domingo, 25 de marzo de 2012

Huelgas, elecciones y Gran Hermano



Se acerca la huelga general o, mejor dicho, el día en el que está convocada la misma. Nunca se sabe, a lo mejor en el último instante el gobierno decide echar atrás su ley estrella y se desconvoca.

Yo no voy a hacer huelga porque no creo que un día de paro sirva para nada salvo para que convocantes y gobierno interpreten los datos de seguimiento a su antojo. Unos dirán que ha sido un éxito y que eso demuestra que “las ciudadanas y los ciudadanos” han mostrado su repulsa a la pérdida de derechos que la nueva ley supone. Los otros dirán que ha sido un fracaso y que los pocos que han hecho huelga se han visto obligados a ello por la falta de medios de transporte para acudir al trabajo y por la coacción de los piquetes.

La interpretación simplista de los comportamientos de la masa o, para ser más finos, de la ciudadanía, es una constante en los discursos de los líderes políticos, empresariales, sindicales, periodísticos y cualquier otro tipo de liderazgo que se nos ocurra.

Habrá quien vaya a la huelga porque cree que es lo que debe hacer ante lo que estima un recorte en sus derechos.  Otros irán, o dejarán de hacerlo,  porque alguien que estiman más enterado les ha convencido de una cosa o de la otra. Habrá quien esté en desacuerdo con la ley pero irá a trabajar para que los sindicatos no crean que tienen su apoyo. Algunos no acudirán a su puesto de trabajo porque su línea de autobús esté sin servicio. En fin, que puede haber casi tantas razones como personas, pero al final  los que ocupan las cabeceras de los periódicos y los telediarios (nuestros líderes políticos y sindicales), dirán lo que les plazca y se quedarán tan contentos.

Lo mismo pasa con las elecciones. Cada cual emite su voto con el criterio que le parece adecuado, incluso con criterios puramente azarosos : voto a éste porque lo he votado siempre,  voto al otro para no votar al que me ha defraudado,  voto a cualquiera que no sea de los partidos de siempre…

Al final el que gana dirá que su acción de gobierno está avalada por el voto de los que lo han encumbrado, y será cierto, pero lo que no tiene sentido es que se diga que los que votaron su candidatura están de acuerdo con todo lo que se proponía en su programa. Habrá algún bicho raro que haya leído el famoso programa y esté conforme con todo lo que se dice allí, pero yo diría que esos son una grandísima minoría. Me atrevo a decir, sin fundamento alguno,  que la mayoría  habrá votado con motivaciones similares a las que antes he enumerado y que son tan tontas o tan sensatas como la del que está de acuerdo al cien por cien con ese programa que con tanto gozo ha leído.

Las cosas no son tan simples, pero quienes ostentan el poder (en todos los ámbitos) tienden a interpretarlas de ese modo (sí o no, blanco o negro, conmigo o contra mí).

El jueves pasado, viendo la gala de Gran Hermano (los que me conocéis sabéis que me encantan estos programas paletos), la gran Mercedes Milá, haciendo gala de su gran experiencia y profesionalidad, se permitió interpretar la expulsión de Cristian como un castigo de los espectadores (los que se gastan el dinero en eso) a ciertas frases tildadas de machistas, racistas y homófobas que el concursante pronunció. En ningún momento se le ocurrió pensar que, entre las personas dispuestas a gastar su dinero enviando SMS’s para expulsar a unos u otros, pudiera haber gente que crea que cierta persona tiene más papeletas para ganar que aquel a quien ellos apoyan y por eso votan para que se vaya.

Sirva esta última memez para apuntalar mi tesis de que el comportamiento de la masa se interpreta casi siempre de la manera que más le favorece al interpretador, de modo que la intención particular de cada individuo queda oculta y condenada a ser ignorada por todas y todos (ya casi me sale esto del “todas y todos” de modo natural. Mi progresismo es ya un hecho).

sábado, 3 de marzo de 2012

Sacralización de lo laico

En estos días pasados se ha hablado mucho sobre la falta de tacto de los sindicatos por convocar una “manifa” el día once de Marzo, fecha de triste memoria. Es cierto que es una jornada en la que habrá actos de recuerdo a quienes murieron en los atentados del año 2004, pero no es menos cierto que el que no vaya a esos actos puede hacer lo que le plazca durante ese día. Particularmente creo que iré a correr (espero que nadie se enfade por ello).

No pretendo defender a los sindicatos ni hacer alegatos a favor de las manifestaciones (ni unos ni otras me “simpatizan”, como diría el Chavo del Ocho), pero me parece tonto pretender sacralizar ciertas fechas.
Hace años (no muchos), en algunos lugares estaba mal visto escuchar música festiva durante Jueves Santo y Viernes Santo. Es comprensible que sea así para la gente que vive con intensidad sus sentimientos religiosos, pero hoy en día no se entendería que ese criterio tuviese que ser aceptado obligatoriamente por todo el mundo. En cambio, si alguien osa mancillar fechas como el día de la Constitución o el 11-M haciendo algo que no sea lo que la oficialidad ha dispuesto, ¡pobre de él!, será escarnecido por los políticos y los periodistas.

No sería aceptable que alguien se colase con un equipo musical de quinientos vatios haciendo sonar a AC/DC en una procesión de Semana Santa, y tampoco debería consentirse que en la manifestación de los sindicatos se digan cosas ofensivas sobre las víctimas del atentado del 11-M, pero si estas cosas no ocurren, no veo el problema de dejar que se manifiesten, eso sí, sin violencia, que luego llega la policía y todos lloriquean por lo malos que son por dar un porrazo a los alborotadores.