domingo, 13 de octubre de 2013

Sinceridad sobrevenida

Una tarde de la semana que ahora concluye, cuando me preparaba para salir a trotar un rato por las calles de mi barrio, sonó el teléfono. Lo cogí y me saludó una agradable dama que me contó las ventajas de una maravillosa Visa Oro de cierto banco (no diré el nombre porque no estoy seguro de cuál era). No había que pagar gastos de mantenimiento ni de renovación ni de nada, y tampoco había que abrir cuenta en esa entidad bancaria. La tarjeta iba acompañada de los habituales seguros de todo tipo y muchas cosas más que  me hicieron quedar como un completo necio al rehusar tan ventajosa oferta.

Mi interlocutora, fiel a su misión de endosar tarjetas a tantas personas como fuese posible, insistió y me preguntó si tenía ya tarjeta Visa. Le dije que sí y que, además, me cobran unos cuantos euros de mantenimiento y renovación. Se lo dije para que se diese cuenta de que soy tonto y no me importa pagar por cosas que otros dan gratuitamente. Pero estas pistas sobre mi cerrazón al cambio no hicieron desistir a la abnegada trabajadora que, en un desesperado intento de captar algún cliente esa tarde, preguntó si vivían más personas en mi casa. Yo, un poco cansado de tanto rollo, le dije que no, que estaba más solo que la una, a lo que la simpática mujer repuso, tal vez de modo instintivo: "no me extraña".

Yo, en ese momento, no me di cuenta de lo que acababa de decir y, con ganas de zanjar la cuestión, me despedí de ella dándole las buenas tardes y pidiéndole perdón por haberle hecho perder el tiempo. Ella también se despidió y, cuando  colgué el aparato, la frase "no me extraña [que esté usted más solo que la una]", resonó en mi cabeza. Primero me hizo gracia, después me indignó y, finalmente, me hizo pensar en que tal vez sea cierto que soy un cabezota insoportable.

Sea como fuere,  tengo que reconocer que, tras esta anécdota, me entraron ganas de conocer en persona a esa simpática dama que fue capaz de expresar sus sentimientos con total libertad una vez que se percató de que conmigo no podría hacer negocio ni ahora ni nunca. Tener negocios con alguien es la mejor manera de no poder conocerse mutuamente nunca. Cuando hay intereses de por medio, la mentira suele acomodarse entre las personas.