Hoy, mientras pedaleaba con mi bicicleta de carretera por el
maravilloso carril que discurre anexo a la carretera de Colmenar Viejo, me he
topado, como tantas otras veces, con un pelotón de ciclistas (serían unos
quince o veinte) que ocupaban toda la zona derecha y parte de la izquierda.
Iban despacio, tanto que cualquiera podría adelantarlos de no ser porque apenas
quedaba hueco para hacerlo y, además, la visibilidad para comprobar si venía
algún ser humano pedaleante de frente, era nula. Iban hablando unos con otros y
sin plantearse que pudieran estar incordiando a otros que, como ellos hubiesen
salido a disfrutar del placer de rodar en este maravilloso día. Eran muchos, así que podían ir como les diese la gana.
Hemos llegado a una recta amplia y, arriesgando el pellejo,
me he desplazado al borde izquierdo del carril para comprobar que no venía
nadie de frente. He lanzado uno de mis habituales gritos de adelantamiento, “¡VOY!”,
y, acelerando al máximo, he avanzado cual hilo atravesando el ojo de una aguja
por el resquicio que ese gran grupo dejaba libre. ¡Por fin!, he pensado al
ver que podía correr al límite que mis poderosas piernas me permitían.
Esta tonta anécdota me ha hecho pensar sobre las múltiples
manifestaciones que tuvieron lugar ayer en Madrid y la más masiva que aconteció
en Barcelona hace unos días. La gente sale a la calle a reclamar algo
(independencia, anular recortes, subir sueldos, creación de puestos de trabajo,
acabar con la corrupción, traer a Madonna a las fiestas San Cucufate, etc.) y,
como se juntan muchos, ya creen que los gobernantes tienen que hacer lo que
ellos dicen.
Una vez metido en la masa, uno se siente fuerte y se cree
cargado de razones o, mejor dicho, se cree en posesión de la verdad, la única
posible. Parece imposible que haya alguien fuera de la masa, no se ve el límite
y, además, lo que se pide (según pensará cada cual) es tan sensato que nadie
puede estar en contra. “Nos tienen que hacer caso”, “el gobierno no se puede
quedar de brazos cruzados”, “nunca había habido un clamor popular tan inmenso”,
“esto marca un punto de inflexión, un antes y un después”, “la ciudadanía ha
hablado y las cosas no pueden seguir igual”, “hay que refundar el capitalismo”,
“todos tenemos derecho a un i-Phone 5 subvencionado”. Todas esas frases se oyen
día a día (algunas expresiones, como la del “punto de inflexión” y la del “un antes
y después” son expresiones que ya resultan tan cargantes como las famosas “hojas
de ruta”).
Está claro que la cosa está malita (como diría Chiquito de
la Calzada), pero también parece evidente que el desbarajuste imperante no se
arregla de un día para otro. No sé cuál es el origen del caos, pero parte de él
se debe al derroche salvaje en el que han incurrido las administraciones públicas
en los años precedentes (desgraciadamente parece que siguen en ello). Otros que
contribuyeron a este caos fueron las entidades financieras que concedieron
créditos a personas y empresas cuyo riesgo de impago era inmenso. Y, por
supuesto, también las personas y empresas que pedían préstamos salvajes sin
necesidad (concedidos estúpidamente por sus entidades bancarias) tampoco pueden
creerse libres de culpa.
Para arreglar esto habrá que comenzar por que cada cual
intente ser un poco más responsable. No gastar lo que no se tiene, no ser
corrupto, no ser un jeta, ser legal en lo grande y en lo pequeño, etc.
Tendemos a pensar que la corrupción es únicamente cosa de
los que mandan y manejan los grandes capitales, que nosotros, pobres diablos
trabajadores (nunca he sabido a partir de qué sueldo uno deja de ser trabajador
para ser… realmente no sé lo que son los que ganan más que esa cantidad
indefinida), pero las cosas se construyen desde abajo.
Conozco a gente que, cuando es mindundi, se queja de la
falta de escrúpulos de sus jefes, que explotan sin rubor a sus subordinados y
les exigen más de lo debido. Pasado el tiempo, cuando consiguen elevar su
estatus, algunos, en lugar de comportarse con sus pupilos como les hubiese
gustado que se portaran con ellos, repiten los mismos errores, y no por
despiste, sino porque les mola. Hay gente que se queja de que los ricos
(tampoco tengo claro a partir de qué patrimonio uno es considerado rico)
defraudan al fisco y, cuando no lo hacen, no pagan los suficientes impuestos.
Algunos de ellos, probablemente no paguen el IVA a los pintores que han dejado
su casa preciosa o al fisioterapeuta que les ha apañado el codo dolorido.
La culpa siempre es de otro, nunca nuestra. Mis pecadillos
son eso, pecadillos, pero los de los demás son actos intolerables. La solución
de los problemas pasa porque sean otros los que dejen de hacer sinvergonzonerías,
lo mío es una gota en el océano. Está claro que, según la entidad del acto, cada
cual tendrá mayor o menor responsabilidad, pero lo que no vale es lavarse las
manos porque haya otros cuyo desfalco sea inmensamente mayor.
A altos niveles se han cometido abusos (y se siguen
cometiendo) que sería bueno que dejasen de cometerse, pero no perdamos de vista
que los que están en esos puestos de responsabilidad son tan humanos como
nosotros (comen, cagan y duermen como todos), personas que, tal vez, cuando no
estaban tan encumbrados, se acostumbraron a hacer su santa voluntad a costa de
otros y que, cuando han subido de categoría, se limitan a hacer aquello a lo
que se acostumbraron, pero adaptado a la nueva escala de su entorno. Comencemos
cada cual por intentar ser decentes y, tal vez, algún día la decencia llegue a
los puestos de responsabilidad (a los que los desempeñen), mientras tanto, por
más que nos juntemos en la calle a gritar cosas tan sesudas como “un bote, dos
botes, socialista (o pepero) el que no bote”, no solucionaremos nada.
La unión hace la fuerza, pero si esos que se unen no tienen
ningún plan alternativo a lo que ahora existe (un plan sensato que no sea derrumbar
lo que hay y esperar a que, de entre la masa, salga un genio que lo reconstruya
todo), lo único que se conseguirá es pasar unas tardes muy entretenidas
cantando (en el mejor de los casos) o desencadenar una batalla campal con
pedradas, roturas de escaparates, y quemas de cualquier cosa que arda (en la
peor de las situaciones).
2 comentarios:
Me encanto el ejemplo del peloton ciclista, a veces la masa hace las cosas mal...
Trabajo fiable desde casa
El verdadero destruztor de las libertades del pueblo es aque que reparte botines, donaciones y regalos.(Plutarco)
Yo añadiría: Además, luego hay que pagarlas ...
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