antonio no piensa eso ni es tonto, él sabe que las planificaciones no valen para nada y por eso se las pasa por sitios innombrables y hace lo que le da la gana. Don Antonio es listo, por algo ha llegado tan lejos.
Si las cosas son como yo pienso, me gustaría que alguien me dijese qué aporta el conocimiento de que un trabajo determinado tiene que estar terminado el día 23 de Octubre. A mí, cuando me dicen que me ponga a partir de una fecha determinada a desarrollar un trabajo, ese día, o antes si es que la situación lo permite, me pongo con ello sin prisa, pero sin pausa, intentando hacer mi trabajo lo mejor que puedo, de modo que si tardo menos de lo planificado, esa alegría que me llevaré yo y ese gozo que tendrán mis jefes, y si tardo más, ya sea por inutilidad o ignorancia mías, o porque la tarea estaba mal dimensionada, o a causa de problemas imprevistos que surjan por el camino, no se llegará a la fecha prevista y habrá que justificar el retraso, cosa que, si yo no he estado vagueando ni dedicado a otras tareas, podrá hacerse sin problemas (o con pocos).
Supongo que el control de tiempos en cualquier tipo de proyecto (no tiene por qué ser una tarea informática), es necesario porque hay demasiado caradura por el mundo, porque la responsabilidad profesional es escasa en mucha gente. Yo he conocido,y conozco a gente (no sabría decir si son mayoría) que se pasa el día diciendo lo liadísimos que están y resoplando por la dureza de su trabajo que, básicamente, consiste en masajearse el escroto (o lo que tengan en esa zona central del cuerpo) a dos manos y en esquivar a cualquiera que les parezca que llega con intención de asignarles alguna tarea menos gratificante que el masaje genital. Como suele ocurrir, gracias a unos cuantos malos profesionales se acaban imponiendo normas de control que, para otros muchos son inútiles o, peor aún, contraproducentes y molestas.
Si yo estoy trabajando durante casi toda mi jornada laboral (alguna escapada al excusado y alguna conversación estulta con mis compañeros son necesarias para mantener la alegría en el trabajo), andar pensando en el tiempo que me queda para llevar a cabo una tarea que estoy haciendo lo más rápidamente que puedo, no me sirve de nada o, como mucho, puede servirme para que aturullarme pensando que no llegaré a la meta por mucho que me esfuerce o, si voy sobrado, para que me dedique a perder el tiempo como un campeón aprovechando del exceso de tiempo que me han asignado para una tarea simple.
Este problema, como tantos otros, surge porque pretendemos tratar a todo el mundo del mismo modo, pero cada cual es diferente y requiere que, para sacar lo mejor de él, se le trate del modo más adecuado. Si uno es un cara, habrá que controlarle, y si demuestra que es de confianza, habrá que liberarle de controles que no necesita.
Mi conclusión es tan bonita como ingenua, porque para tratar a cada cual del modo que necesita, se requiere hacer el esfuerzo de conocerlo, y eso cuesta trabajo o es imposible (hay gente muy hábil en parecer lo que no es), así que me temo que todo este discurso mío sólo ha servido para pasar el rato y actualizar mi blog, que falta hacía.
Yo, cuando me toca, hago planificaciones y previsiones varias, pero en el momento de decir a alguien lo que tiene que hacer, casi nunca le informo del tiempo que tiene para ello. ¿Y por qué no doy esa información? –se preguntará alguno- Pues porque no debería ser necesaria. Según yo creo, cuando una persona trabaja sus ocho horas (o las que estén estipuladas en su contrato), cuando tiene una tarea que realizar, tendrá que dedicarse a ella durante el tiempo de su jornada laboral y, si no es un jeta que toma cinco cafés, fuma diez cigarros, mea veinte veces y depone otras tantas (sin contar los paseos que pueda darse por los pasillos con papeles bajo en brazo y a paso legionario para mostrar su gran profesionalidad), si la persona no es así -decía- no es necesario informar de qué meta temporal tiene que cumplir porque nadie tiene derecho a planificar un trabajo contando con que quien lo tiene que hacer deba pasarse más de ocho horas diarias (seis y pico, porque siempre hay que tomarse algún respiro o atender imprevistos) dedicado a ello.
Otra razón para no tener muy presentes las fechas límite de las tareas es que, cuando a algún gran líder, Don Antonio, por ejemplo, se le antoja (por razones de gran peso estratégico, claro está), desbarata cualquier planificación señalando con el dedo a una persona (“recurso” en su jerga) para apartarlo de su labor actual y llevarlo a donde él decide (tras muchas trascendentales cavilaciones en el retrete). Cuando se le dice que esa persona está desarrollando trabajando en algo que tiene que estar finalizado en 1 de octubre, él dice con gran seguridad que su trabajo lo podrá asumir sin problemas la otra persona con la que estaba haciendo su trabajo y que, como mucho, el mes de trabajo del que sale del proyecto, lo tendrá que absorber el otro miembro del grupo con una semana más de trabajo. Para Don Antonio un mes de su escogido es equivalente a una semana de aquel al que no ha elegido. Cualquiera podría pensar que esto indica que nuestro gran líder piensa que su trabajador estrella es bastante más tonto que el otro, porque pretende que un mes de trabajo de uno sea absorbido por una semana del otro, pero no, Don Antonio no piensa eso ni es tonto, él sabe que las planificaciones no valen para nada y por eso se las pasa por sitios innombrables y hace lo que le da la gana. Don Antonio es listo, por algo ha llegado tan lejos.
Si las cosas son como yo pienso, me gustaría que alguien me dijese qué aporta el conocimiento de que un trabajo determinado tiene que estar terminado el día 23 de Octubre. A mí, cuando me dicen que me ponga a partir de una fecha determinada a desarrollar un trabajo, ese día, o antes si es que la situación lo permite, me pongo con ello sin prisa, pero sin pausa, intentando hacer mi trabajo lo mejor que puedo, de modo que si tardo menos de lo planificado, esa alegría que me llevaré yo y ese gozo que tendrán mis jefes, y si tardo más, ya sea por inutilidad o ignorancia mías, o porque la tarea estaba mal dimensionada, o a causa de problemas imprevistos que surjan por el camino, no se llegará a la fecha prevista y habrá que justificar el retraso, cosa que, si yo no he estado vagueando ni dedicado a otras tareas, podrá hacerse sin problemas (o con pocos).
Supongo que el control de tiempos en cualquier tipo de proyecto (no tiene por qué ser una tarea informática), es necesario porque hay demasiado caradura por el mundo, porque la responsabilidad profesional es escasa en mucha gente. Yo he conocido,y conozco a gente (no sabría decir si son mayoría) que se pasa el día diciendo lo liadísimos que están y resoplando por la dureza de su trabajo que, básicamente, consiste en masajearse el escroto (o lo que tengan en esa zona central del cuerpo) a dos manos y en esquivar a cualquiera que les parezca que llega con intención de asignarles alguna tarea menos gratificante que el masaje genital. Como suele ocurrir, gracias a unos cuantos malos profesionales se acaban imponiendo normas de control que, para otros muchos son inútiles o, peor aún, contraproducentes y molestas.
Si yo estoy trabajando durante casi toda mi jornada laboral (alguna escapada al excusado y alguna conversación estulta con mis compañeros son necesarias para mantener la alegría en el trabajo), andar pensando en el tiempo que me queda para llevar a cabo una tarea que estoy haciendo lo más rápidamente que puedo, no me sirve de nada o, como mucho, puede servirme para que aturullarme pensando que no llegaré a la meta por mucho que me esfuerce o, si voy sobrado, para que me dedique a perder el tiempo como un campeón aprovechando del exceso de tiempo que me han asignado para una tarea simple.
Este problema, como tantos otros, surge porque pretendemos tratar a todo el mundo del mismo modo, pero cada cual es diferente y requiere que, para sacar lo mejor de él, se le trate del modo más adecuado. Si uno es un cara, habrá que controlarle, y si demuestra que es de confianza, habrá que liberarle de controles que no necesita.
Mi conclusión es tan bonita como ingenua, porque para tratar a cada cual del modo que necesita, se requiere hacer el esfuerzo de conocerlo, y eso cuesta trabajo o es imposible (hay gente muy hábil en parecer lo que no es), así que me temo que todo este discurso mío sólo ha servido para pasar el rato y actualizar mi blog, que falta hacía.