domingo, 16 de septiembre de 2012

El poder de la masa



Hoy, mientras pedaleaba con mi bicicleta de carretera por el maravilloso carril que discurre anexo a la carretera de Colmenar Viejo, me he topado, como tantas otras veces, con un pelotón de ciclistas (serían unos quince o veinte) que ocupaban toda la zona derecha y parte de la izquierda. Iban despacio, tanto que cualquiera podría adelantarlos de no ser porque apenas quedaba hueco para hacerlo y, además, la visibilidad para comprobar si venía algún ser humano pedaleante de frente, era nula. Iban hablando unos con otros y sin plantearse que pudieran estar incordiando a otros que, como ellos hubiesen salido a disfrutar del placer de rodar en este maravilloso día. Eran muchos, así que podían ir como les diese la gana.

Hemos llegado a una recta amplia y, arriesgando el pellejo, me he desplazado al borde izquierdo del carril para comprobar que no venía nadie de frente. He lanzado uno de mis habituales gritos de adelantamiento, “¡VOY!”, y, acelerando al máximo, he avanzado cual hilo atravesando el ojo de una aguja por el resquicio que ese gran grupo dejaba libre. ¡Por fin!, he pensado al ver que podía correr al límite que mis poderosas piernas me permitían.

Esta tonta anécdota me ha hecho pensar sobre las múltiples manifestaciones que tuvieron lugar ayer en Madrid y la más masiva que aconteció en Barcelona hace unos días. La gente sale a la calle a reclamar algo (independencia, anular recortes, subir sueldos, creación de puestos de trabajo, acabar con la corrupción, traer a Madonna a las fiestas San Cucufate, etc.) y, como se juntan muchos, ya creen que los gobernantes tienen que hacer lo que ellos dicen.

Una vez metido en la masa, uno se siente fuerte y se cree cargado de razones o, mejor dicho, se cree en posesión de la verdad, la única posible. Parece imposible que haya alguien fuera de la masa, no se ve el límite y, además, lo que se pide (según pensará cada cual) es tan sensato que nadie puede estar en contra. “Nos tienen que hacer caso”, “el gobierno no se puede quedar de brazos cruzados”, “nunca había habido un clamor popular tan inmenso”, “esto marca un punto de inflexión, un antes y un después”, “la ciudadanía ha hablado y las cosas no pueden seguir igual”, “hay que refundar el capitalismo”, “todos tenemos derecho a un i-Phone 5 subvencionado”. Todas esas frases se oyen día a día (algunas expresiones, como la del “punto de inflexión” y la del “un antes y después” son expresiones que ya resultan tan cargantes como las famosas “hojas de ruta”).

Está claro que la cosa está malita (como diría Chiquito de la Calzada), pero también parece evidente que el desbarajuste imperante no se arregla de un día para otro. No sé cuál es el origen del caos, pero parte de él se debe al derroche salvaje en el que han incurrido las administraciones públicas en los años precedentes (desgraciadamente parece que siguen en ello). Otros que contribuyeron a este caos fueron las entidades financieras que concedieron créditos a personas y empresas cuyo riesgo de impago era inmenso. Y, por supuesto, también las personas y empresas que pedían préstamos salvajes sin necesidad (concedidos estúpidamente por sus entidades bancarias) tampoco pueden creerse libres de culpa.

Para arreglar esto habrá que comenzar por que cada cual intente ser un poco más responsable. No gastar lo que no se tiene, no ser corrupto, no ser un jeta, ser legal en lo grande y en lo pequeño, etc.

Tendemos a pensar que la corrupción es únicamente cosa de los que mandan y manejan los grandes capitales, que nosotros, pobres diablos trabajadores (nunca he sabido a partir de qué sueldo uno deja de ser trabajador para ser… realmente no sé lo que son los que ganan más que esa cantidad indefinida), pero las cosas se construyen desde abajo.
 
Conozco a gente que, cuando es mindundi, se queja de la falta de escrúpulos de sus jefes, que explotan sin rubor a sus subordinados y les exigen más de lo debido. Pasado el tiempo, cuando consiguen elevar su estatus, algunos, en lugar de comportarse con sus pupilos como les hubiese gustado que se portaran con ellos, repiten los mismos errores, y no por despiste, sino porque les mola. Hay gente que se queja de que los ricos (tampoco tengo claro a partir de qué patrimonio uno es considerado rico) defraudan al fisco y, cuando no lo hacen, no pagan los suficientes impuestos. Algunos de ellos, probablemente no paguen el IVA a los pintores que han dejado su casa preciosa o al fisioterapeuta que les ha apañado el codo dolorido.

La culpa siempre es de otro, nunca nuestra. Mis pecadillos son eso, pecadillos, pero los de los demás son actos intolerables. La solución de los problemas pasa porque sean otros los que dejen de hacer sinvergonzonerías, lo mío es una gota en el océano. Está claro que, según la entidad del acto, cada cual tendrá mayor o menor responsabilidad, pero lo que no vale es lavarse las manos porque haya otros cuyo desfalco sea inmensamente mayor.

A altos niveles se han cometido abusos (y se siguen cometiendo) que sería bueno que dejasen de cometerse, pero no perdamos de vista que los que están en esos puestos de responsabilidad son tan humanos como nosotros (comen, cagan y duermen como todos), personas que, tal vez, cuando no estaban tan encumbrados, se acostumbraron a hacer su santa voluntad a costa de otros y que, cuando han subido de categoría, se limitan a hacer aquello a lo que se acostumbraron, pero adaptado a la nueva escala de su entorno. Comencemos cada cual por intentar ser decentes y, tal vez, algún día la decencia llegue a los puestos de responsabilidad (a los que los desempeñen), mientras tanto, por más que nos juntemos en la calle a gritar cosas tan sesudas como “un bote, dos botes, socialista (o pepero) el que no bote”, no solucionaremos nada.

La unión hace la fuerza, pero si esos que se unen no tienen ningún plan alternativo a lo que ahora existe (un plan sensato que no sea derrumbar lo que hay y esperar a que, de entre la masa, salga un genio que lo reconstruya todo), lo único que se conseguirá es pasar unas tardes muy entretenidas cantando (en el mejor de los casos) o desencadenar una batalla campal con pedradas, roturas de escaparates, y quemas de cualquier cosa que arda (en la peor de las situaciones).

domingo, 2 de septiembre de 2012

El final del verano


Siempre que llegan estas fechas me acuerdo de esa canción del Dúo Dinámico que servía de despedida de Verano Azul, esa gran serie televisiva de los años ochenta. Los veraneantes iban abandonando Nerja y el pobre Pancho se quedaba sin sus amigos veraniegos.

Este año he tenido más vacaciones que nunca (y aún que quedan unas cuantas que no sé cuándo disfrutaré) gracias al mes y medio de baja laboral que me ha proporcionado mi rotura ósea y a las dos semanas que he encadenado a ese mes y medio para seguir fortaleciendo mi deteriorado brazo. Durante estos calurosos días ha habido incendios, subidas y bajadas de la bolsa y de la prima de riesgo, asaltos a supermercados y entidades bancarias de nos nuevos salvadores de la patria capitaneados por Sánchez-Gordillo y, lo más importante, una restauración, dejada a medias, del Cristo de Borja. Ésta, sin duda, ha sido la noticia más interesante del verano. Doña Cecilia ha cautivado a mucha gente y ha escandalizado a algún que otro panoli que aplaudiría restauraciones más cutres y caras si las hubiese hecho algún artista consagrado como, por ejemplo, el señor Mariscal, creador de esa caca llamada Cobi. También ha conseguido, sin pretenderlo, llevar a su pueblo y a su humilde ermita a lo más alto de la popularidad mundial. Según parece, ella misma dijo que le habían comunicado que el hecho había sido “tremending topic” en Twitter. Aprovecho esta tribuna para saludar con afecto a dona Cecilia.

Una vez más comienza a refrescar por las noches, la gente regresa de sus lugares de veraneo y comienzan las quejas de lo caros que están los libros, las medicinas, la comida, la luz, el gas y el teléfono. Lo de siempre, aunque esta vez la cosa es más evidente. Mucha gente habrá pasado el verano comentando, mientras tomaba unas cervecitas, chateaba con su smart-phone y se dirigía a su coche para ir de una a otra terracita nocturna, lo que cuesta llegar a fin de mes y lo mal que está la cosa. Otros se habrán quedado en su casita tan tranquilos, disfrutando de la piscina del barrio y paseando por los tranquilos parques madrileños y, al llegar a casa,  de la maravillosa programación de Telecinco (Mujeres y Hombres y Viceversa ha estado interesantísimo).

Ahora, los que podamos, volveremos a trabajar (o a ir al trabajo, que no siempre es lo mismo) y comenzaremos nuevamente con la rutina laboral una vez terminada esta otra rutina vacacional. Comentaremos lo cortas que nos han parecido las vacaciones, lo duro que se nos hace el regreso a nuestras tareas, lo que ha subido la gasolina, lo bien que lo hemos pasado en los lugares que hemos visitado, lo morenos que nos hemos puesto y, si se tercia, regalaremos a alguno de nuestros compañeros una taza de esas en las que se puede leer algo como “Estuve en Borja y me acordé de ti” decorada con la sensación del verano: la obra de Doña Cecilia.

A pesar de que todo cambia, la vida sigue igual (como decía el gran Julio Iglesias). Disfrutad de vuestro reencuentro con la rutina otoñal y con la moda otoño-invierno que la Pasarela Mercedes-Benz Fashion Week trae hasta nosotros (todo muy “ponible” y a precios anti-crisis).