Desde que ocurrió la desgracia en el fiestorro del Madrid
Arena la pasada noche del día 31 de Octubre, no deja de hablarse de lo que pudo
fallar y lo que habría que hacer para evitar que algo parecido pueda volver a
ocurrir. Hay gente que parece extrañada de que, habiéndose cumplido todas las
normas de seguridad, pudiese pasar lo que pasó. A mí lo que me extraña es que
siga habiendo tanta gente en el mundo que piense que unas pocas decenas o
centenas de personas puedan controlar a una masa de miles, por muchas normas de
seguridad y por muchos controles que se pretenda hacer de la gente que entra y
de lo que se introduce en el recinto del
evento (festivo, deportivo, político, religioso o del tipo que sea).
Está muy bien dictar normas para que la gente procure no
generar situaciones de peligro y dotar a los recintos destinados a reuniones
sociales del máximo número de dispositivos de seguridad, pero ante una
estampida provocada por la estupidez de alguien (un petardo o unos gritos) o
por el salvajismo de algún otro (unos tiros o una bomba) no hay nada que pueda
hacerse. Miles de personas no pueden salir a la vez por ninguna puerta, por
grande que sea, y si muchos de ellos llevan una cogorza de campeonato, la
situación será aún más inmanejable.Seguro que hubo montones de normas que no se cumplieron, es probable que el Ayuntamiento tenga alguna culpa, que los organizadores tengan su parte de responsabilidad y que algunos de los asistentes que se empeñaron en aglomerarse en la parte baja del recinto para vivir con más intensidad las vibraciones de la fiesta y mezclar su sudor con el de los demás, sean también causantes del desastre.
Ahora se seguirá hablando de esto (como lo hago yo), se
cambiará alguna norma, se hará alguna prohibición y, para que la economía no se
resienta, se seguirán haciendo fiestas masivas porque, lo queramos o no, parece
que sin apreturas, alcohol y ruido, hay gente que no sabe divertirse (yo me
permito dudar que eso sea divertido, pero soy un tío raro, así que
seguramente esté equivocado). Eso sí, la
culpa siempre será de los poderes públicos que, como todos sabemos, deberían
garantizar nuestra seguridad a toda costa. ¡Qué bien se vive sabiendo que nada
malo puede pasarnos!
Lo único que queda claro de todo esto es que cuatro chicas
han muerto y sus familias se han quedado sin ellas. Quizá acabe alguien en la
cárcel o pagando una buena indemnización por su responsabilidad en el desastre,
pero lo cierto es que estas cosas seguirán ocurriendo por más que nos “garanticen”
que todo está bajo control.