domingo, 3 de noviembre de 2013

Homenaje a Don Antonio

Siempre que hablo con mi amigo Antonio nos interpelamos respectivamente acerca de nuestros queridos "papa y mama" respectivos. Como nosotros ya vamos siendo mayores, "papa y mama" ya han llegado a la vejez y no es raro que tengamos que referir alguna incidencia en su salud a la vez que nos contamos nuestros achaques, que ya se van acumulando (mi colección va en aumento a pasos agigantados).

Siempre decíamos que su "papa" y mi "papa" podrían ser buenos amigos a pesar de su aparente divergencia en la tendencia política: uno se confiesa progresista pero es capaz de reconocer que Franco hizo alguna cosa buena (la Seguridad Social y los pantanos), y el otro es de tendencia conservadora pero admirador fervientemente de Marcelino Camacho (un comunista consecuente con sus ideas). Hablando de uno y otro progenitor averiguamos su punto de coincidencia: a ambos les cae extremadamente bien el gran Walker, Texas Ranger, encarnado por Chuck Norris. Los dos detestan la maldad gratuita y admiran a quien administra la ley para castigar al malvado y proteger al inocente.

Tantas veces habíamos hablado de tontunas como esta y otras semejantes protagonizadas por nuestros padres que yo, sin conocerlo, tenía un gran afecto por Don Antonio y estaba convencido de que era una excelente persona. Un personaje que merecería uno de esos grandes premios de la paz o de la concordia -el Nobel o el Príncipe de Asturias- que suelen dar a gente de renombre que, en ocasiones, no se sabe por qué razón lo ha ganado.
A Don Antonio le hicieron una compleja operación hace unos días y, a pesar de que la cosa salió bien, ayer, de madrugada, mientras dormía plácidamente, se nos fue. Pero dejó huella incluso en personas, como yo, que sólo lo conocimos por lo que nos contaron otros.

Me decía ayer su mujer -otra gran persona- que era un hombre tan bueno que, en el hospital, daba las gracias incluso cuando le insertaban las molestas vías con sus respectivas agujas durante su convalecencia. Gente así es la que merece monumentos, y no reyes o políticos liantes. Vivimos en un mundo en el que se enaltecen la fama y el poder y se infravaloran la humildad y la bondad. El mundo funciona porque, a pesar de todos los males que nos aquejan, hay infinidad de personas buenas, como Don Antonio, que son capaces de sonreír y tratar bien a cualquiera que se cruce con ellos.
Voy a dejar de enrollarme para despedirme sonriente de ese gran hombre que se nos ha ido y desearle, no que descanse en paz, sino que siga esforzándose, allá donde esté, por difundir su buen talante entre los que aún andamos dando vueltas por este mundo.

domingo, 13 de octubre de 2013

Sinceridad sobrevenida

Una tarde de la semana que ahora concluye, cuando me preparaba para salir a trotar un rato por las calles de mi barrio, sonó el teléfono. Lo cogí y me saludó una agradable dama que me contó las ventajas de una maravillosa Visa Oro de cierto banco (no diré el nombre porque no estoy seguro de cuál era). No había que pagar gastos de mantenimiento ni de renovación ni de nada, y tampoco había que abrir cuenta en esa entidad bancaria. La tarjeta iba acompañada de los habituales seguros de todo tipo y muchas cosas más que  me hicieron quedar como un completo necio al rehusar tan ventajosa oferta.

Mi interlocutora, fiel a su misión de endosar tarjetas a tantas personas como fuese posible, insistió y me preguntó si tenía ya tarjeta Visa. Le dije que sí y que, además, me cobran unos cuantos euros de mantenimiento y renovación. Se lo dije para que se diese cuenta de que soy tonto y no me importa pagar por cosas que otros dan gratuitamente. Pero estas pistas sobre mi cerrazón al cambio no hicieron desistir a la abnegada trabajadora que, en un desesperado intento de captar algún cliente esa tarde, preguntó si vivían más personas en mi casa. Yo, un poco cansado de tanto rollo, le dije que no, que estaba más solo que la una, a lo que la simpática mujer repuso, tal vez de modo instintivo: "no me extraña".

Yo, en ese momento, no me di cuenta de lo que acababa de decir y, con ganas de zanjar la cuestión, me despedí de ella dándole las buenas tardes y pidiéndole perdón por haberle hecho perder el tiempo. Ella también se despidió y, cuando  colgué el aparato, la frase "no me extraña [que esté usted más solo que la una]", resonó en mi cabeza. Primero me hizo gracia, después me indignó y, finalmente, me hizo pensar en que tal vez sea cierto que soy un cabezota insoportable.

Sea como fuere,  tengo que reconocer que, tras esta anécdota, me entraron ganas de conocer en persona a esa simpática dama que fue capaz de expresar sus sentimientos con total libertad una vez que se percató de que conmigo no podría hacer negocio ni ahora ni nunca. Tener negocios con alguien es la mejor manera de no poder conocerse mutuamente nunca. Cuando hay intereses de por medio, la mentira suele acomodarse entre las personas.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Jobs

Hoy me apetece escribir algo, pero no se me ocurre sobre qué.  Comenzaré contando que ayer vi la película "Jobs", esa que trata sobre parte de la vida profesional de Steve Jobs, el fundador de Apple. Me pareció una película entretenida en la que se pinta a Jobs como un tipo con unas ansias exageradas de hacer algo grande, no sé si con el  ánimo de facilitar la vida a la gente o con el de conseguir hacer algo grande por lo que ser recordado eternamente. Tal vez eran las dos cosas las que rondaban su cabeza.

En cualquier caso me quedó la sensación de que Jobs era una especie de ideólogo que técnicamente no aportaba nada. No sé si la realidad tendría algo que ver con lo que yo saqué en claro de la película, pero el Jobs que yo vi en la pantalla no me gustó. Era una persona simpática si sintonizabas con él, y tremendamente desagradable si pensaba que no lo hacías. Lo malo es que para sintonizar con él había que tener ganas de cambiar el mundo a toda costa y a cualquier precio. Parecía de esos que no entienden que alguien tenga prioridades en la vida ajenas al éxito profesional y a dejar una huella en la historia.

Insisto en que eso es lo que yo percibí de la película, pero tal vez la realidad de ese caballero fuese totalmente distinta a la que nos han mostrado en la película.
Todo esto me sirve para comentar la sensación que tengo de que, desde hace algún tiempo, se sobrevalora eso que se ha dado en llamar "la carrera profesional" y no se entiende a los que pensamos en el trabajo como un medio de ganarnos la vida y no como una meta absoluta de ella.

Yo no envidio a los a los CEO's, a los CIO's, a los presidentes, a los consejeros ni a los múltiples ejecutivos que ganan un montón de dinero a cambio de ceder todo tu tiempo a la causa de la empresa. Si eso es lo que quieren hacer y les gusta, me parece muy bien que lo hagan, pero me encantaría que comprendiesen que algunos de los que sacamos adelante, o intentamos hacerlo, sus proyectos e ideas, no tenemos su grado de compromiso porque no nos da la gana, porque no se nos paga para ello y porque, además, no hay hueco en la cúspide para que todos lleguemos a ocupar esos cargos que tanto adornan al ponerlos en las tarjetas de visita aunque casi nadie entiende en qué consisten.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Defensa de la creadora del "relaxing cup of café con leche"


Desde el sábado por la noche no se habla de otra cosa que del discurso de Ana Botella ante el COI en Buenos Aires. Será raro encontrar a alguien que no se haya reído de eso del "relaxing cup of café con leche in the Plaza Mayor". Yo también lo he hecho y, sobre todo, con un arreglo musical que no sé si ha hecho D.J. Pastis o D.J. Buenri y que mola mazo. Siento no encontrar un enlace para que podáis escucharlo.
Reconozco que la frase en cuestión, la del café con leche, puede resultar graciosa, ridícula o incluso las dos cosas a la vez, pero lo que no entiendo es que, a partir de ella, sin oír nada más del breve discurso de Ana Botella, haya tanta gente que se aventure a decir que es una paleta, que no tiene ni idea de inglés, que su pronunciación es una mierda, etc., etc.

Aquí tenéis el discurso. Todos los que penséis que habla fatal y que su inglés es peor que el de cualquier otro español, os ruego que lo escuchéis entero:


 
¿Con qué cara podemos reprochar nada al inglés de la alcaldesa la mayoría de los españoles? ¿Acaso hay muchos que hablen inglés mejor que ella? Decidme qué problemas sintácticos o gramaticales tiene su discurso. Lo de intercalar esas cuatro palabras españolas no lo veo tan terrorífico. Se limitó a introducir unas pinceladas hispanas en su mensaje con mayor o menor fortuna (eso depende del receptor del mismo).
Ya sé que se nota en su acento que ella no es inglesa, estadounidense o canadiense. Pero todos los que la ponen a caldo ¿sabrían decirme cuál es el acento inglés que debe tener alguien para que se diga que su pronunciación es perfecta? ¿Tal vez el de Wisconsin? ¿Mejor el del west-end de Londres? ¿O será mejor el del east-end? ¿Podría ser que haya quien prefiera el acento de Texas?(a Chuck Norris le encanta) La verdad es que no lo sé ¡Hay tantos que uno no sabe por cuál decantarse!

No le tengo especial aprecio a Ana Botella, no me agrada el modo que ha tenido de llegar a la alcaldía o, antes de ello, al Ayuntamiento de Madrid. Hay muchas cosas que detesto de nuestros políticos y de tantos personajes que pueblan nuestras instituciones. Pero a pesar de lo bien o mal que me pueda caer una persona como la alcaldesa, me parece ridículo criticar su nivel de inglés a partir de un discurso que, insisto, a mí me parece correctamente construido y aceptablemente pronunciado.
Critiquemos la oportunidad, o no, de presentar la candidatura olímpica; la necesidad, o no, de llevar a tanta gente a actos absurdos como el del sábado en Buenos Aires; el beneficio o perjuicio de organizar las olimpiadas; lo bueno o malo que es el deporte profesional contrapuesto al de los deportistas normales, los que hacen ejercicio para estar sanos y no para ser máquinas. Se pueden debatir montones de cosas, pero criticar el nivel de inglés de alguien que, por haber nacido donde nació (España) no domina ese idioma como los Duques de Windsor, me parece una ridiculez.

Somos una panda de memos a la que le encanta escudarnos en la masa para linchar a gente famosa por "defectos" que nosotros mismos también tenemos.
Sería muy bonito que los políticos que requieren relacionarse con gente de otros países supieran inglés, pero lo cierto es que no hay ninguna ley que les obligue a ello, así que, si no lo saben, no cometen ningún delito y, además, la alcaldesa de Madrid no es la Ministra de Asuntos Exteriores, así que su necesidad de ser plurilingüe se reduce a escasas ocasiones. Bastante ha hecho que ha sido capaz de soltar su pequeño discurso con bastante propiedad (aunque a muchos les parezca lo contrario).

Ahí queda mi alegato en contra del linchamiento de Ana Botella y a favor de reírnos de la ocurrencia del "relaxing cup of café con leche" sin necesidad de machacar a su ocurrente autora.
P.D.- Me encantaría saber cuántos de los que ponen en su currículum que su nivel de inglés es alto (hablado y escrito) serían capaces de leer el discurso de Ana Botella con un acento la mitad de comprensible que el de ella, tan criticado por los puristas.

sábado, 7 de septiembre de 2013

"Value creator", la nueva profesión de los "paripeitors"

Creo que todos los que trabajen, o hayan trabajado,  en alguna empresa grande (iba a decir "gran empresa", pero eso tiene un sentido positivo que me cuesta atribuir a algunas empresas grandes) algún tiempo, habrán visto que la burocracia crece día a día a la par que la ineficiencia. A pesar de todo,  los resultados económicos de muchas de ellas suelen variar de buenos a excelentes. Excelencia que no solemos percibir los que estamos en la base de tan egregias compañías salvo por el hecho de ver cómo cambia la web de los empleados para ser cada vez más colorista y cómo se gastan ingentes cantidades de dinero para renovar las aplicaciones en las que tenemos que registrar las horas trabajadas para los que subcontratan nuestros servicios.
Puestos a elegir, yo diría que los candidatos a un puesto de trabajo solemos tender a seleccionar una empresa grande o muy grande (de 500 o más empleados) sobre una más pequeña o diminuta. Pensamos que la posibilidad de progreso profesional será mayor en un mastodonte empresarial que en una empresa familiar. Y no nos falta razón, La pirámide jerárquica de las compañías grandes suele constar de una multitud de puestos existentes entre el vértice del poder presidencial y la base en la que se extiende la capa mindundi (de la que yo me siento un feliz miembro). Y todos esos puestos tienen que estar ocupados por alguien que, si nos empeñamos, podemos ser nosotros.
El caso es que, con los 21 años que yo llevo trabajando en empresas grandes, subcontratado (o resubcontratado) por otras empresas también grandes, nunca me ha parecido deseable ninguno de esos puestos en los que uno puede (o debe) olvidarse de las capacidades técnicas adquiridas durante sus estudios para dedicarse a "gestionar". Bonita palabra que, como tantas otras, de tanto usarla erróneamente, ha perdido todo su sentido para pasar a significar cosas como las siguientes:
- Hacer el paripé simulando tener todo bajo control.
-Afirmar con rotundidad aquello que se desconoce.
-Comprometerse a que otros (los subordinados) hagan cosas que uno no sabe hacer y, por tanto ignora si pueden hacerse en los plazos a los que se compromete.
-Culpar a "su equipo" (el equipo es lo que supuestamente se gestiona) de los fracasos cosechados a pesar de haberlo gestionado con brillantez.
-Escribir documentos y mensajes llenos de faltas ortográficas e imposibles de comprender y rellenar hojas Excel con datos falsos pero que sirven para cumplir con la norma ISO 9012.
Está claro que no todos los gestores son tan lerdos como el prototipo que yo he descrito, pero para reírnos un rato es mejor hablar de éstos y no de los buenos (no tengo claro de qué tipo hay más, encargaré un estudio a la Universidad de Wichita en cuanto me devuelvan el importe de mis sellos de Afinsa).
Todo esto viene a cuento de que, hace unos días, cotilleando en LinkedIn, esa gran red de contactos profesionales, vimos el perfil de alguien que indicaba que era "value creator". Tras la carcajada compartida con el amigo que lo descubrió,  me planteé la cantidad de imaginación que hay que echar para poder definir la todas esas tareas completamente inútiles que tantas y tantas personas desarrollamos en las empresas grandes. Este tipo ha sido listo. Como ahora está de moda "poner en valor" o "aportar valor añadido" a las cosas, él se ha declarado experto (otra palabra que detesto) en hacerlo. Si, además, lo pone en inglés, ya tiene ganados unos puntos más.
Por los comentarios que ponen quienes conocen a nuestro amigo el "value creator", parece ser un tipo majete con el que da gusto trabajar. Si es cierto eso, todas las tontunas que pueda poner en su perfil me parecerán bien porque creo que una de las cosas más importantes en el entorno laboral es eso,  ser buena persona.
Ahora recuerdo otro de esos cargos simpáticos que me comentaron hace unos meses: "facilitador". Supongo que es al que le pides lápices, grapas, clips y folios, en su versión de menor rango y, los de más larga trayectoria, serán los que ayudan a los grandes profesionales a conseguir sus hitos en la dura tarea de llevar a buen puerto los ambiciosos proyectos en los que se embarcan durante la travesía del ascenso en su carrera (esta frase es totalmente lideral).
La burbuja inmobiliaria estalló hace unos años, pero la burbuja de la memez empresarial sigue hinchándose día a día gracias a gente que, sin saber hacer la o con un canuto, inventa nuevas "positions", como les gusta a ellos denominarlas, desde las que llevan a "sus equipos" hacia abismos de fracaso.  Eso sí, antes de que todos se despeñen, ellos suelen tener la habilidad de saltar a otra gran empresa con algún premio que los avala como excelentes ejecutivos, y allí comienzan de nuevo su tarea de guiar a la gente con la venda que tapa sus ojos.
P.D.- Esto no viene a cuento, pero me apetece ponerlo: me importa un pepino que Madrid sea capital olímpica o no. Es que me cansa ese discurso de que "todos y todas" queremos las olimpiadas en Madrid. ¿Cómo lo saben? ¿A quién han preguntado?

sábado, 20 de julio de 2013

Charlas de mayores

Ayer estuve cenando con dos amigos de edades similares a la mía (47 años)  a los que veo poco y, como es normal, nos interpelamos acerca de nuestras respectivas saludes (¡qué rara queda esta palabra en plural!). Fue simpático comprobar que los tres tomamos diariamente alguna, o algunas, pastillas recomendadas por nuestros respectivos médicos. Esta es una característica típica de los que ya tenemos cierta edad que, unida a la de usar "gafas para cerca" nos recuerda lo cerca que andamos de la senectud.

Eso sí, el concepto que tenemos de nosotros mismos no puede ser mejor.  Para confirmarlo, Fernando (uno de los comensales) nos enseñó una foto del grupo de antiguos compañeros de su colegio en una reunión que tuvieron hace poco, y nos pareció que estaban mucho peor conservados que nosotros. Me gustaría saber lo que pensarían ellos si vieran nuestra arrugada faz ...
Hoy, tras dar mi vuelta al Anillo Verde Ciclista de Madrid, mientras estiraba mis piernas en las espalderas de un parque cercano a casa, se ha acercado otro bicicletero bajito y sonriente a hacer lo mismo que yo. Mientras ponía mi pierna izquierda en el travesaño que rebasaba la cima de mi calva, el otro, mirándome con admiración, decía "ahí no llego yo". A lo que repuse "yo tengo ventaja porque mi pierna sale de más arriba" (haciendo referencia a mi superior estatura y a su pequeñez). Él dijo entonces algo como "con lo que me pasó hace cuatro años, demasiado bien estiro la pierna".
Ahí estaba yo una vez más dispuesto a compartir una conversación sobre achaques con.  Le tiré de la lengua y me contó que, cuando tenía 52 años,  había tenido un ictus isquémico que lo dejó sin movilidad de toda la parte izquierda del cuerpo, con pérdidas de memoria y con dificultad para hablar. Yo aproveché para contarle mi reciente episodio que, al lado del suyo, era una tontería absoluta.
Hasta los médicos le decían que tendría que acostumbrarse a la falta de movilidad de su brazo, pierna y cara porque era imposible recuperarse, pero él no se resignó y se esforzó hasta que, como he comprobado hoy recuperó la movilidad lo suficiente como para andar aceptablemente (incluso pedalear) y mover el brazo con bastante soltura. Lo de hablar lo hacía sin problemas (tenía más rollo que una tomatera). Él sigue haciendo ejercicio y mejorando día a día. Mucho mejor eso que resignarse a creer que los nefastos augurios que le dieron algunos médicos eran una predicción fiable y haberse quedado sentado en una silla para toda la vida.
 Tras una larga conversación nos hemos despedido como buenos amigos llamándonos por nuestros nombres: "adiós Manuel", "hasta la vista Pablete" (creo que le he dado demasiadas confianzas a Manuel, pero no me importa porque llevo torta).
Tras la experiencia de hoy, reconozco que hablar de mis males con la gente mayor (a los de mi quinta ¡para qué vamos a decir otra cosa!) me está empezando a gustar. Es gratificante escuchar historias de recuperaciones aparentemente milagrosas ( si atendemos a las previsiones de algunos médicos).
Creo que durante estas vacaciones voy a aprovechar para ir a los centros comerciales a sentarme con los vejetes en los bancos de los pasillos y, además de gozar con la visión de las mujeres atractivas, me divertiré comentando con ellos mis achaques y, si se tercia, intercambiando con ellos pastillas, seguro que así pasaremos un rato "flipante".

martes, 9 de abril de 2013

Vacaciones en el hospital



Hoy se cumple una semana de mi última aventura hospitalaria (de la que he salido airoso). Había pasado un día de trabajo normal. Al llegar a casa merendé mis dos o tres paletadas de Nutella que, como siempre hago, pasan directamente del bote a mi bocaza. Luego fui a trotar alrededor de este maravilloso barrio valdebernardino en el que habito. Hice mis estiramientos y regresé a casa para ducharme y dedicarme a perder el tiempo de cualquier modo. Esta vez estuve descargando el borrador de la declaración de la renta y el primer capítulo de la tercera temporada de Game of Thrones. Otras veces me da por ir a la web de Gran Hermano y cotillear algunos vídeos para enterarme de los últimos acontecimientos de ese apasionante "experimento social", pero no fue eso lo que hice ese fatídico martes, así que no podré culpar de ello a Mercedes Milá.
Eran casi las nueve y media cuando decidí que me apetecía cenar, así que, con la suculenta perspectiva de un sandwich de jamón york (no me privo de nada, como podéis ver), me dirigí al salón para enchufar mi bonito disco duro multimedia y dejarlo preparado para el visionado de Game of Thrones tras degustar mi opíparo menú.
Cuando estaba manipulando los cables del aparato (aún desenchufado) noté que reinaba un "estruendoso" silencio y que, extrañamente, me parecía oír mi respiración amplificada, como si mis oídos estuviesen dentro de mí. ¡Qué raro!, pensé, y seguí a lo mío. En ese momento comencé a sentirme de un modo extraño. Miré mis manos y me parecieron distantes. La izquierda agarraba un cable pero yo la notaba como si fuese ajena a mí. No percibía que tuviese nada agarrado. Comencé a ser consciente de que algo raro pasaba y dirigí mi mano derecha hacia la izquierda para agarrarla. En ese momento confirmé la razón por la que sentía la otra extremidad como ajena a mí: estaba completamente insensible.
El sonido de la respiración seguía siendo la banda sonora de lo que ocurría en mi salón. Mi cabeza estaba un tanto aturdida pero la mente mantenía la lucidez (la poca que mi mente puede alcanzar habitualmente), así que, viendo que algo raro pasaba, decidí sentarme para, en caso de desfallecimiento, no pegarme un trastazo cayendo al suelo desde mi uno ochenta de altura.
En el sillón comencé a zarandear el brazo dormilón, pero no conseguí despertarlo. Para intentar acallar el estruendo de mi respiración y romper el silencio circundante, lancé alguna interjección y me di cuenta de que mi habitualmente ágil lengua, estaba también entumecida. ¡Dios mío!, pensé, esto es más grave de lo que pensaba. Me levanté rápidamente del sillón (las piernas funcionaban de maravilla) , cogí las llaves de casa y el teléfono móvil. Abrí la puerta y me senté en el suelo junto a ella.  Aún tenía esperanzas de que aquello, igual que había llegado, pasase sin más, pero al cabo de unos segundos pensé que,  en estas circunstancias, el tiempo es oro, así que me levanté y crucé los dos metros que me separan de la vivienda de mis vecinos. Toqué el timbre y enseguida abrieron la puerta.
Con mi lengua de trapo, la cara torcida y un miedo tremendo encima, les saludé con una frase similar a esta: "no sé qué me pasa, se me ha quedado el brazo tonto y cada vez hablo peor".  Me mandaron tumbarme en el sofá y me tomaron la tensión mientras llamaban al 112 e intentaban calmarme.
Allí estuve tendido un rato, con más miedo que vergüenza a pesar de que, minuto a minuto, el brazo iba despertando de su letargo y mi lengua atorada iba consiguiendo moverse con mayor soltura. Incluso lloré de impotencia al darme cuenta de lo rápidamente que puede cambiar la vida de uno sin haber hecho nada que, en apariencia, pueda llevarte a una situación así.
Menos mal que, gracias a mis queridos (queridísimos) vecinos, no tuve que pasar el trance en soledad y me sentí plenamente arropado y seguro de que todo estaba bajo control.
Finalmente llegó la ambulancia y subió todo el pasaje a hacerme un chequeo inicial. Mi situación había mejorado mucho y ya estaba casi recuperado, pero aún así, me trasladaron a la ambulancia en una sillita extraña en la que uno se sienta en ángulo agudo (en la misma posición que uno utiliza cuando tiene que "plantar un pino" en medio del monte). Yo podía andar perfectamente, pero las normas son las normas, así que les dejé operar como ellos saben.
A la camilla subí por mis propios medios porque elevar mis 75 kilos no es tarea fácil y, además, no había necesidad de hacerlo. La ambulancia fue tranquilamente hasta el hospital y sólo fue activada la sirena cuando estábamos a las puertas del hospital, supongo que para cruzar alguna calle sin tener que esperar más de la cuenta.
Cuando me bajaron del convoy, me encontraba muchísimo mejor, ya hablaba con la pedantería que me caracteriza y sólo tenía problemas para pronunciar las erres y alguna otra conjunción compleja de consonantes, pero creo que habría sido capaz de soltar un discurso con más eficacia que cualquiera de nuestros queridos diputados.
Me llevaron a una de las salas de la  unidad de urgencias y comenzó a entrar gente por todas partes. Yo diría que se congregaron no menos de diez personas  a mi alrededor. Me hicieron preguntas varias y pruebas básicas para comprobar que mis sentidos funcionaban correctamente, luego me entregaron el uniforme hospitalario (esa bonita bata con la que no hay modo de ocultar el culo) y me subieron a la unidad de ictus para tenerme controlado.
Allí conocí a doña Julia y a don Antonio, ambos bien entrados en la ochentena. La primera se pasó la noche pidiendo que la dejaran ir a casa con su hija, primero con dulzura y, finalmente, con amenazas de denuncia si no la liberaban. Don Antonio, en cambio, era silencioso, se limitaba a intentar levantarse de la cama (a pesar de estar con el gotero puesto) cada cierto tiempo para, según él, "ir a la terraza a coger los zapatos".
Entre estas cosas y las ganas terribles de orinar que me llegaban cada cierto tiempo a causa de todo el líquido que me estaba entrando por el gotero (en cada micción soltaba no menos de tres cuartos de litro) la noche fue entretenida.
Durante los casi dos días que estuve hospitalizado, me hicieron tantas pruebas que creo que no hay un rincón de mi cuerpo que no haya sido escudriñado. Aún así, cuando me dieron el alta, aún no se había podido descubrir la razón por la que a una persona más o menos  joven y aceptablemente sana como yo, le había dado un ictus. Somos demasiado complejos y no es nada fácil obtener siempre una respuesta definitiva.
Aún tienen que hacerme más estudios y no sé si conseguirán dar con la solución a este enigma, pero, gracias a Dios, yo estoy bien y he podido contarlo. Podría haber narrado más cosas y decir lo bien que me trató todo el mundo en el hospital, pero como ya me he enrollado demasiado, me limitaré a decir que ya no me dan miedo los hospitales y que, aunque no es grato estar allí, tampoco es terrible.
Aprovecho para agradecer a todo el mundo (amigos, familiares y gente que pasaba por allí) el interés mostrado y los ánimos recibidos en directo, por teléfono, por correo y por cualquier otro medio. Procuraré no daros más sustos pero lo mejor es darnos cuenta de que, por más que lo intentemos, hay demasiadas cosas que se escapan a nuestro control. Y con eso tenemos que vivir procurando no estar aterrados en todo momento. Yo aún llevo algo de miedo dentro, pero ya pasará, después de todo no somos eternos, y cuanto antes lo asumamos, mejor.
Pero mientras estemos por aquí, procuremos ser más como don Antonio, que sólo intentaba ir a por sus zapatos sin incordiar a nadie, y menos como doña Julia, que pensaba que todos los que la rodeaban estaban contra ella. De todas la situaciones se aprende algo.

sábado, 23 de marzo de 2013

Homenaje a mi anciana lavadora


Pensaba haberos contado los detalles de mi aventura de ayer con la lavadora, pero la narración sería demasiado prolija y no aportaría nada de valor a vuestra existencia, así que me limitaré a deciros que el útil electrodoméstico se estropeó de la peor manera posible, cargando agua sin límite hasta desbordarse y encharcar mi cocina. Tras resolver el problema del vaciado con excesivo trabajo (os diré que hoy tengo agujetas a causa de ello), decidí que, en lugar de llamar a un técnico para que la reparase, compraría otra. Y eso hice.

Para que veáis mi rapidez para elegir, os diré que la chica que me atendió me dijo que ojalá todos los clientes fueran como yo. Me preguntó qué quería, le dije que una lavadora, me indicó la que mejor salía y le dije que me la quedaba. En menos de un minuto estábamos los dos contentos: ella por haber vendido y yo porque me dijeron que hoy mismo me traían el aparato (estoy esperando su llegada con gran ilusión).

Supongo que en este tipo de tiendas estarán acostumbrados a que vayan parejas que comienzan a debatir entre sí, con el pobre dependiente al lado, sobre el precio, el color, la marca, etc.. Haciendo cábalas sobre lo que les durará el nuevo aparato y contando las anécdotas ocurridas con el antiguo. Sin duda tiene que ser duro cualquier trabajo en el que haya que tratar directamente con decenas de clientes a diario. Aunque supongo que no todos serán excesivamente pesados y a veces aparecerá alguien simpático y que, además, sabe que él no es el único cliente y que no debe eternizarse en su elección (sí, habéis acertado, me refiero a gente como yo).

A mí no me gusta ir de compras pero cuando voy prefiero ir a tiro hecho. Es probable que por ser así me gaste más dinero que si mirase y remirase en varios sitios para ahorrar unos euros, pero prefiero perder mi tiempo en otras cosas más estúpidas como, por ejemplo, viendo Gran Hermano o algún otro programa cultural de ese estilo.

Para ser el primer artículo del año, creo que ya vale. Podría haber hablado de las preferentes, de Chipre, de Bárcenas, de los eres de Andalucía, etc., pero de eso habla todo el mundo y seguro que ya estáis saturados, así que he preferido hacer un homenaje a mi anciana lavadora, que ha aguantado sin fallar más de trece años y ahora, para una vez que me da un problema, se lo agradezco mandándola al desguace.  Que descanse en paz.