sábado, 27 de noviembre de 2010

Reunión de pastores...

Cada vez me prodigo menos por estos lares (perdonad la pedantería), pero aquí estoy nuevamente dispuesto a romper el silencio.

Han pasado más de dos meses desde mi última intervención, y lo único que ha ocurrido es que la crisis se ha agudizado (no sé si sigue habiendo calentamiento global o si hay alguna otra pandemia con la que entretenernos este año). Yo sigo sin notarla en mis carnes, pero cada vez hay más gente cercana que sí la está catando. Menos mal que ahora mismo está ZP reunido con un montón de grandes empresarios y, entre todos, van a resolver los problemas que nos acucian. Seguro que ahora estamos todos y todas más tranquilos y tranquilas.

¡Vaya camelo que es esto de la economía! (y tantas otras cosas). Yo, como todos sabéis, soy un ignorante senior (llevo siéndolo más de cuatro décadas), pero me doy cuenta de que si uno gasta más de lo que se ingresa, es porque alguien le ha dado un crédito y se supone que el crédito, como su nombre indica, se da porque se cree en la capacidad del deudor para devolver la deuda. Lo malo es que la gente y las entidades no hacen otra cosa que pedir un crédito para pagar otro así que ¿qué credibilidad pueden tener? ¿De dónde se puede sacar esa confianza de la que tanto se habla y que parece tan importante para convencer a los inversores de dejar su dinero en un sitio y no en otro? Yo no me fiaría ni un pelo de alguien que, teniendo deudas conmigo, me pide más dinero. Y me fiaría menos aún si, estando en esa situación deudora, viese como despilfarra ese dinero que realmente no es suyo (aunque me haya dicho que me lo devolverá).

Los lumbreras que andan hablando por aquí y por allá (como lo hago yo ahora mismo, que soy casi igual de lerdo), también hablan de la necesidad de mejorar la productividad. Eso es algo que queda muy bien cuando se dice, pero llevarlo a la práctica es complicado en múltiples empresas en las que se ha hecho un montaje tan absurdo que, no es que sea imposible ser productivo, es que sobra más de la mitad de la gente porque se han ideado infinidad de tareas superfluas o, peor aún, que sólo sirven para que lo que se podría sacar adelante en un día, se retrase semanas o meses porque hace falta que veinte o treinta burócratas envíen sus mensajes de aquí para allá y den su visto bueno a cosas que no entienden ni tienen interés alguno en entender.

Muchos de los que hablan de la necesidad de incrementar la productividad en sus empresas, deberían comenzar por dimitir (renunciando a cobrar su millonaria indemnización, claro) porque, con gran seguridad, sus puestos son de los que más contribuyen a la reducción de esa productividad que reclaman.

Yo, como muchas personas, creo que el exceso de gasto se podría atajar con sencillez dejando de hacer cosas inútiles y caras en las empresas (públicas y privadas), en los partidos políticos, en las instituciones (políticas, benéficas, culturales e incluso en la Fundación para la Ley y el Orden de Michael Knight). Pero, cuando pienso un poco más, me doy cuenta que si se dejasen de hacer esas cosas tan caras e inútiles, se quedarían sin trabajo un montón de personas (probablemente yo sería uno de ellos), con lo que la supuesta solución desembocaría en la agudización de otro grave problema: el paro.

Pero, si sigo pensando, me doy cuenta de que cuando uno va por un camino que le lleva directamente al precipicio, por mucho trecho que lleve avanzado, la mejor solución es dar la vuelta. Seguir adelante es un suicidio. Volver atrás, cuando se está cansado por la dureza del camino recorrido, es probable que haga a muchos desfallecer y rendirse, pero alguien habrá que consiga encontrar la ruta adecuada para no despeñarse. Mejor será que se salven unos cuantos a que se vayan a pique todos ¿o no?

Nuestros gobernantes (me refiero a los de gran parte del mundo), a lo largo de unos cuantos años han estado llevándonos por un bello camino (por lo menos para algunos) de enriquecimiento más o menos fácil, de comodidades maravillosas, de avances estupendos y, sobre todo, de exceso de confianza en que las cosas sólo podían mejorar. Ahora estamos viendo que ese camino tan bonito nos lleva a una meta desastrosa porque todo estaba basado en un camelo: aumentar la riqueza a base de aumentar las deudas del enriquecido.

Algunos han comenzado a echar el freno, pero seguimos caminando hacia la misma meta (el precipicio), aunque sea más lentamente. No tengo ni idea de qué rumbo habrá que tomar, pero hay que pegar un frenazo y hacer un trompo para ir hacia otro lado, si no, como siempre digo, acabaremos viviendo en un mundo al estilo Mad Max (a lo mejor es divertido). Lo que espero es que los "pastores" que nos guíen de ahora en adelante no sean la panda de lerdos (bienintencionados en muchas ocasiones) que nos han guiado hasta donde estamos.