
Hoy es día de reflexión, y tal cosa me mueve a preguntarme qué sentido tiene semejante jornada. He visto en mi blog progresista favorito (Madrid Progresista)que su autor es rigurosamente cumplidor de la ley electoral. Yo, que soy bastante más ignorante en casi todos los aspectos, ni he leído la mencionada ley ni tengo intención de hacerlo, pero lo que sí me apetece es plantear aquí los límites de esa norma de no hacer campaña en este “sagrado” día.
¿De verdad alguien cree que porque yo pida hoy el voto para Esperanza Aguirre o Gallardón soy reo de condena? ¿Qué diferencia habría si hubiese pedido ayer el voto en estas páginas y hoy no hubiese escrito nada? ¿Acaso el lector, casual o habitual, no se encontraría de lleno con mi soflama electoral al acceder hoy a mi famoso blog? (hay lectores de Libertad Diodenal en todo el mundo ¡qué gran responsabilidad!).
Esta manía que tienen algunos de sacralizar las normas hasta límites insospechados lleva a situaciones tan absurdas como la que, hace años, viví yo en una piscina pública de Madrid.
Como tal vez sepan los aficionados a la natación, en las piscinas cubiertas de este municipio es obligatorio llevar gorro de baño para poder hacer unos largos. Pues bien, como también sabrán los que me conocen o los que han visto la foto que adorna mis artículos, el vello que corona mi cráneo es tan escaso como la hierba en el Sáhara, razón por la cual me aventuré a lanzarme al agua sin ponerme aquel caparazón de goma (es una más de las ventajas que yo suponía que tenía la calvicie). El caso es que, cuando terminé de hacer mi segundo largo (notando en mi cuero cabelludo la gozosa humedad del agua), en la orilla me esperaba el “vigilante de la playa” con un gorrito en la mano ofreciéndomelo para que me lo pusiera "en cumplimiento de la normativa vigente que obliga a todos los bañistas a utilizar ese complemento higiénico".
Yo, como soy una persona muy simpática, ante un ofrecimiento tan cordial y teniendo en cuenta que me regalaba el gorrito de baño, lo cogí con alegría y, señalando mis pobladas axilas dije al socorrista: “Y aquí que me pongo”. A lo que el eficiente funcionario respondió con una sonrisa y un encogimiento de hombros muy expresivo.
Sirva este ejemplo para ilustrar la necedad humana y la inquebrantable fe en la bondad de las leyes que algunas personas tienen (con la mejor intención en muchas ocasiones). Leyes que, sin duda, tienen una razón de ser y un ámbito de cumplimiento ineludible y sensato, pero que también deben contar para su aplicación con la dosis pertinente de sentido común, de modo que no se llegue al ridículo que se llegó conmigo al pedir a un calvo que se pusiese un gorro de baño o a la bobada de no pedir hoy el voto para un partido determinado en una charla amistosa o en un blog como este por estar en el día de reflexión.
Y tras estas cavilaciones, doy por bien empleada esta importante jornada democrática (me gusta decir frases huecas como a los políticos).
Votad a quien os plazca, pero mejor si lo hacéis a E.A. como presidenta de Madrid y a A.R.G. para el Ayuntamiento de la capital (espero que al escribir sólo las siglas de los nombres de los candidatos no haya violado la jornada de reflexión).