Llevo ya una semana de vacaciones y creo que es hora de escribir algo. Aún no sé sobre qué voy a hablar pero, como decía alguien: comer y cantar, todo es empezar (¿o no era así?).
Las seis semanas previas a mi periodo vacacional las pasé trabajando en un proyecto (así se suele llamar a las chapuzas informáticas que hacemos para que parezcan cosas serias y bien planificadas) en el que, quien más y quien menos, extendían su jornada laboral más de la cuenta. Unos lo hacían para sacar trabajo adelante y otros para aparentar ser grandes profesionales. Como podéis imaginar, los más valorados por los jefes eran los que más tarde se iban (si se quedaban más allá de las doce de la noche y cenaban pizzas en su sitio, mejor que mejor).
Yo, como vi el percal el mismo día que me incorporé a ese grupo, me limité a cumplir con mi horario y, cosas raras que tiene la vida, nadie me dijo ni media al respecto, ni mis compañeros ni los jefes. Los compañeros con los que trabé más amistad pensaban que hacía bien, y con los jefes no tenía trato alguno, así que no sé lo que pensaban, pero me lo puedo imaginar.
La situación era un tanto absurda porque se suponía que yo fui allí para ayudarles a sacar trabajo adelante, pero con esos disparatados horarios que tenían algunos, no fueron pocas las jornadas en que, a pesar de que quienes me tenían que dar trabajo sabían de mi afición a llegar temprano y siempre a la misma hora (soy demasiado predecible), no se les ocurría enviarme algún correo nocturno, entre bocado y bocado de pizza, para decirme qué cosas podría hacer al llegar para aligerar tu “tremenda carga laboral”, con lo que mis horas mañaneras se desperdiciaban con total alegría. Ellos solían llegar a partir de las 9:30 (eso era muy temprano), pero no parecía que comenzasen a trabajar hasta bien pasadas las dos de la tarde. A veces daba la impresión de que la actividad laboral de algunos (otros sí que trabajaban intensamente) sólo comenzaba una vez que yo me había marchado.
Aquello ya terminó para mí. Cuando regrese de mis vacaciones ya no estaré en ese grupo. Reconozco que a algunos los echaré de menos, y a otros no tanto, pero tengo que decir que de todos he aprendido algo: la capacidad de aguante de unos y las técnicas de paripé de otros. Es un aprendizaje que no creo que aplique. No me interesa tener tanto aguante y me daría un poco de vergüenza aplicar ciertas tácticas “paripeísticas”, pero ha sido una interesante experiencia.
Al final mi relato no ha tenido nada que ver con la cuestión veraniega (chiringuitos, playa, montaña, viajes y todas esas cosas), pero no me parece adecuado comenzar a soltar otro rollo después de tantos párrafos. Dejaremos esas cosas para otro día.
P.D.- En atención al Dr.Flatulencias he cambiado el color rojo de los títulos por otro más grato a los ojos (por lo menos a los míos, que son un tanto cegatos).
2 comentarios:
Ay Pablete! Eso de comenzar a currar a la hora en que se van el resto y pasarse la mañana quejándose de tooooodo lo que se tiene, pasa mucho.
En mi oficina dicen "no me da la vida". Y yo pienso "si nada más llegar no tomaras un café, no bajases a fumar, no contaras tus aventuras de la tarde anterior, no tomaras otro café, no fumaras de nuevo, no subieras a ver a Maripuri, nofueras al baño a retocarte y no llamaras a media familia, igual la vida te daba para todo..."
En fin, que SEMOS ASÍN.
- ¿Supiste que falleció el jefe?
- Sí, pero quisiera saber quien fué el que falleció con él.
- ¿Por qué lo dices?
- ¿No leíste el aviso de defunción? Allí decía:"...y con él se fué un gran colaborador"...;-)
saludos
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