viernes, 27 de mayo de 2011

Progreso

Pues sí, pues sí… Parece que hace buena tarde.

Creo que he empezado mal. Una conversación de ascensor no será capaz de mantener la atención de mis sufridos lectores. Ya sólo me falta contaros el chaparrón que ha caído en Madrid esta tarde. Ahora que lo pienso, ¿se habrán producido goteras en las “jaimas” de los acampados de la Puerta del Sol? Creo que es el momento de hacer un llamamiento a la solidaridad de todos y todas los que estáis leyendo estas líneas: acudid con chubasqueros, mantas, sopita caliente y, por supuesto, guitarras y cánticos libertarios, para aliviar este duro trance por el que pasan nuestros luchadores.

Como no consigo captar vuestra atención, intentaré provocaros sueño. Allá voy.

Ayer vi en Telemadrid (soy un progresista que acepta opiniones de la derechona cavernaria porque de ella provengo) a un portavoz de no sé qué grupo de los que han florecido en el centro de Madrid. Melchor Miralles le hizo un par de preguntas que no recuerdo cuáles fueron (lo siento) y el joven portavoz dijo que él no podía dar su opinión, que estaba allí en calidad de portavoz y sólo haría declaraciones relacionadas con lo que se hubiese tratado en las asambleas de los días previos. Todo esto lo dijo con el gesto más serio que podáis imaginar, así que no creo que estuviese de broma.

Está claro que una sola persona no es representativa de un grupo de varios cientos, pero como ese es el que salió en la tele, será de él del que hable. Me pareció un pobre diablo que, probablemente con la mejor intención, estaba jugando a ser político. Estaba allí para quejarse de los políticos y ya estaba ejercitándose en el arte de hablar sin decir nada aprendido de ellos. No me extrañaría que en breve haya un servicio de bicicletas oficiales para los portavoces de los distintos grupos acampados (les gustaría más un coche, pero la bici parece más “sostenible”, sobre todo si tiene pata de cabra).

Viendo a ese chaval, que no superaría los veinticuatro años, pensé en las cosas parecidas que veo a diario en mi entorno laboral: jovenzuelos con uno o dos años de experiencia técnica que están ávidos de “progresar” en el escalafón. Cursaron estudios técnicos y sólo sueñan con dedicarse a rellenar hojas Excel y a asistir a reuniones de seguimiento y a comités de cualquier tipo (vamos, que quieren ser políticos como algunos de la Puerta del Sol). Hay gente cuyo más acariciado sueño es poder decir que “gestiona un grupo de varias personas”.

Particularmente no tengo ambición de dirigir nada que no sean mis pasos cuando salgo a correr. Las pocas veces que he tenido una mínima responsabilidad sobre un grupo de personas, más mínimo aún, mi labor ha sido absolutamente prescindible (eso cuando no ha constituido un lastre). En mi descargo diré que, en esas ocasiones (sólo dos), por lo menos conseguía entretener a mis compañeros mientras ellos trabajaban para sacar adelante el trabajo productivo que, para ser realistas, era una basura infecta.

Hay quien no comprende que una persona no quiera “progresar” del modo comúnmente aceptado. Para mí sería una tortura subir en el escalafón. Yo no quiero tratar con gente que se pasa el día metida en un despacho y que sólo sabe hablar de rollos financieros y económicos. A mí me gusta hablar de pedos, de Mazinger Z, de Supervivientes, de Belén Esteban, e incluso de política y religión. ¿Alguien conoce a un grupo de “progresados” que sea capaz de mantener una conversación de cualquiera de esas cosas (sin estar borrachos, claro)?

No habría ningún problema en ser una persona simpática y sensata y subir en el escalafón, pero lo que yo veo a mi alrededor, salvo alguna honrosa excepción, es que se promociona a la gente desagradable, a los que sólo saben ganarse el respeto de los demás por la vía del miedo, a los que acaban creyéndose las absurdas mentiras que cuentan a sus subordinados para justificar su incompetencia. Eso sí, todos han recibido cursos de gestión de grupos, de aprovechamiento de sinergias, de resolución de conflictos… Hay cursos estúpidos para aburrir, y mucha gente con la acreditación correspondiente (todos listísimos) pero que no saben lo básico: tratar a la gente con educación y, ¿por qué no?, con cariño. Tampoco hace falta besar a todos cada día, a veces bastaría con decir alegremente “buenos días”.

Ya me he cansado de escribir, así que aquí termino mi sinsentido de hoy.

jueves, 19 de mayo de 2011

Jugando a la revolución

Tengo que reconocer que no he seguido muy de cerca todo esto de las acampadas en algunas plazas de distintas ciudades de nuestra querida nación de naciones, pero acabo de ver un lote de fotografías del poblado que han montado en la Puerta del Sol de Madrid y, sin ver más ni leer ninguno de los manifiestos que supongo que han redactado los que lideran este extraño movimiento, me atrevo a aventurar que todo esto es una sandez. Insisto en que mi base para este discurso es casi nula, pero esa es la impresión que me da.

Estoy convencido de que hay mucha gente harta de ver cómo los encargados de controlar las cosas (políticos y grandes organismos y entidades financieras) parecen no tener ni idea de qué hacer para salir del atolladero en el que estamos. Hemos gastado más de lo que teníamos y ahora, para intentar solucionarlo, sólo se les ocurre seguir gastando lo que no tenemos ¿Cabe mayor desatino?

Ciertamente es como para estar indignado (palabra muy de moda en estos días), pero mi indignación no me llevará nunca (por lo menos no lo hará de momento) a ir a ocupar la vía pública con unos centenares de personas. No me parece bien defender no sé qué causa molestando a otros que, para más recochineo, no son los culpables de eso contra lo que se clama. ¿Qué culpa tienen los vecinos de la Puerta del Sol de la pútrida situación que vivimos? ¿Por qué tienen que aguantar que al lado de sus casas y comercios haya un poblado chabolista que les impide vivir con tranquilidad?

¡Que se vayan a acampar a los jardines de la Moncloa!

En cuanto se reúnen más de cuatro personas para hacer alguna reivindicación, lo más habitual es que tres no sepan lo que han ido a defender o qué es eso de lo que se quejan. Se pide democracia real ¿Alguien sabe lo que es eso? Yo diría que es una utopía que sólo podría alcanzarse si todos y cada uno de los votantes tuviésemos el suficiente criterio como para saber qué es lo que queremos y, además, existiese alguien, que se presentase a las elecciones, dispuesto a trabajar para conseguirlo. Pero no con ánimo de lucro sino con verdadero sentido de servicio (he dicho que era una utopía ¿verdad?).

¿Qué es lo que tenemos? Un montón de votantes ignorantes (yo soy uno de ellos) y tres o cuatro partidos políticos poblados de gente que no sabe lo que defiende o, peor aún, que defiende una cosa y la contraria, predica algo y hace lo opuesto. Eso es lo que hay, y es una mierda (con perdón), pero me temo que conseguir lo otro (gente que sepa lo que quiere y gente que esté dispuesta a trabajar para llevarlo a cabo) es imposible. Entonces ¿qué quiere esta panda de campistas?

Me temo que muchos de los que han decidido hacer de estas plazas su hogar, no saben lo que quieren pero, como nos pasa a muchos, les mola ser el centro de atención de los noticieros y ver cómo los políticos contra los que claman, ahora dicen compartir las quejas de estos revolucionarios campistas. ¡Qué bonito es ver al criticado siendo comprensivo con el crítico!

Confío en que la tontería no vaya a más y no les dé a nuestros salvadores por ponerse a quemar mobiliario urbano, coches y escaparates que suelen pertenecer a gente humilde de esa a la que estos solidarios profesionales siempre dicen defender.

Para terminar haré un ruego a estos abnegados defensores de la democracia real y la libertad absoluta: Dejadnos tranquilos y volved a vuestras casas. Desde allí, escribid cartas de queja a quien queráis, redactad alegatos a favor y en contra de lo que creáis oportuno, trabajad con ahínco para crear un partido político que pueda desbancar a estos que tenemos. Cualquier cosa parece más útil que llenar de putrefacción las calles de nuestras ciudades.

sábado, 7 de mayo de 2011

Tormenta en mi interior

La climatología adversa ha hecho que hoy aproveche mi reclusión hogareña para volver a escribir alguna majadería. Podría hablar de esa sentencia del Tribunal Constitucional que, cuando quiere, toma decisiones a toda velocidad, pero como no me da la gana hacer publicidad gratuita a algunos necios (a otros sí), no hablaré de eso y, en su lugar, os contaré una simpática anécdota que protagonicé el jueves pasado y que presenció como testigo principal un simpático amigo.

Desde mi traslado a la sede central de mi empresa en calidad de ocioso, casi todos los días como en compañía de un antiguo amigo al que conocí hace años en otra de las firmas (llamar así a las empresas queda tan elegante como llamarse consultor en lugar de cualquier otra cosa) por las que pasé. Unos días vamos en modo marginal los dos solos, y otros nos acompaña algún otro abnegado compañero que, tras soportar una sobremesa con nosotros, no suele repetir.

El jueves fuimos a degustar sendos menús a ese restaurante tan denostado y que a mí tanto me gusta: Burger King. Como teníamos vales de descuento, aprovechamos para tomarnos dos hamburguesas cada uno. Este restaurante tiene la particularidad de que hay barra libre de refrescos. Te dan el vaso y tú lo rellenas cuantas veces quieres en unos expendedores situados en la zona del público.

No había mucha gente y pudimos sentarnos en una mesa bastante aislada. La única persona cercana era un hombre que, por el oscurísimo tono de su piel, supongo que sería del África subsahariana. Allí estaba él sin sospechar lo que estaba a punto de presenciar.

Comenzamos a comer con fruición nuestras hamburguesas mientras departíamos cordialmente sobre temas variados, entremezclando la política con críticas a nuestra empresa y comentando cualquier sandez que nos viniera a la cabeza. Mi primera dosis de Cocacola fue ingerida rápidamente y, dejando a mi compañero de mesa con la palabra en la boca (yo soy así de educado), me levanté a rellenar el vaso nuevamente aprovechando el privilegio que nos brinda ese establecimiento.

El paseo hasta el dispensador de bebidas hizo que los gases que se acumulaban en mi intestino se recolocasen adecuada y ordenadamente en la recta de salida (más bien “el recto”). Yo, que soy un demócrata de toda la vida y detesto la represión de cualquier tipo, decidí que aquella tensión debía ser liberada a toda costa. Tracé un plan o, como dicen los modernos, una “hoja de ruta” para llevar a cabo la operación flatulenta. Miré a un lado y a otro y me di cuenta de que mi acción no provocaría daños colaterales porque no había nadie en la zona de influencia de la andanada que pretendía soltar. Llegué a mi sitio y, para no comportarme de un modo traicionero con mi fiel amigo, deposité el vaso de Cocacola en la mesa a la vez que dije: “voy a peerme”. En ese momento algo hizo que presionase los gases con mis músculos abdominales (que son de un tamaño y vigor desmesurado) pero olvidase relajar el esfínter anal. Esto, como sabe cualquier aficionado a la “pedorrística”, es lo que genera el sonido trompetero que tanta risa provoca a unos y tanto desagrado a otros, por lo que mi acción, que pretendía ser secreta, se llevó a cabo con ostentosa sonoridad.

Mi error de cálculo provocó un cornetazo de tal nivel que, de haber estado por allí la policía municipal, hubiese sido multado por incumplir las normas en cuanto a contaminación acústica.

Me quedé petrificado en una pose un tanto cómica, a medio camino de aposentarme en la silla. Mi compañero de mesa, que masticaba con alegría un sabroso bocado de hamburguesa, no pudo evitar reírse y lanzar algunas partículas de comida hacia mi necia persona. Tras ese ataque involuntario, cerró la boca como pudo y enmudeció para mirarme con cara de sorpresa.

Yo comencé a carcajearme en silencio al darme cuenta de que, al evaluar los posibles daños colaterales, no había contado con nuestro vecino africano que, por estar sentado en la esquina de su cubil, había pasado desapercibido a mis “radares”. No me atreví a mirar hacia él, pero mi querido amigo me dijo más tarde que también había pasado un rato hilarante al presenciar tan poco habitual espectáculo. Tal vez en su país de origen sean más tolerantes que en España con estas manifestaciones “diodenales”.

Gracias a Dios, las únicas víctimas de mi pútrida acción se tomaron con alegría el ataque, así que no tuve que asumir ninguna responsabilidad ni pedir disculpas a nadie (no hubiese podido aguantar la risa al pedirlas).

Cuando conseguimos calmar nuestro ataque de hilaridad, terminamos de comer y regresamos con renovado espíritu (en mi caso también renové mis entrañas) a nuestros puestos de trabajo. Para que luego digan que peerse es algo inaceptable.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Festejos luctuosos

Hace dos días que escribí en el blog, pero como sigo ocioso laboralmente, escribiré algo antes de ir a comer. Hoy toca hablar de Bin Laden (o como se escriba). El otro día lo mataron y vi imágenes de algunos estadounidenses celebrándolo en la calle. Reconozco que el malvado saudí no es alguien que me cayese simpático, es más, me resultaba detestable, casi tanto como los miles de desgraciados que hacían lo que él decía o que, sencillamente, se apuntaban a su “club”.

No sé si el mundo es más seguro sin ese degenerado que con él. Después de todo, ha tenido tiempo de sobra para esparcir su maligna semilla por el mundo. Tan famoso era el hombre que, incluso aunque ya no fuese un activo terrorista, la sola mención de su nombre podía hacer que más de un pobre diablo de esos a los que lavan (más bien ensucian) el cerebro, ardiese en deseos de reventar por su gran causa que, ahora que lo pienso, no tengo claro cuál era. ¿Qué pretendía? ¿Hacer que todo el mundo se convirtiera al Islam? ¿Llevarnos a todos, y todas, a vivir de nuevo de un modo medieval? ¡A saber!

Supongo que, como nos pasa a muchos, hacía lo único que sabía hacer. Lo malo es que su profesión era un tanto maligna. Creo que la mía, que en los últimos tiempos consiste en masajearme el escroto, es menos dañina que la de enviar a abnegados mártires a reventar en medio de gente que pasa por allí.

Ya me he enrollado sin ton ni son. Lo único que pretendía decir es que no entiendo como nadie puede sentir, cuando alguien muere, un gozo tal como para salir a pegar botes y corear sandeces en masa. Bin Laden era malo, muy malo, uno de los peores, pero no entiendo cómo su muerte puede generar en tantas personas el mismo sentimiento de gozo que la victoria de su equipo de fútbol en alguno de los múltiples campeonatos que hay en el mundo.

Particularmente me importa un pito que hayan matado a ese tipo, pero tengo que reconocer que no he sentido ningún gozo especial al conocer la noticia, básicamente me he quedado igual que antes de saberlo ¿Creéis que debo ir al psiquiatra? ¿O bastará con visitar al psicólogo?

lunes, 2 de mayo de 2011

Pippa y otras cosas

Esto es una indecencia. Han pasado más de dos meses desde que me dirigí a los pocos seguidores que me quedan. Mi carisma ha quedado a la altura del que decían que tenía Aznar. Ya no tengo ningún poder de convicción, aunque tal vez sea porque hace tiempo que no intento convencer a nadie de nada.

En febrero andaba yo un tanto ocioso, laboralmente hablando, pero tras tres semanas de aburrimiento alguien decidió que mis excelsas cualidades profesionales podrían servirle, así que estuve trabajando durante mes y medio. No fue un trabajo intenso ni agotador, básicamente tuve que redactar algunos documentos que, con gran probabilidad, no leerá casi nadie (pongo lo de “casi” por si acaso hay algún pobre diablo al que le sueltan ese mamotreto para que se entretenga). Inútil o no, por lo menos estuve entretenido haciendo ese trabajo.

Aquello terminó y he vuelto al ocio. Esta vez estoy ubicado en un lugar poblado de mindundis (como yo) y libre de grandes líderes, así que, aunque tampoco tengo “panda”, el ambiente parece un poco más grato. Pero no voy a contaros nuevos rollos laborales, creo que es mejor hablar de la boda de los Duques de Cambridge o de las próximas elecciones autonómicas y municipales.

Yo no vi la boda y, como yo, unos cuantos miles de personas que a esas horas estaban trabajando o, más probablemente, mareando la perdiz en sus centros laborales, tampoco pudieron disfrutar de tan absurdo espectáculo. No obstante, oí a alguien decir que una de cada tres personas en el mundo, había presenciado el enlace. La verdad es que no me cuadra semejante cifra, pero aquí todo el mundo da cifras para que su información parezca más seria, y lo peor es que consiguen engañar a muchos.

Sea como fuere, creo que Pippa Middleton iba guapísima y el príncipe Harry despeinado, como siempre. De Camila solo sé que llevaba un traje muy discreto con unos bordados dorados inaceptables. ¡Qué bonito es ver cómo se derrocha dinero a manos llenas para que la ciudadanía mundial sea feliz! Según la tesis de que uno de cada tres habitantes del planeta vio la boda, seguro que había varios cientos de millones que, a pesar de estar medio muertos de hambre, estaban disfrutando del espectáculo. Ya dijo alguien que no sólo de pan vive el hombre… La necedad parece que es bastante más alimenticia.

Cambio de tercio. Ayer vi un documental llamado “The inside job” que intenta explicar el porqué del desastre financiero que se desencadenó en Estados Unidos y afectó a casi todo el mundo. Como ocurre siempre, no tengo claro hasta qué punto puede uno creerse todo lo que cuentan, pero me resultó bastante convincente (soy fácil de engañar como bien sabe Kashuma). Eso de ver cómo los que llevaron a muchas de sus empresas (y a medio mundo) a la quiebra, luego han dido nombrados para dirigir diversas instituciones gubernamentales relacionadas con la economía, es algo que no me resulta nada extraño. Ver cómo los que le parecían bien a Bush, siguieron pareciéndole bien a Obama, tampoco me chirría, cuadra con mi idea de que nos toman el pelo de una manera descarada. Pero esto no ocurre sólo en Estados Unidos, en España y el resto de “los países de nuestro entorno” también ocurre.

Y, para terminar, dedicaré unas líneas a intentar manipularos para que votéis a Unión Progreso y Democracia. ¿Por qué? Pues está muy claro, porque son progresistas (ya sabéis que me convertí al progresismo hace un par de años) y, además, no tienen ninguna posibilidad de llegar al poder. A lo mejor así siguen defendiendo algunas cosas sensatas que defienden, como cambiar la ley electoral y devolver ciertas competencias autonómicas a la administración central.

Se acabó por hoy. A ver si recupero mi locuacidad y vuelvo a ser más regular en mis intervenciones bloguísticas.