Una tarde de la semana que ahora concluye, cuando me
preparaba para salir a trotar un rato por las calles de mi barrio, sonó el
teléfono. Lo cogí y me saludó una agradable dama que me contó las ventajas de
una maravillosa Visa Oro de cierto banco (no diré el nombre porque no estoy
seguro de cuál era). No había que pagar gastos de mantenimiento ni de
renovación ni de nada, y tampoco había que abrir cuenta en esa entidad bancaria.
La tarjeta iba acompañada de los habituales seguros de todo tipo y muchas cosas
más que me hicieron quedar como un
completo necio al rehusar tan ventajosa oferta.
Mi interlocutora, fiel a su misión de endosar tarjetas a
tantas personas como fuese posible, insistió y me preguntó si tenía ya tarjeta
Visa. Le dije que sí y que, además, me cobran unos cuantos euros de
mantenimiento y renovación. Se lo dije para que se diese cuenta de que soy
tonto y no me importa pagar por cosas que otros dan gratuitamente. Pero estas
pistas sobre mi cerrazón al cambio no hicieron desistir a la abnegada
trabajadora que, en un desesperado intento de captar algún cliente esa tarde,
preguntó si vivían más personas en mi casa. Yo, un poco cansado de tanto rollo,
le dije que no, que estaba más solo que la una, a lo que la simpática mujer
repuso, tal vez de modo instintivo: "no me extraña".
Yo, en ese momento, no me di cuenta de lo que acababa de
decir y, con ganas de zanjar la cuestión, me despedí de ella dándole las buenas
tardes y pidiéndole perdón por haberle hecho perder el tiempo. Ella también se
despidió y, cuando colgué el aparato, la
frase "no me extraña [que esté usted
más solo que la una]", resonó en mi cabeza. Primero me hizo gracia,
después me indignó y, finalmente, me hizo pensar en que tal vez sea cierto que
soy un cabezota insoportable.
Sea como fuere, tengo
que reconocer que, tras esta anécdota, me entraron ganas de conocer en persona
a esa simpática dama que fue capaz de expresar sus sentimientos con total
libertad una vez que se percató de que conmigo no podría hacer negocio ni ahora
ni nunca. Tener negocios con alguien es la mejor manera de no poder conocerse
mutuamente nunca. Cuando hay intereses de por medio, la mentira suele
acomodarse entre las personas.