martes, 31 de agosto de 2010

Meteduras de pata


Como habréis comprobado los pocos que pasáis por aquí de vez en cuando, mi capacidad creativa en el ámbito literario está de capa caída. Pero eso no quiere decir que haya renegado de mi afición escritora, sino que he sucumbido a la tentación de la pereza. Procuraré enmendarme, pero no creo que lo consiga. Entretanto seguiré sorprendiéndoos de vez en cuando con alguna inopinada aparición por estos lares.

Vamos al grano. El tema de hoy, las meteduras de pata, viene a cuento de una simpática anécdota que me ha contado mi amiga Jenny (¡qué de cosas le ocurren a la Jenny!).

Estaba nuestra protagonista reunida con varios amigos jugando a “tabú”, ese juego que consiste en que uno (o varios) tiene que describir a otro (u otros) un concepto, cosa, acción, o lo que sea, pero sin utilizar ciertas palabras (incluida la que es objeto de definición).

Jenny estaba emocionada porque era su turno de adivinar lo que intentasen explicar un par de simpáticos personajes a los que acababa de conocer (hombre y mujer). Ambos revisaron la tarjetita en la que aparecía la palabra que tenían que intentar que Jenny adivinase. La leyeron, se miraron el uno a la otra y la otra al uno, pusieron cara de póker y, como única explicación se les ocurrió decir: “Es lo que somos nosotros dos”.

La emocionada sonrisa de Jenny se tornó sombría, y su brillante mirada se nubló.

-¡Vaya mierda de pista! –pensó Jenny-
-Aparte de gordos, no sé qué pueden ser estos dos” –caviló ella al constatar la evidencia de su sobrepeso-
-Pero no puedo decir eso, a lo mejor les molesta.
-Vamos a ver ¿qué otra cosa pueden ser estos dos gordos? Calvos no, porque eso lo es él nada más. Elegantes tampoco, porque él ha venido con un chándal de los Escolapios y ella con unas mallas que no consiguen atrapar sus lorzas abdominales. ¿Guapos? ¡No! Ni de coña. ¿Feos? Un poco, pero es más duro decir “feos” que “gordos”.
-Es que sólo les veo unidos por la gordura. Tiene que ser eso.
-Pues nada, esa debe ser la palabra que se oculta tras su escueta pista, pero debo decirlo del modo más educado posible.
-A ver cómo lo digo. ¿Obesos? No, que eso implica demasiada gordura. ¿Gorditos? Tampoco, que queda demasiado ridículo.

¡Ya lo tengo!

Jenny, tras esa larga meditación interna, se decidió y espetó: ¡Gruesos!

Los dos amigos se quedaron patidifusos. La chica se quedó callada y un tanto azorada, y el chico dijo: ¡Te has pasado Jenny!

La palabra que intentaron explicar, con nulo éxito, era “solteros”. ¡Ambos eran solteros! ¡Cómo pudo Jenny no caer en ello!

¡Vaya cagada! Jenny no sabía dónde meterse ¡qué vergüenza pasó la pobre! Ni siquiera las risas del resto de los congregados alrededor de aquel tablero de juego sirvieron para aplacar el rubor que se concentraba en sus mejillas y las ganas de ser tragada por la tierra.

Jenny nunca ha vuelto a ver a esos dos amigos. ¿Le guardarán rencor por aquello? ¡Quién sabe! De todos modos, para contrarrestar el mal trago que pasó nuestra amiga, desde aquí quiero hacerle llegar todo mi apoyo y, si me lo permitís, el de esta inmensa familia de Libertad Diodenal.

Ahora, si aún hay alguien por ahí, os ruego que os animéis a contar alguna metedura de pata simpática de la que hayáis sido protagonistas o, mejor aún, víctimas.