
Parece ser que a partir del año que viene dejará de permitirse fumar en los locales públicos en los que aún se fuma. Me alegro de ello aunque algunos fumadores (no todos) estén ya haciéndose las víctimas por esa supuesta persecución a la que se les somete. También se unen a las críticas personas que, sin ser fumadoras, se sienten solidarias con aquellos que no pueden prescindir del cigarro en la sobremesa o mientras están apostados en la barra de un bar. Me encanta que la gente sea solidaria con causas nobles, pero esta me temo que no lo es. ¿Por qué no se solidarizan con el camarero que tiene que aguantar los humos de sus educadísimos clientes durante su larga jornada laboral? ¿Por qué no se unen al padecimiento de quien no tiene más remedio que comer en un restaurante en el que, a pesar de la normativa actual, nadie respeta la zona libre de humos?
Hace unas semanas estuve dando un paseo por la sierra madrileña y, al terminar, nos metimos en un bar del puerto de Navacerrada. Es un bar grande que tiene un recinto cerrado (aunque su puerta estaba abierta) para que el que quiera fumar lo haga con gozo y, además, tragándose el humo de los demás que allí se congregan (creo que eso les encanta a algunos). Pues bien, en la zona libre de humos, señalizada con carteles bastante visibles, había tres o cuatro personas fumando con total libertad a pesar de lo “perseguidos” que están por los malvados gobernantes y, por supuesto, por esos cavernícolas que somos los que no fumamos y detestamos el humo tabaquil (y muchos otros humos que, de momento, no podemos evitar).
El viernes pasado quedamos a cenar un grupo de diez personas (y “personos”) de los cuales sólo había un fumador. El restaurante era de tipo árabe y el suelo estaba cubierto por alfombras, lo que parecía sugerir que no era un lugar apto para fumar. Estábamos todos muy contentos hablando unos con otros hasta que la fumadora decidió que quería encender un cigarro. ¿Creéis que preguntó si a alguno de los nueve que no fumábamos le importaba que comenzase a echar humo? Pues no, lo que hizo fue preguntar al camarero si allí se podía fumar. A pesar de mis señas para que dijese que no se podía (es probable que con la ley en la mano no se pudiese fumar), él asintió y ella comenzó a fumar.
Está claro que no me enfadé por eso ni me enfadaría por cosas aún peores y, además, la fumadora en cuestión me cae bien, pero su detalle sirve para ilustrar que en muchas ocasiones (no en todas, claro) lo que se hace es acatar normas en lugar de intentar actuar del modo que más grato sea a quienes nos rodean. Por eso me hace reír la pretensión de algunos bienpensantes de que es mejor dejar que las personas se comporten según su “civilizado” criterio y no coartados por las “duras” leyes.
Sería muy bonito un mundo de personas autogestionadas (como dicen los anarquistas), pero teniendo en cuenta que nos preocupamos mucho más de nosotros mismos que de los demás (yo también lo hago), no parece quedar más remedio que imponer normas que regulen lo que se puede y lo que no se puede hacer en cada momento para evitar que andemos por ahí avasallando unos a otros haciendo lo que nos place con la única justificación de que no está prohibido.
Está claro que los gobernantes nunca legislan a gusto de todos y que, además, son tan falibles (cuando no más) que la mayoría de sus gobernados, pero alguna que otra cosa hacen bien, incluso aunque sea con fines electoralistas (¿hacen algo sin esa finalidad? Tal vez sí).
A cuenta de lo de la nueva restricción tabaquil vuelven a oírse las mismas voces que se oyeron cuando se puso en vigor la ley que prohibía fumar en los lugares de trabajo (salvo en los bares, que, hasta donde yo sé, también son lugares de trabajo para algunos). Los hosteleros se iban a arruinar, las tabaqueras iban a quebrar y, básicamente, todo iba a ser terrible. Creo que ninguno de esos augurios se ha cumplido y, en cambio, algunos empezamos a trabajar en un entorno mucho más agradable y sin necesidad de echar la ropa a lavar cada día (eso también contribuye a la famosa “sostenibilidad” que tanto gusta a casi todo el mundo, incluidos muchos fumadores) para quitarle la peste tabaquil.
Sin duda hay muchas cosas más importantes que hacer que restringir aún más los espacios para fumar pero, en vista de que otras cosas no saben hacer nuestros líderes, bienvenida sea ésta.
Una vez más tengo que lanzar un vítor a ZP y a su ministra de Sanidad:
¡VIVA ZP!
¡VIVA TRINI!