sábado, 23 de marzo de 2013

Homenaje a mi anciana lavadora


Pensaba haberos contado los detalles de mi aventura de ayer con la lavadora, pero la narración sería demasiado prolija y no aportaría nada de valor a vuestra existencia, así que me limitaré a deciros que el útil electrodoméstico se estropeó de la peor manera posible, cargando agua sin límite hasta desbordarse y encharcar mi cocina. Tras resolver el problema del vaciado con excesivo trabajo (os diré que hoy tengo agujetas a causa de ello), decidí que, en lugar de llamar a un técnico para que la reparase, compraría otra. Y eso hice.

Para que veáis mi rapidez para elegir, os diré que la chica que me atendió me dijo que ojalá todos los clientes fueran como yo. Me preguntó qué quería, le dije que una lavadora, me indicó la que mejor salía y le dije que me la quedaba. En menos de un minuto estábamos los dos contentos: ella por haber vendido y yo porque me dijeron que hoy mismo me traían el aparato (estoy esperando su llegada con gran ilusión).

Supongo que en este tipo de tiendas estarán acostumbrados a que vayan parejas que comienzan a debatir entre sí, con el pobre dependiente al lado, sobre el precio, el color, la marca, etc.. Haciendo cábalas sobre lo que les durará el nuevo aparato y contando las anécdotas ocurridas con el antiguo. Sin duda tiene que ser duro cualquier trabajo en el que haya que tratar directamente con decenas de clientes a diario. Aunque supongo que no todos serán excesivamente pesados y a veces aparecerá alguien simpático y que, además, sabe que él no es el único cliente y que no debe eternizarse en su elección (sí, habéis acertado, me refiero a gente como yo).

A mí no me gusta ir de compras pero cuando voy prefiero ir a tiro hecho. Es probable que por ser así me gaste más dinero que si mirase y remirase en varios sitios para ahorrar unos euros, pero prefiero perder mi tiempo en otras cosas más estúpidas como, por ejemplo, viendo Gran Hermano o algún otro programa cultural de ese estilo.

Para ser el primer artículo del año, creo que ya vale. Podría haber hablado de las preferentes, de Chipre, de Bárcenas, de los eres de Andalucía, etc., pero de eso habla todo el mundo y seguro que ya estáis saturados, así que he preferido hacer un homenaje a mi anciana lavadora, que ha aguantado sin fallar más de trece años y ahora, para una vez que me da un problema, se lo agradezco mandándola al desguace.  Que descanse en paz.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Todo está bajo control


Desde que ocurrió la desgracia en el fiestorro del Madrid Arena la pasada noche del día 31 de Octubre, no deja de hablarse de lo que pudo fallar y lo que habría que hacer para evitar que algo parecido pueda volver a ocurrir. Hay gente que parece extrañada de que, habiéndose cumplido todas las normas de seguridad, pudiese pasar lo que pasó. A mí lo que me extraña es que siga habiendo tanta gente en el mundo que piense que unas pocas decenas o centenas de personas puedan controlar a una masa de miles, por muchas normas de seguridad y por muchos controles que se pretenda hacer de la gente que entra y de lo que se introduce en el recinto del  evento (festivo, deportivo, político, religioso o del tipo que sea).
Está muy bien dictar normas para que la gente procure no generar situaciones de peligro y dotar a los recintos destinados a reuniones sociales del máximo número de dispositivos de seguridad, pero ante una estampida provocada por la estupidez de alguien (un petardo o unos gritos) o por el salvajismo de algún otro (unos tiros o una bomba) no hay nada que pueda hacerse. Miles de personas no pueden salir a la vez por ninguna puerta, por grande que sea, y si muchos de ellos llevan una cogorza de campeonato, la situación será aún más inmanejable.

Seguro que hubo montones de normas que no se cumplieron, es probable que el Ayuntamiento tenga alguna culpa, que los organizadores tengan su parte de responsabilidad y que algunos de los asistentes que se empeñaron en aglomerarse en la parte baja del recinto para vivir con más intensidad las vibraciones de la fiesta y mezclar su sudor con el de los demás, sean también causantes del desastre.

Ahora se seguirá hablando de esto (como lo hago yo), se cambiará alguna norma, se hará alguna prohibición y, para que la economía no se resienta, se seguirán haciendo fiestas masivas porque, lo queramos o no, parece que sin apreturas, alcohol y ruido, hay gente que no sabe divertirse (yo me permito dudar que eso sea divertido, pero soy un tío raro, así que seguramente esté equivocado).  Eso sí, la culpa siempre será de los poderes públicos que, como todos sabemos, deberían garantizar nuestra seguridad a toda costa. ¡Qué bien se vive sabiendo que nada malo puede pasarnos!
Lo único que queda claro de todo esto es que cuatro chicas han muerto y sus familias se han quedado sin ellas. Quizá acabe alguien en la cárcel o pagando una buena indemnización por su responsabilidad en el desastre, pero lo cierto es que estas cosas seguirán ocurriendo por más que nos “garanticen” que todo está bajo control.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El poder de la masa



Hoy, mientras pedaleaba con mi bicicleta de carretera por el maravilloso carril que discurre anexo a la carretera de Colmenar Viejo, me he topado, como tantas otras veces, con un pelotón de ciclistas (serían unos quince o veinte) que ocupaban toda la zona derecha y parte de la izquierda. Iban despacio, tanto que cualquiera podría adelantarlos de no ser porque apenas quedaba hueco para hacerlo y, además, la visibilidad para comprobar si venía algún ser humano pedaleante de frente, era nula. Iban hablando unos con otros y sin plantearse que pudieran estar incordiando a otros que, como ellos hubiesen salido a disfrutar del placer de rodar en este maravilloso día. Eran muchos, así que podían ir como les diese la gana.

Hemos llegado a una recta amplia y, arriesgando el pellejo, me he desplazado al borde izquierdo del carril para comprobar que no venía nadie de frente. He lanzado uno de mis habituales gritos de adelantamiento, “¡VOY!”, y, acelerando al máximo, he avanzado cual hilo atravesando el ojo de una aguja por el resquicio que ese gran grupo dejaba libre. ¡Por fin!, he pensado al ver que podía correr al límite que mis poderosas piernas me permitían.

Esta tonta anécdota me ha hecho pensar sobre las múltiples manifestaciones que tuvieron lugar ayer en Madrid y la más masiva que aconteció en Barcelona hace unos días. La gente sale a la calle a reclamar algo (independencia, anular recortes, subir sueldos, creación de puestos de trabajo, acabar con la corrupción, traer a Madonna a las fiestas San Cucufate, etc.) y, como se juntan muchos, ya creen que los gobernantes tienen que hacer lo que ellos dicen.

Una vez metido en la masa, uno se siente fuerte y se cree cargado de razones o, mejor dicho, se cree en posesión de la verdad, la única posible. Parece imposible que haya alguien fuera de la masa, no se ve el límite y, además, lo que se pide (según pensará cada cual) es tan sensato que nadie puede estar en contra. “Nos tienen que hacer caso”, “el gobierno no se puede quedar de brazos cruzados”, “nunca había habido un clamor popular tan inmenso”, “esto marca un punto de inflexión, un antes y un después”, “la ciudadanía ha hablado y las cosas no pueden seguir igual”, “hay que refundar el capitalismo”, “todos tenemos derecho a un i-Phone 5 subvencionado”. Todas esas frases se oyen día a día (algunas expresiones, como la del “punto de inflexión” y la del “un antes y después” son expresiones que ya resultan tan cargantes como las famosas “hojas de ruta”).

Está claro que la cosa está malita (como diría Chiquito de la Calzada), pero también parece evidente que el desbarajuste imperante no se arregla de un día para otro. No sé cuál es el origen del caos, pero parte de él se debe al derroche salvaje en el que han incurrido las administraciones públicas en los años precedentes (desgraciadamente parece que siguen en ello). Otros que contribuyeron a este caos fueron las entidades financieras que concedieron créditos a personas y empresas cuyo riesgo de impago era inmenso. Y, por supuesto, también las personas y empresas que pedían préstamos salvajes sin necesidad (concedidos estúpidamente por sus entidades bancarias) tampoco pueden creerse libres de culpa.

Para arreglar esto habrá que comenzar por que cada cual intente ser un poco más responsable. No gastar lo que no se tiene, no ser corrupto, no ser un jeta, ser legal en lo grande y en lo pequeño, etc.

Tendemos a pensar que la corrupción es únicamente cosa de los que mandan y manejan los grandes capitales, que nosotros, pobres diablos trabajadores (nunca he sabido a partir de qué sueldo uno deja de ser trabajador para ser… realmente no sé lo que son los que ganan más que esa cantidad indefinida), pero las cosas se construyen desde abajo.
 
Conozco a gente que, cuando es mindundi, se queja de la falta de escrúpulos de sus jefes, que explotan sin rubor a sus subordinados y les exigen más de lo debido. Pasado el tiempo, cuando consiguen elevar su estatus, algunos, en lugar de comportarse con sus pupilos como les hubiese gustado que se portaran con ellos, repiten los mismos errores, y no por despiste, sino porque les mola. Hay gente que se queja de que los ricos (tampoco tengo claro a partir de qué patrimonio uno es considerado rico) defraudan al fisco y, cuando no lo hacen, no pagan los suficientes impuestos. Algunos de ellos, probablemente no paguen el IVA a los pintores que han dejado su casa preciosa o al fisioterapeuta que les ha apañado el codo dolorido.

La culpa siempre es de otro, nunca nuestra. Mis pecadillos son eso, pecadillos, pero los de los demás son actos intolerables. La solución de los problemas pasa porque sean otros los que dejen de hacer sinvergonzonerías, lo mío es una gota en el océano. Está claro que, según la entidad del acto, cada cual tendrá mayor o menor responsabilidad, pero lo que no vale es lavarse las manos porque haya otros cuyo desfalco sea inmensamente mayor.

A altos niveles se han cometido abusos (y se siguen cometiendo) que sería bueno que dejasen de cometerse, pero no perdamos de vista que los que están en esos puestos de responsabilidad son tan humanos como nosotros (comen, cagan y duermen como todos), personas que, tal vez, cuando no estaban tan encumbrados, se acostumbraron a hacer su santa voluntad a costa de otros y que, cuando han subido de categoría, se limitan a hacer aquello a lo que se acostumbraron, pero adaptado a la nueva escala de su entorno. Comencemos cada cual por intentar ser decentes y, tal vez, algún día la decencia llegue a los puestos de responsabilidad (a los que los desempeñen), mientras tanto, por más que nos juntemos en la calle a gritar cosas tan sesudas como “un bote, dos botes, socialista (o pepero) el que no bote”, no solucionaremos nada.

La unión hace la fuerza, pero si esos que se unen no tienen ningún plan alternativo a lo que ahora existe (un plan sensato que no sea derrumbar lo que hay y esperar a que, de entre la masa, salga un genio que lo reconstruya todo), lo único que se conseguirá es pasar unas tardes muy entretenidas cantando (en el mejor de los casos) o desencadenar una batalla campal con pedradas, roturas de escaparates, y quemas de cualquier cosa que arda (en la peor de las situaciones).

domingo, 2 de septiembre de 2012

El final del verano


Siempre que llegan estas fechas me acuerdo de esa canción del Dúo Dinámico que servía de despedida de Verano Azul, esa gran serie televisiva de los años ochenta. Los veraneantes iban abandonando Nerja y el pobre Pancho se quedaba sin sus amigos veraniegos.

Este año he tenido más vacaciones que nunca (y aún que quedan unas cuantas que no sé cuándo disfrutaré) gracias al mes y medio de baja laboral que me ha proporcionado mi rotura ósea y a las dos semanas que he encadenado a ese mes y medio para seguir fortaleciendo mi deteriorado brazo. Durante estos calurosos días ha habido incendios, subidas y bajadas de la bolsa y de la prima de riesgo, asaltos a supermercados y entidades bancarias de nos nuevos salvadores de la patria capitaneados por Sánchez-Gordillo y, lo más importante, una restauración, dejada a medias, del Cristo de Borja. Ésta, sin duda, ha sido la noticia más interesante del verano. Doña Cecilia ha cautivado a mucha gente y ha escandalizado a algún que otro panoli que aplaudiría restauraciones más cutres y caras si las hubiese hecho algún artista consagrado como, por ejemplo, el señor Mariscal, creador de esa caca llamada Cobi. También ha conseguido, sin pretenderlo, llevar a su pueblo y a su humilde ermita a lo más alto de la popularidad mundial. Según parece, ella misma dijo que le habían comunicado que el hecho había sido “tremending topic” en Twitter. Aprovecho esta tribuna para saludar con afecto a dona Cecilia.

Una vez más comienza a refrescar por las noches, la gente regresa de sus lugares de veraneo y comienzan las quejas de lo caros que están los libros, las medicinas, la comida, la luz, el gas y el teléfono. Lo de siempre, aunque esta vez la cosa es más evidente. Mucha gente habrá pasado el verano comentando, mientras tomaba unas cervecitas, chateaba con su smart-phone y se dirigía a su coche para ir de una a otra terracita nocturna, lo que cuesta llegar a fin de mes y lo mal que está la cosa. Otros se habrán quedado en su casita tan tranquilos, disfrutando de la piscina del barrio y paseando por los tranquilos parques madrileños y, al llegar a casa,  de la maravillosa programación de Telecinco (Mujeres y Hombres y Viceversa ha estado interesantísimo).

Ahora, los que podamos, volveremos a trabajar (o a ir al trabajo, que no siempre es lo mismo) y comenzaremos nuevamente con la rutina laboral una vez terminada esta otra rutina vacacional. Comentaremos lo cortas que nos han parecido las vacaciones, lo duro que se nos hace el regreso a nuestras tareas, lo que ha subido la gasolina, lo bien que lo hemos pasado en los lugares que hemos visitado, lo morenos que nos hemos puesto y, si se tercia, regalaremos a alguno de nuestros compañeros una taza de esas en las que se puede leer algo como “Estuve en Borja y me acordé de ti” decorada con la sensación del verano: la obra de Doña Cecilia.

A pesar de que todo cambia, la vida sigue igual (como decía el gran Julio Iglesias). Disfrutad de vuestro reencuentro con la rutina otoñal y con la moda otoño-invierno que la Pasarela Mercedes-Benz Fashion Week trae hasta nosotros (todo muy “ponible” y a precios anti-crisis).

lunes, 16 de julio de 2012

El valor de un brazo


Estimados y abandonados lectores:

Muchos de vosotros (decir eso de un grupo de dos o tres personas suena pretencioso, pero me gusta) ya sabéis que el día uno de Julio me caí de la bicicleta y conseguí que se rompiera un poco la cabeza del radio (el hueso del antebrazo que permite que hagamos los movimientos rotatorios de muñeca). A pesar de que la cosa no fue terrible, tuve que estar hospitalizado para que me operasen y extrajesen las esquirlas del hueso que andaban entorpeciendo la movilidad de mi maltrecho brazo. Fue una operación sencilla y gozosa. Me durmieron por completo y no me enteré de nada. Ya no me dan miedo los quirófanos como antes de esta experiencia. Tras el éxito quirúrgico mi brazo izquierdo fue inmovilizado con una férula (no “célula” ni “cédula”)  durante casi dos semanas. Ayer mi brazo fue liberado y, como cabía esperar, su movilidad era básicamente la misma que tenía cuando estaba encerrado en el vendaje. Cualquier intento de flexionar el codo por encima o por debajo de los noventa grados era una quimera. Girar la muñeca para ver la palma de la mano era imposible y hacerlo en sentido opuesto no era mucho más fácil: mi brazo se había acostumbrado a la falta de libertad y ahora no era capaz de aprovechar la que tenía (es lo que nos pasó a muchos cuando Franco murió).

Durante estos días en los que he vivido (y sigo viviendo) utilizando un único brazo, me he dado cuenta de lo maravilloso que es poder usar los dos. Intentad frotar la axila derecha con la mano derecha. Se puede, pero la intensidad en la fricción deja mucho que desear, con lo que uno no se queda satisfecho con la higiene en ese “alerón”. Menos mal que la limpieza del ojete no requiere de dos manos, si no mi existencia (y la de los que me rodean) hubiese sido insufrible.

También experimenté la posibilidad de planchar con un solo brazo. Lo conseguí, pero tengo que reconocer que tardé bastante más y eché de menos la labor de la mano izquierda palpando la manga de la camisa para detectar posibles arrugas en la parte posterior (la que no se ve). Cortar rodajas de melón también tiene su complicación, sobre todo si éste es grandecito. Al final hay que apoyarlo contra el pecho y, si no te has puesto un delantal, te pringas. Fregar los platos no es complicado, pero a veces el plato gira con el estropajo y no hay manera de quitar algún pegote pertinaz. Capturar las últimas cucharadas de la sopa sin poder inclinar el plato con la otra mano, también son tareas complejas. Eso sí, para este caso siempre se puede coger el plato y pegarlo a la boca para inclinarlo y sorber el remanente, pero esto no se puede hacer en cualquier lugar (a no ser que a uno no le importe ser centro de las miradas del resto del establecimiento).

A la hora de ir a la compra también he detectado inconvenientes, no insalvables, pero sí incómodos. Antes, mientras la cajera del Ahorramás iba pasando mis productos (botes de Nutella y paquetes de Bonys y Tigretones) yo iba pasándolos velozmente a mi bolsa utilizando mis dos brazos de modo que, cuando ella terminaba y me decía el importe, yo ya había sacado la cartera y podía pagarle en el acto. Luego, con una mano recogía el cambio y con la otra abría la cartera para guardarlo con gran celeridad y dejar hueco para el siguiente cliente. Tengo que reconocer que, al verme impedido, las simpáticas operarias se prestaban amablemente a llenar la bolsa para dejarme ir sacando la cartera con una mano para posarla donde se pudiera y, extrayendo con dificultad las monedas y los billetes, pagar la compra.

De momento he descrito actividades que, aunque con dificultad, se pueden llevar a cabo con una sola mano, pero hay otras que, o tienes dos manos, o tienes gran ingenio, o no puedes llevar a cabo. ¿Cómo vacías una espinilla que tienes en la mejilla y que no es lo suficientemente gorda como para hacer pinza con el índice y el pulgar de la mano que funciona? ¿Cómo te rascas la oreja izquierda cuando estás hablando por teléfono mientras sujetas el aparato con la derecha? ¿Cómo das vueltas a las patatas en la sartén con una sola mano? Con lo torpe que soy, seguro que se me vertería su contenido sobre los pies.

Confío en que la movilidad regrese en breve plazo a mi brazo (algo más que ayer sí que puedo mover hoy el codo y la muñeca) y pueda volver a gozar del placer te usar los dos brazos. Espero no volver a olvidarme de lo agradecido que tengo que estar a ambos por permitirme llevar una vida comodísima.

Tengo que reconocer que,  a pesar de las dificultades, se puede sobrellevar la vida con un brazo atascado, pero no es menos cierto que hasta que a uno no le falta esa movilidad, no se da cuenta de lo que facilitan la vida los dos brazos.

Y ahora me despido de vosotros agitando señorialmente la mano derecha mientras la izquierda se limita a estar posada sobre el teclado (un poco agotada de tanto tecleo).

martes, 1 de mayo de 2012

La tía Lola


Esta tarde estaba en casa de mis padres cuando ha llamado la tía Lola para preguntar a mi madre si podría alguien subir a su casa (vive al lado) para ayudarle a resolver ciertos problemas con el teléfono móvil. La tía Lola tiene más de setenta años y, como sucede a casi toda la gente de esa edad, le cuesta comprender los entresijos de la tecnología, cosa que no me extraña en absoluto porque, a pesar del empeño de algunos en vendernos la idea de que la tecnología es cada vez más sencilla de utilizar, la realidad no es tan bonita.

Hemos subido mi hermano y yo y lo primero que ha hecho nuestra tía, toda apurada, es pedirnos perdón por molestarnos. ¡Pobrecilla! ¡Si no nos llama más que una o dos veces al año para sacarla de algún sencillo atolladero! Hemos saludado al tío Pedro, su marido, que, gracias a unos electrodos que tiene implantados en el cerebro, mantiene a raya los temblores del parkinson, pero que, por culpa de eso, no puede articular las palabras de modo comprensible.

Enseguida nos hemos percatado de que el problema de nuestra tía se podía resolver si conseguíamos que asumiese que el teléfono móvil, en sus funciones básicas, se opera como uno fijo. Parece un objetivo sencillo de conseguir, pero nos ha costado un buen rato explicarle que para hacer una llamada hay que tener el teléfono encendido, marcar el número y pulsar la tecla verde.

La pobre resoplaba cada vez que intentaba comprender lo que le contábamos (cada una de las diez o quince veces que se lo hemos contado) e interiorizarlo. Nos ha pedido que le escribiésemos unas instrucciones sencillas porque no se fiaba de su memoria, así que eso hemos hecho, pero tampoco con eso se ha quedado tranquila. Para ella cualquier cosa es un mundo, todo le parece inabarcable para su mente.

La tía Lola lleva muchos años cuidando a su marido. No tienen hijos y, aunque ven con frecuencia a sus respectivos hermanos, pasan la mayor parte del tiempo solos, acompañados uno del otro. Esto podría sonar incluso romántico, pero hay que tener en cuenta que Pedro apenas puede hablar, así que lo de conversar queda borrado como actividad posible. La radio y la televisión son artilugios gratos para estas situaciones de falta de conversación (esto lo digo por experiencia propia), pero la convivencia continua con alguien con quien la comunicación es casi imposible puede llegar a ser una tortura (para mí lo sería).

He contado lo anterior porque puede ser la razón por la que, cuando nos íbamos mi hermano y yo, tras nuestra labor docente, la tía Lola ha dicho, sollozando: “siempre os estoy molestando” y cuando le decíamos que eso no es cierto, ha acercado su cabeza a mi hombro y se ha puesto a llorar, sin ruido, silenciosamente. A mí me ha dado una pena impresionante y me ha costado no soltar las lágrimas. Mientras ella lloraba, he pensado en lo terrible que tiene que ser su vida y he supuesto que ya está muy cansada y asustada de ver cómo ella se va apagando mientras Pedro aún la necesita. Le he pasado un brazo sobre los hombros intentando confortarla, pero me temo que eso ha servido de poco.

Y estas cosas ¿cómo se arreglan? Ojalá fuese tan fácil como lo del teléfono móvil.

domingo, 25 de marzo de 2012

Huelgas, elecciones y Gran Hermano



Se acerca la huelga general o, mejor dicho, el día en el que está convocada la misma. Nunca se sabe, a lo mejor en el último instante el gobierno decide echar atrás su ley estrella y se desconvoca.

Yo no voy a hacer huelga porque no creo que un día de paro sirva para nada salvo para que convocantes y gobierno interpreten los datos de seguimiento a su antojo. Unos dirán que ha sido un éxito y que eso demuestra que “las ciudadanas y los ciudadanos” han mostrado su repulsa a la pérdida de derechos que la nueva ley supone. Los otros dirán que ha sido un fracaso y que los pocos que han hecho huelga se han visto obligados a ello por la falta de medios de transporte para acudir al trabajo y por la coacción de los piquetes.

La interpretación simplista de los comportamientos de la masa o, para ser más finos, de la ciudadanía, es una constante en los discursos de los líderes políticos, empresariales, sindicales, periodísticos y cualquier otro tipo de liderazgo que se nos ocurra.

Habrá quien vaya a la huelga porque cree que es lo que debe hacer ante lo que estima un recorte en sus derechos.  Otros irán, o dejarán de hacerlo,  porque alguien que estiman más enterado les ha convencido de una cosa o de la otra. Habrá quien esté en desacuerdo con la ley pero irá a trabajar para que los sindicatos no crean que tienen su apoyo. Algunos no acudirán a su puesto de trabajo porque su línea de autobús esté sin servicio. En fin, que puede haber casi tantas razones como personas, pero al final  los que ocupan las cabeceras de los periódicos y los telediarios (nuestros líderes políticos y sindicales), dirán lo que les plazca y se quedarán tan contentos.

Lo mismo pasa con las elecciones. Cada cual emite su voto con el criterio que le parece adecuado, incluso con criterios puramente azarosos : voto a éste porque lo he votado siempre,  voto al otro para no votar al que me ha defraudado,  voto a cualquiera que no sea de los partidos de siempre…

Al final el que gana dirá que su acción de gobierno está avalada por el voto de los que lo han encumbrado, y será cierto, pero lo que no tiene sentido es que se diga que los que votaron su candidatura están de acuerdo con todo lo que se proponía en su programa. Habrá algún bicho raro que haya leído el famoso programa y esté conforme con todo lo que se dice allí, pero yo diría que esos son una grandísima minoría. Me atrevo a decir, sin fundamento alguno,  que la mayoría  habrá votado con motivaciones similares a las que antes he enumerado y que son tan tontas o tan sensatas como la del que está de acuerdo al cien por cien con ese programa que con tanto gozo ha leído.

Las cosas no son tan simples, pero quienes ostentan el poder (en todos los ámbitos) tienden a interpretarlas de ese modo (sí o no, blanco o negro, conmigo o contra mí).

El jueves pasado, viendo la gala de Gran Hermano (los que me conocéis sabéis que me encantan estos programas paletos), la gran Mercedes Milá, haciendo gala de su gran experiencia y profesionalidad, se permitió interpretar la expulsión de Cristian como un castigo de los espectadores (los que se gastan el dinero en eso) a ciertas frases tildadas de machistas, racistas y homófobas que el concursante pronunció. En ningún momento se le ocurrió pensar que, entre las personas dispuestas a gastar su dinero enviando SMS’s para expulsar a unos u otros, pudiera haber gente que crea que cierta persona tiene más papeletas para ganar que aquel a quien ellos apoyan y por eso votan para que se vaya.

Sirva esta última memez para apuntalar mi tesis de que el comportamiento de la masa se interpreta casi siempre de la manera que más le favorece al interpretador, de modo que la intención particular de cada individuo queda oculta y condenada a ser ignorada por todas y todos (ya casi me sale esto del “todas y todos” de modo natural. Mi progresismo es ya un hecho).