jueves, 31 de diciembre de 2009

Se acabó el 2009

Se termina el año y comienza otro. Realmente no ocurre nada apasionante, pero nos empeñamos en celebrar por todo lo alto algo tan tonto como que la cifra del año de nuestros relojes se incrementa en una unidad.

Tamaña simpleza se ha convertido en uno de los hechos más relevantes de nuestra sociedad. Tanto es así que hay montones de personas que se preparan a conciencia para el instante del cambio de año: Se ponen elegantes, cenan en lugares de postín, besan a todo el que esté alrededor en el momento de finalizar las campanadas, toman uvas aunque no les gusten, se ponen bragas o calzoncillos rojos, meten un anillo de oro en la copa de champán, etc.

Tengo que reconocer que cuando se hace algo en masa, aunque sea una tontería como la de celebrar que cambiamos de año, la cosa se vive con más emoción. No sé por qué razón es así, pero el caso es que ocurre.

Yo, para unirme al clima festivamente gregario de este día, iré a correr la Sansilvestre Vallecana con otros treinta mil panolis más. Como veis no me sustraigo al encanto de este clima alegre y paleto que se manifiesta en el último día de cada año. Gracias a la publicidad que se da al evento deportivo, cada vez se une más gente a la carrera (a pesar de los 17 euros que cuesta) y, con tantísimas personas, año a año se vuelve más complicada la tarea de correr porque la parrilla de salida se parece más a una estación de Metro japonesa en hora punta que a cualquier otra cosa. No obstante hay que reconocer que cuanta más gente se reúne, más se llena uno de emoción (a pesar del olor a sobaquete reconcentrado mezclado con flatulencias de estilos variados reinante entre la muchedumbre).

Tras la carrerita me ducharé (a veces tengo detalles civilizados) y, después de cenar un sándwich de embutido barato de Ahorramás, me sentaré a ver la tele esperando ansioso a que llegue la hora de ver a Belén Esteban en Telecinco narrando, junto a Jorge Javier, las campanadas que anuncien el nuevo año. Nunca me ha atraído el espectáculo campanero, pero esta vez no me lo perderé por nada del mundo.

¡Feliz año nuevo con Belén Esteban!

jueves, 24 de diciembre de 2009

Nochebuena

Dentro de un rato partiré rumbo al hogar paterno (y materno) para compartir la cena de Nochebuena con quien haya por allí. Ahora que lo pienso, realmente no voy a compartir nada sino a gorronearlo todo ¡Cómo soy!

Mientras llega el momento de marchar, como estoy harto de ver la tele, he decidido escribir algo y, de paso, felicitaros las Navidades. No soy muy “felicitón” pero, puestos a escribir, no me cuesta nada unirme a la masa de felicitadores que pulula por el mundo en estas fechas.

Hoy, además del hecho que se conmemora, el nacimiento de Jesús, ocurrirá algo que, al parecer, también es trascendental: El mensaje de su Majestad el Rey Don Juan Carlos se retransmitirá por Euskal Telebista.Como diría el difunto Joaquín Luqui: ¡Guau! ¡Total! ¡Alucinante! ¡Lo más! Particularmente me importa un pito ese detalle, pero supongo que es un signo más de que algo está cambiando en aquella comunidad autónoma (para bien).

Pero eso no es todo, la escenografía se renovará y todo será mucho más bonito. ¿Saldrá Felipe Juan Froilán de todos los Santos junto a su abuelo? ¿Aparecerá nuestro monarca en un escenario virtual de estilo galáctico flotando en medio del universo? Ardo en deseos de ver qué sorpresas nos han preparado.

El mensaje me importa poco porque, sea sensato o absurdo, no servirá para nada que no sea llenar páginas de los periódicos y minutos de radio y televisión para comentarlo. Si se quisiera que “los ciudadanos y las ciudadanas” hiciesen caso de algún mensaje, debería ser Belén Esteban la que lo diese. Ella sí que llega a la gente. Nuestra musa, a pesar de ganar un dineral (cada vez más), sigue mezclándose con el pueblo llano. Usa “tasis” y va al Carrefour con su carrito, al contrario de lo que hace la mayoría de nuestros políticos. Ellos andan todo el día hablando de lo que necesita la “ciudadanía” cuando hace tiempo que no saben cómo vive uno de esos ciudadanos con los que llenan su bocaza a todas horas.

Y si los políticos no saben casi nada de cómo vive la gente normal, mucho menos lo sabe el Rey a pesar de su proverbial campechanía, así que no trae cuenta atender a su mensaje. Aprovechad para apagar la tele un rato y así ahorráis energía que, según parece, es buena cosa, o tal vez no. ¡Uno ya no sabe qué hacer!

Corto el rollo. Feliz Navidad a todos (y todas) y, por favor, dejad de preocuparos de si habréis acertado, o no, con los regalos que vais a hacer a vuestros múltiples familiares. Para otro año haced lo mismo que yo: No regaléis nada… Salvo amistad y amor.

¿A que os he hecho derramar unas lágrimas de emoción?

Para finalizar dedicaré un afectuoso saludo al simpático timador japonés, Kashuma. Esta semana ha actuado en Burgos (con éxito), así que estoy contento porque sé que pasará una excelente Nochebuena gracias a los “donativos” de las buenas gentes que pululan por esas frías tierras castellanas.

P.D.- No pongo la imagen de un Nacimiento para no ofender a los laicos, ya sabéis que me he vuelto progresista y detesto ese tipo de agresión "intelectual".

martes, 15 de diciembre de 2009

Menos humos para el 2010

Parece ser que a partir del año que viene dejará de permitirse fumar en los locales públicos en los que aún se fuma. Me alegro de ello aunque algunos fumadores (no todos) estén ya haciéndose las víctimas por esa supuesta persecución a la que se les somete. También se unen a las críticas personas que, sin ser fumadoras, se sienten solidarias con aquellos que no pueden prescindir del cigarro en la sobremesa o mientras están apostados en la barra de un bar. Me encanta que la gente sea solidaria con causas nobles, pero esta me temo que no lo es. ¿Por qué no se solidarizan con el camarero que tiene que aguantar los humos de sus educadísimos clientes durante su larga jornada laboral? ¿Por qué no se unen al padecimiento de quien no tiene más remedio que comer en un restaurante en el que, a pesar de la normativa actual, nadie respeta la zona libre de humos?

Hace unas semanas estuve dando un paseo por la sierra madrileña y, al terminar, nos metimos en un bar del puerto de Navacerrada. Es un bar grande que tiene un recinto cerrado (aunque su puerta estaba abierta) para que el que quiera fumar lo haga con gozo y, además, tragándose el humo de los demás que allí se congregan (creo que eso les encanta a algunos). Pues bien, en la zona libre de humos, señalizada con carteles bastante visibles, había tres o cuatro personas fumando con total libertad a pesar de lo “perseguidos” que están por los malvados gobernantes y, por supuesto, por esos cavernícolas que somos los que no fumamos y detestamos el humo tabaquil (y muchos otros humos que, de momento, no podemos evitar).

El viernes pasado quedamos a cenar un grupo de diez personas (y “personos”) de los cuales sólo había un fumador. El restaurante era de tipo árabe y el suelo estaba cubierto por alfombras, lo que parecía sugerir que no era un lugar apto para fumar. Estábamos todos muy contentos hablando unos con otros hasta que la fumadora decidió que quería encender un cigarro. ¿Creéis que preguntó si a alguno de los nueve que no fumábamos le importaba que comenzase a echar humo? Pues no, lo que hizo fue preguntar al camarero si allí se podía fumar. A pesar de mis señas para que dijese que no se podía (es probable que con la ley en la mano no se pudiese fumar), él asintió y ella comenzó a fumar.

Está claro que no me enfadé por eso ni me enfadaría por cosas aún peores y, además, la fumadora en cuestión me cae bien, pero su detalle sirve para ilustrar que en muchas ocasiones (no en todas, claro) lo que se hace es acatar normas en lugar de intentar actuar del modo que más grato sea a quienes nos rodean. Por eso me hace reír la pretensión de algunos bienpensantes de que es mejor dejar que las personas se comporten según su “civilizado” criterio y no coartados por las “duras” leyes.

Sería muy bonito un mundo de personas autogestionadas (como dicen los anarquistas), pero teniendo en cuenta que nos preocupamos mucho más de nosotros mismos que de los demás (yo también lo hago), no parece quedar más remedio que imponer normas que regulen lo que se puede y lo que no se puede hacer en cada momento para evitar que andemos por ahí avasallando unos a otros haciendo lo que nos place con la única justificación de que no está prohibido.

Está claro que los gobernantes nunca legislan a gusto de todos y que, además, son tan falibles (cuando no más) que la mayoría de sus gobernados, pero alguna que otra cosa hacen bien, incluso aunque sea con fines electoralistas (¿hacen algo sin esa finalidad? Tal vez sí).

A cuenta de lo de la nueva restricción tabaquil vuelven a oírse las mismas voces que se oyeron cuando se puso en vigor la ley que prohibía fumar en los lugares de trabajo (salvo en los bares, que, hasta donde yo sé, también son lugares de trabajo para algunos). Los hosteleros se iban a arruinar, las tabaqueras iban a quebrar y, básicamente, todo iba a ser terrible. Creo que ninguno de esos augurios se ha cumplido y, en cambio, algunos empezamos a trabajar en un entorno mucho más agradable y sin necesidad de echar la ropa a lavar cada día (eso también contribuye a la famosa “sostenibilidad” que tanto gusta a casi todo el mundo, incluidos muchos fumadores) para quitarle la peste tabaquil.

Sin duda hay muchas cosas más importantes que hacer que restringir aún más los espacios para fumar pero, en vista de que otras cosas no saben hacer nuestros líderes, bienvenida sea ésta.

Una vez más tengo que lanzar un vítor a ZP y a su ministra de Sanidad:

¡VIVA ZP!
¡VIVA TRINI!

domingo, 6 de diciembre de 2009

Un año más para la constitución

En este frío domingo de diciembre, cómodamente sentado frente a mi ordenador, me dispongo a decir unas cuantas bobadas sobre nuestra carta magna. No me apetece escribir con mayúsculas los distintos sustantivos y adjetivos con los que nos referimos a nuestra ley fundamental porque estoy harto de tanta reverencia para hablar de un texto confeccionado por siete personas que, hasta donde yo sé, no eran dioses (aunque algún iluminado sí que podría haber entre ellos).

No diré que me parezca mal la contitución, pero tampoco me atrevo a decir que me parezca bien ¿Y sabéis por qué? Pues porque nunca la he leído con detenimiento ni, por supuesto, con gusto (prefiero una novela a esos rollos legales). Recuerdo que allá por el año 1978, cuando se sometió a referéndum la aprobación de esta ley fundamental, se repartieron montones de cuadernillos con el sacrosanto texto constitucional. En mi casa había no menos de diez de estos libretos, así que no era raro encontrar alguno de ellos en el “cuarto de pensar” y, mientras ponía mi “huevo” diario, me entretenía leyéndolo (leer la composición del porcentaje de tensioactivos aniónicos del tambor de Colón ya no tenía interés).

En los primeros años de vigencia de la constitución, cuando el día seis de diciembre no era festivo (¡qué poco sensibles éramos!), en el colegio o instituto a algún profesor le tocaba dedicar su clase a glosar las maravillas constitucionales en lugar de explicar la lección de física, historia o matemáticas que le correspondía habitualmente. Era otra manera, tan ineficaz como otras, de intentar que conociésemos nuestra carta magna.

La verdad es que se intentó con ahínco darnos a conocer la constitución, pero me temo que, globalmente, la cosa no fraguó. Pretender que leamos y comprendamos nuestra constitución es casi tan difícil como intentar que los usuarios del Windows lean y comprendan algún manual que explique los entresijos de tan famoso sistema operativo.

Está muy bien tener un marco legal que nos permita vivir en paz y libertad (dos cosas muy relativas, pero que, si nos comparamos con otros países, ciertamente las tenemos en abundancia en España), pero de tener ese marco a pretender que los que nos regimos por él lo conozcamos, va un trecho largo.

Se dice con frecuencia eso de “la Constitución que todos nos hemos dado” (perdonadme por no poner “todos y todas”, pero ya sabéis que mis raíces están insertas en la caverna y me cuesta desligarme de ellas), y cada vez que lo oigo pienso que allá por el 78 la gran mayoría de los que ahora tenemos derecho al voto no lo teníamos entonces, así que difícilmente nos dimos esa constitución. No digo que yo quiera cambiarla, pero me parece una bobada seguir insistiendo en esa tontería de que todos nos la hemos dado.

¿Por qué la política tiene que estar siempre tan llena de dichos estúpidos? Peor aún ¿Por qué aceptamos con tanta soltura las tonterías que se dicen desde los púlpitos políticos?

La gente no conoce su constitución, ni la conocerá. Siendo esto tan evidente ¿Por qué se hacen encuestas para ver si a la gente le parece bien o si le gustaría que fuese modificada? ¿Qué opinión puede tener alguien sobre algo que apenas conoce? ¿Qué interés pueden tener esos actos de lectura de la constitución, que no sea el de aprovechar para decir alguna cosa simpática y salir en la tele después? ¿Qué emoción puede sentirse por visitar el congreso de los diputados o el senado (tampoco uso mayúsculas para nombrar esas instituciones) en las jornadas de puertas abiertas?

Al final me he liado a hacer preguntas ajenas a la constitución, pero así tenéis más cosas a las que responder cuando hagáis vuestra aportación a este, vuestro blog.