Acabo de ver una
película que me ha gustado:
The reader. Dura dos horas y seguro que a mucha gente le parecerá un tostón, pero ya sabéis que mi gusto es un tanto paleto (según el juicio de otros). Como no sé lo que voy a contar de la película, pondré esa sandez de
¡ATENCIÓN, SPOILER! para que gente como Antares no me demande por atentar contra el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a vivir sin la tensión de que nadie les reviente la trama de un “flin”.
Aparte de las escenas de “seso” entre un mozalbete y una mujer madura que sirven para mantener despierto al público para ver hasta qué punto de escabrosidad se llega, la historia subyacente de una antigua “miembra” de las SS tiene su interés. A un lerdo como yo le ha hecho pensar en el sentido que tiene juzgar hechos acaecidos hace veinte años y condenar por ellos a personas que, probablemente, ya se hayan reformado y que jamás volverían a cometer barbaridades semejantes a las de aquellos tiempos.
En la Alemania nazi supongo que serían escasos los que no estuviesen alistados en algún grupo relacionado con aquel putrefacto régimen. Era lo que había y, como pasa casi siempre con los fenómenos de masas, Vicente va donde va la gente, incluso aunque la gente vaya a lanzarse por un precipicio o, como en aquel caso, a lanzar a otros (esto último suele contar siempre con más seguidores).
No digo que haya que olvidar sistemáticamente toda tropelía cometida en el pasado, pero sí que sería deseable tener en cuenta la situación actual de los delincuentes de épocas remotas. Las personas, como todo en este mundo o, poniéndonos en plan esotérico, en esta dimensión, cambian y, en ocasiones, cambian mucho, así que no le veo sentido a meter en la cárcel a alguien que ahora no supone peligro para nadie (ya sé que esto no se puede saber nunca con certeza, pero lo contrario tampoco).
Y ahora, cambiando a un tema que no tiene absolutamente nada que ver con la película, diré que ayer pasé una grata jornada campestre en las Hoces del Duratón remando en canoa con unas cuantas personas. Eramos trece pero no íbamos todos en la misma canoa, en tal caso la canoa habría parecido el barco de Vickie el Vikingo. De esas personas conocía únicamente a dos al comenzar la jornada y, al finalizar, conocía a todos (aunque los nombres aún los confundo). Digo esto para aportar una prueba que avala mi tesis de que es más fácil llegar a conocer a la gente en situaciones campestres que en locales de “divertimento” nocturno. Lo de divertimento lo pongo entre comillas porque a mí me parecen locales de aburrimiento, pero eso son cosas mías que, como sabéis, soy muy raro.
Lo mejor de la jornada fue el regreso en el convoy en el que yo iba (tres mujeres y yo, que soy tan simpático como ellas). La dueña del coche puso un CD titulado por ella misma como “Música para cantar. Volumen I” y, a fe mía que cantamos ¡Qué grandiosa recopilación de “ésitos”! El “
concierto” comenzó con
Aire del grandísimo
Pedro Marín (al ver lo de "Aire" estoy seguro de que Antares ha pensado en algún escape flatulento). Seguimos con
Libre de
Nino Bravo,
La chica ye-ye de
Conchita Velasco y ¡cómo no! ese grandioso tema de
Camilo Blanes
, Vivir
así es morir de amor. Hubo muchas más canciones inmortales, pero no quiero alargarme más de lo debido.
Hasta ayer pensaba que la mejor manera de afianzar una amistad era la de compartir ventosidades, pero he descubierto que cantar grandes tonadillas musicales es un método tan bueno como ese y que, además, no apesta.
Y, ya para terminar, hoy he ido a la
carrera contra el SIDA que se disputaba (este verbo queda muy profesional) en la Casa de Campo. Como no pude ir a recoger el dorsal ni el viernes ni ayer, pensaba correr en plan pirata y, en la meta, intentar birlar las vituallas con el salero que me caracteriza, pero como, a pesar de lo que se cuente por ahí, hay mucha gente simpática en el mundo, una chica que me ha visto sudoroso y con pintas de participar en el evento sin dorsal, se ha acercado a mí y me ha ofrecido el de un amigo suyo que no se había presentado (le habría dado un apretón de última hora). Semejante actitud me impele a cantar eso de:
Viva la gente, la hay donde quiera que vas.
Viva la gente, es lo que nos gusta máaaaaaaas.
El resto lo buscáis en Google, que no me apetece escribir tanto.
P.D.- He ganado a la primera mujer, y eso que sólo me he “dopado” con Nutella para desayunar.