Me llena de orgullo y satisfacción dirigirme a todos vosotros en este primer domingo del año 2011. Atrás quedan doce meses en los que la crisis ha sido la reina, los controladores aéreos los malos, la selección española de fútbol la heroína y los hosteleros las víctimas de esa “terrible” ley antitabaco.
Unos hemos vivido con normalidad, otros con excesos y otros con apreturas. Básicamente ha sido un año como otro cualquiera, con desgraciados y agraciados, y cuando se acaba, como ocurre siempre, muchos deciden poner en práctica sus propósitos para mejorar su salud, su estado físico, su mente, su espíritu, su formación o, lo más elegante, su carrera profesional. También hay quien, como Roberto Carlos, quiere conseguir tener un millón de amigos en el nuevo año (por lo menos en el Facebook). Al final casi todo se queda en agua de borrajas, pero lo bien que lo hemos pasado haciendo planes, no nos lo quita nadie.
Yo no suelo hacer planes para el nuevo año porque creo que, cuando uno decide que quiere cambiar algo en su vida, lo mejor que puede hacer, es poner manos a la obra en cuanto le llega la inspiración, sin poner fechas. Si hay que esperar a que comience un año nuevo, me temo que será porque uno no está muy convencido de querer ese cambio.
En cuanto a la ausencia de planes de mejora en mi vida, tal vez todo se deba a que mi salud, a pesar del paso de los años, se mantiene lo suficientemente fuerte como para haber faltado al trabajo un único día durante el pasado año por motivos de enfermedad. Mi estado físico es más que aceptable para un vejete de mi edad. De vez en cuando tengo alguna molestia en mis rodillas, pero son cosas pasajeras y siguen sin chirriar demasiado.
Mi espíritu, aunque no tengo claro cuál es su esencia, creo que se mantiene aceptablemente tranquilo desde que he dejado de intentar convencerme de lo que no estoy convencido, y desde que acepto que dudar no es malo y tenerlo todo claro es peligroso. Algún día (tal vez no en esta vida) acabaremos entendiendo todo o aceptando que no podemos entenderlo.
En cuanto a mi formación, hace tiempo que dejé de preocuparme por no haber hecho el proyecto de fin de carrera que me hubiese servido para culminar mis años universitarios con el glorioso premio de una cartulina firmada por Su Majestad el Rey Don Juan Carlos con la que decorar el cuarto en el que ahora me hallo. En mi empresa se requiere llevar a cabo dos o tres cursos cada año para que puedan certificar que se preocupan por el avance intelectual de sus empleados, pero yo, que sé que esos cursos suelen ser un camelo en el mejor de los casos y, habitualmente, una pérdida de tiempo, cancelé mi asistencia a los tres que tenía asignados. De este modo ahorré dinero a mi departamento y, lo más importante, no perdí mi tiempo en asistir a absurdas charlas sobre cómo gestionar mi tiempo (un curso versaba sobre técnicas para hacer eso) o cómo utilizar ciertas herramientas que probablemente no tenga que utilizar nunca. Aprender cosas nuevas no siempre requiere hacer cursos o meterse en líos académicos. Muchas veces basta con leer alguna cosa o escuchar a quien sabe. Con eso no se obtienen títulos, pero satisface tanto o más que lo otro.
Mi carrera profesional está gozosamente estancada desde el año 1992 (año en el que comencé a cobrar por hacer las tonterías que hago). Rara vez he podido decir eso que mola tanto de “gestiono un equipo de x personas”. Ser “mindundi senior” tiene sus ventajas porque con la edad uno deja de sentir ese miedo reverencial por quien ostenta más altas responsabilidades. A estas alturas ya sé que los jefecillos, jefes y gerifaltes cagan y miccionan igual que yo (o con más esfuerzo), así que me limito a tratarlos con respeto y sabiendo que no son deidades dignas de alabanza y temor.
Lo de hacer más amigos puede estar bien, pero creo que es una cosa que es mejor no proponerse. Los amigos llegan sin hacer planes. Conoces a alguien y, poco a poco, con el trato continuado o esporádico, y sin necesidad de que un notario certifique nada, la amistad va surgiendo. Es necesario hacer ver que los amigos del Facebook no son necesariamente amigos de verdad (o sí, que cada cual tendrá su criterio).
Y tras estos desvaríos me despido hasta la próxima intervención. Que ustedes sean felices en el nuevo año.
2 comentarios:
Creo que tengo el honor de ser la primera comentarista de este nuevo año y..¿nueva década? ¿o la década empezó en 2010? Me encantan las Navidades, aunque esto lo escriba una vez que ya han pasado. Me da pereza quitar mis adormos navideños, básicamente porque cada año necesito alguna caja más para meter las cosas. Me gusta el rollete ficticio (o no) de ¡feliz año! y deseo que en este año podamos seguir trabajando para vivir y no viviendo para trabajar. Creo que en eso estamos de acuerdo. Y aunque suene muy tópico, no se trata de hacer lo que quieres, sino de amar lo que haces, aunque sea rutinario. Que la rutina también tiene sus ventajas en cuanto a salud mental. ¡Mis mejores deseos para todos!
¡Querida Zarzamora! El honor de contar con tus comentarios es mío. No es que seas la primera comentarista del año, es que eres la única. Me alegro enormemente de seguir contando con una lectora tan fiel a pesar de mi escasa regularidad para actualizar el blog.
La rutina suele aburrir, pero cuando se sale de ella para buscar "nuevas emociones", uno acaba deseando volver a aquella aburrida rutina que se dejó aparcada.
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