En este frío domingo de diciembre, cómodamente sentado frente a mi ordenador, me dispongo a decir unas cuantas bobadas sobre nuestra carta magna. No me apetece escribir con mayúsculas los distintos sustantivos y adjetivos con los que nos referimos a nuestra ley fundamental porque estoy harto de tanta reverencia para hablar de un texto confeccionado por siete personas que, hasta donde yo sé, no eran dioses (aunque algún iluminado sí que podría haber entre ellos).
No diré que me parezca mal la contitución, pero tampoco me atrevo a decir que me parezca bien ¿Y sabéis por qué? Pues porque nunca la he leído con detenimiento ni, por supuesto, con gusto (prefiero una novela a esos rollos legales). Recuerdo que allá por el año 1978, cuando se sometió a referéndum la aprobación de esta ley fundamental, se repartieron montones de cuadernillos con el sacrosanto texto constitucional. En mi casa había no menos de diez de estos libretos, así que no era raro encontrar alguno de ellos en el “cuarto de pensar” y, mientras ponía mi “huevo” diario, me entretenía leyéndolo (leer la composición del porcentaje de tensioactivos aniónicos del tambor de Colón ya no tenía interés).
En los primeros años de vigencia de la constitución, cuando el día seis de diciembre no era festivo (¡qué poco sensibles éramos!), en el colegio o instituto a algún profesor le tocaba dedicar su clase a glosar las maravillas constitucionales en lugar de explicar la lección de física, historia o matemáticas que le correspondía habitualmente. Era otra manera, tan ineficaz como otras, de intentar que conociésemos nuestra carta magna.
La verdad es que se intentó con ahínco darnos a conocer la constitución, pero me temo que, globalmente, la cosa no fraguó. Pretender que leamos y comprendamos nuestra constitución es casi tan difícil como intentar que los usuarios del Windows lean y comprendan algún manual que explique los entresijos de tan famoso sistema operativo.
Está muy bien tener un marco legal que nos permita vivir en paz y libertad (dos cosas muy relativas, pero que, si nos comparamos con otros países, ciertamente las tenemos en abundancia en España), pero de tener ese marco a pretender que los que nos regimos por él lo conozcamos, va un trecho largo.
Se dice con frecuencia eso de “la Constitución que todos nos hemos dado” (perdonadme por no poner “todos y todas”, pero ya sabéis que mis raíces están insertas en la caverna y me cuesta desligarme de ellas), y cada vez que lo oigo pienso que allá por el 78 la gran mayoría de los que ahora tenemos derecho al voto no lo teníamos entonces, así que difícilmente nos dimos esa constitución. No digo que yo quiera cambiarla, pero me parece una bobada seguir insistiendo en esa tontería de que todos nos la hemos dado.
¿Por qué la política tiene que estar siempre tan llena de dichos estúpidos? Peor aún ¿Por qué aceptamos con tanta soltura las tonterías que se dicen desde los púlpitos políticos?
La gente no conoce su constitución, ni la conocerá. Siendo esto tan evidente ¿Por qué se hacen encuestas para ver si a la gente le parece bien o si le gustaría que fuese modificada? ¿Qué opinión puede tener alguien sobre algo que apenas conoce? ¿Qué interés pueden tener esos actos de lectura de la constitución, que no sea el de aprovechar para decir alguna cosa simpática y salir en la tele después? ¿Qué emoción puede sentirse por visitar el congreso de los diputados o el senado (tampoco uso mayúsculas para nombrar esas instituciones) en las jornadas de puertas abiertas?
Al final me he liado a hacer preguntas ajenas a la constitución, pero así tenéis más cosas a las que responder cuando hagáis vuestra aportación a este, vuestro blog.
2 comentarios:
Estos pensamientos necios deberían conocerlos nuestros politicos
Gran-y estulto-"pos"."Esijo" lo reenvíes al blog de Pepiño..
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