sábado, 25 de septiembre de 2010

La huelga (de las narices)

Llevamos ya varios meses con el rollo de la huelga general. Supongo que se avisó con tanto tiempo porque los convocantes tenían sospechas de que no sería secundada con docilidad por tanta gente como a ellos les gustaría, así que, cuanto más tiempo tuviesen para dar el tostón, ellos y los medios de comunicación, más calaría la cosa y mejor podrían ir sembrando la duda sobre la posibilidad de ir a trabajar el día 29 de septiembre en caso de querer hacerlo.

Particularmente detesto cualquier acto de tipo masivo y generalizado porque, con gran probabilidad, dañará a algún inocente. Si hay una manifestación, está claro que, cuanto más masiva, mejor para el convocante en términos de capacidad de convocatoria y renombre adquirido, pero peor para los vecinos de la zona que quedan atrapados en su casa o sin poder llegar a ella a causa del sacrosanto derecho de la gente a manifestarse.

Si hay huelga general, supuestamente en contra de las medidas gubernamentales, se hace una faena a montones de pequeños empresarios que no tienen ninguna culpa (la mayoría no creo que la tengan) de las leyes que dicta el poder ejecutivo. También se fastidia a grandes empresarios, pero a esos niveles no creo que el daño sea excesivo (soy un ignorante, así que es probable que esté equivocado). Otros inocentes damnificados serán los que, queriendo ir a trabajar, no puedan hacerlo porque no puedan dejar a los niños en el cole o porque no haya modo de llegar a su lugar de trabajo. En consecuencia perderán el sueldo de un día y, para más inri, serán contabilizados como huelguistas convencidos por los jetas de los convocantes.

En fin, que veo demasiados inocentes castigados y no tengo claro que ese paro generalizado vaya a surtir algún efecto.

Congelar pensiones, alargar la vida laboral, abaratar el despido y todas esas medidas (no sé cuáles más hay) del nuevo decreto de ZP, son cosas no gratas para quienes estamos afectados por ellas. No tengo claro si servirán para que se cree empleo, pero sí servirán para ahorrar dinero. No me parece bien es que se ahorre dinero por ese lado y se siga despilfarrando en montones de gilipolleces como viajecitos a Nueva York a decir memeces, campañas electorales para ver si Trini o Tomás serán candidatos a presidir la comunidad de Madrid o muchas otras estupideces carísimas que se hacen porque, según dicen, su coste es mínimo comparado con lo que se necesita para acabar con el déficit. Pues será mínimo, pero muchos mínimos sumados constituyen una suma considerable y, sobre todo, sirven para dar ejemplo de austeridad.

En cualquier caso, aunque ZP y su troupe me parezan una panda de impresentables, no me da la gana hacer huelga, así que iré a trabajar (tengo suerte de poder ir en coche) y si me encuentro a algún piquete “informativo”, a lo mejor tenemos que “informarnos” mutuamente con mucho “cariño”.

Ayer hablaba con una amiga sobre esto de la huelga y me decía que ella la haría si viese que fuese a tener más seguimiento. Se quejaba de que la gente no se moviliza, que no nos unimos para evitar que nos quiten derechos. Me parece una forma de pensar tan respetable como otra cualquiera, pero no acabo de entender eso de que “la gente no se moviliza”. Parece que estamos esperando a que alguien (siempre otro que no seamos nosotros mismos) nos organice para salir en masa a la calle, para hacer huelga o para ir a hacer botellón (cualquier cosa masiva me vale). “La gente” o “la sociedad” siempre son las culpables de todo. Que si no se movilizan, que si no son solidarios, que si van a su bola… ¡Porras! El que quiera peces, que se moje el culo. ¿Queremos que “la gente” se movilice? ¡Pues convoquemos a la gente! ¿Queremos que la gente sea solidaria? ¡Pues convenzámosles de lo bonito que es serlo!

Ya sé que eso es fácil de decir y difícil de hacer, pero igual que es difícil para nosotros, lo es para otros, así que no pidamos que otros hagan lo que nosotros no somos capaces de hacer.

Tal vez la demanda es para que sean nuestros “representantes” políticos y laborales (se supone que estos últimos son los sindicalistas) hagan esas cosas. Es probable que así sea pero, entonces, si nos convocan y mayoritariamente no les hacemos caso, será que no nos convencen sus argumentos o, sencillamente, que estamos muy bien como estamos. Que me dejen de solidaridades baratas y de actos de protesta que me perjudican a mí más que a aquel contra el que protesto. Quiero hacer lo que me dé la gana (sin molestar) y que me dejen tranquilo ¿tan malo es eso? Paso de alinearme con nadie, estoy harto de bandos y de grupos que sólo buscan ser multitudinarios para, a falta de argumentos, poner sobre la mesa mayorías. Desgraciadamente parece que convence más una muchedumbre vociferante (o educada, que de todo hay), que unos argumentos adecuadamente hilvanados.

Dentro de la masa, arropados por el grupo, las personas más necias se crecen y son capaces de cometer las más grandes injusticias. Sin renegar de los grupos a los que pertenezco (mi familia, mis amigos, los calvos, los corredores, los pedorros, los blogueros) pregono a los cuatro vientos mi derecho a discrepar y a no secundar lo que no me dé la gana.

Y ahora que cada cual haga lo que le plazca.

P.D.- Tengo que decir que, en el fondo, me apetece que llegue el día de la huelga. Será divertido ver qué pasa. Incluso me gustaría encontrarme con algún piquete para dialogar con él y convencerle de ir a trabajar (tal vez yo acabe huyendo, que para eso me entreno a diario con la carrera pedestre).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Malos humos en el coche

Ya tenemos una nueva polémica a costa del tabaco. No diré que me parezca bien que las administraciones públicas se metan en la vida particular de la gente, pero en esto del tabaco hay gente que no se da cuenta de que su pasión privada (fumar) puede influir negativamente en la pasión privada de otros que tienen cerca (respirar).

Ya he dicho más de una vez que estoy agradecidísimo a la “injerencia” estatal en las vidas de tantos y tantos fumadores, todos educadísimos, que fumaban sin pudor en sus puestos de trabajo por la sencilla razón de que no había norma alguna que se lo impidiera (la educación la dejaban atrás después de decir “buenos días” cada mañana). Yo, como tantos otros, tenía que aguantar día a día que algunas personas encendiesen sus cigarros para poder trabajar relajadamente mientras los que había a su alrededor tenían que aguantarse sin rechistar (o rechistando ¡para lo que valía!).

Hoy en día puedo acudir al trabajo sabiendo que mi ropa no apestará al llegar a casa (salvo que me dé por sudar como un gorrino). Aún tengo problemas para encontrar un bar en el que esté prohibido fumar, pero puedo pasarme sin ir a esos lugares, así que no me quejaré. Sí diré, no obstante, que los que trabajan en bares, restaurantes y disco-pubs, parecen no tiner el mismo derecho que tengo yo a un ambiente laboral libre de humos. ¡Todo sea por respetar el derecho a echar humo que tienen esos pobres seres a los que se prohíbe echarlo durante sus horas lectivas!

Ahora van a prohibir en el País Vasco que se fume en los coches en los que haya menores. Ya hay gente escandalizada porque los gobiernos no hacen otra cosa que imponer normas sobre cómo debemos vivir. ¡Vaya sorpresa! ¿Para qué sirven los gobiernos si no? ¿Hacen algo que no sea dictar normas que afectan a nuestras vidas?

Seguramente haya gente que diga que los fumadores son suficientemente sensatos como para no fumar dentro del coche con sus hijos. Conozco a gente que, efectivamente, jamás haría eso, pero también conozco a otros que lo hacen sin pudor. El que no lo hace no tiene que temer la nueva norma, y el que lo hace es probable que siga haciéndolo a pesar de la norma, pero si se consigue que algún bobo deje de maltratar la salud de sus hijos por miedo a la multa, me parece buena cosa.

No sé si está penado gritar a un niño en público o darle una bofetada (probablemente sí). Tal vez esa prohibición no le parezca mal a nadie, pero cuando se ve a ciertos padres que acarrean a su prole a bares inundados de humo y que viajan en sus coches con la atmósfera cargada de putrefacción tabaquil, parece que nadie se escandaliza (yo sí).

Como siempre pasa, cada uno vemos mal lo que nos molesta y bien lo que nos satisface. Nos cuesta mucho aceptar que ciertas cosas que nos gustan puedan molestar o ser perjudiciales para otros. Por eso, desgraciadamente, a veces necesitamos que los gobernantes (que en muchas ocasiones son unos golfos y unos cretinos) dicten normas para salvaguardar los derechos de unos de ser pisoteados por otros (muchas veces sin malicia y sin darse cuenta, eso sí).

Está claro que hay muchas normas que entran en contradicción con otras: ¿para qué prohibir fumar si se sigue vendiendo tabaco?, ¿para qué vender coches de alta cilindrada si no se puede correr?, ¿para qué se recortan los sueldos de los funcionarios si luego se gasta dinero en chorradas inútiles?, etc.

Pero esas contradicciones no evitan que algunas de las cosas que se hacen tengan algo de sentido y realmente defiendan a quien debe ser defendido o, más bien, lo intenten, porque nadie está a salvo de nada por el hecho de que exista una ley que “garantice” sus derechos. Para eso están, o estamos, los delincuentes que nos encargamos de contravenir las normas cuando nos place.