domingo, 21 de marzo de 2010

Contradicciones


Acabo de leer una noticia en Libertad Digital cuyo titular reza así: “El editor de manuales anticapitalistas de EpC vive en un chalet de 400 metros”.

Lo de “EpC”, para quien no lo sepa, significa “educación para la ciudadanía”. En el mundo de los negocios supongo que lo que importa es vender y, si lo que se vende entra en conflicto con las ideas de uno, en muchas ocasiones se da prioridad al beneficio antes que a la coherencia. No juzgaré la actitud del editor porque probablemente no habrá leído casi ninguno de los libros que publica, le bastará con saber que se venden y que contribuyen a incrementar los beneficios que saca su empresa.

Lo que me parece absurdo, tanto en este tema como en otros, es la facilidad que tenemos para defender de boquilla principios grandiosos que, en cuanto bajamos del púlpito, contravenimos con total alegría. Es muy bonito utilizar el libre mercado para vender libros que lo atacan. Mola mazo volar de un lado a otro en un jet particular para pregonar que estamos calentando el planeta por ir en coche a trabajar. Es estupendo “okupar” edificios ajenos mientras nadie toque las propiedades de “papá”, que es el que nos paga la factura de las birras con las que atraemos a la ciudadanía a las “actividades kulturales” que organizamos en esas “kasas okupadas”. Queremos tener todo tipo de beneficios sociales y facilidades laborales para nosotros pero, cuidado, a la señora que viene a limpiar a casa, mejor no le hacemos contrato y, si tiene que alargar su jornada porque nos interesa, debería hacerlo sin rechistar. Lo que haga nuestro partido político favorito es bueno, pero si el opuesto propone lo mismo, es una indecencia y un indicio de su falta de talante democrático.
Obviamente no todo el mundo hace esas cosas que he relatado. Hay personas que intentan ser coherentes con sus ideas y justas con los demás (tal vez sean mayoría). Probablemente podamos encontrar entre los más reivindicativos de nuestros conciudadanos (esos que no paran de quejarse de todo) a los que más ejercitan la contradicción en sus vidas.

Estamos acostumbrados a vivir en un estado de contradicción constante pero, a pesar de ello, defendemos a ultranza nuestra gran coherencia y la firmeza de nuestros principios. Y yo me pregunto ¿Qué principios son esos que nos permiten defender una cosa y la contraria, dependiendo de la ventolera que nos dé?

Por mi parte hace tiempo que decidí que no tengo principios. En cada momento pienso lo que estimo oportuno. Más habitualmente no pienso nada o, para no tener la mente en blanco, divago sobre sandeces varias. A lo mejor sería más interesante dejar la mente en blanco, creo que en eso consiste el “nirvana”. Esta actitud, lejos de librarme de las contradicciones, probablemente las agudice pero, por lo menos, no las niego y me doy cuenta de su existencia.

Me cansa tanta seguridad ficticia, tanto “salva patrias” que se gana el aplauso de su ganado subiendo el tono de la voz en lugar de diciendo cosas sensatas (suponiendo que alguien sepa lo que es una cosa sensata. Yo no).

Y tras esta perorata, iré a gozar de un rato de telebasura, nuevo producto de la contradicción humana. Casi todo el mundo que la critica suele ser público activo de ese gran invento del entretenimiento televisivo (a mí me encanta).

domingo, 7 de marzo de 2010

Un perro fiel (y paciente)


Acabo de ver una película que, según creo, no ha tenido éxito alguno (yo la he “comprado” en Internet). Se trata de “hachiko: a dog's story” o, en su traducción española, “Siempre a tu lado, Hachiko”. La película es muy sencilla y puede resultar un poco pesada, pero a mí me ha gustado. Trata de un perro que adora a su amo. Lo acompaña cada mañana hasta la estación de tren y, a su regreso por la tarde, está allí, esperándolo para ir a casa con él. Lo interesante de la historia (o no, según para quién) es que, una vez muerto su dueño, el perro siguió acudiendo cada tarde a esperar al amo fallecido durante nada menos que diez años, hasta que el propio animal murió.

Según aparece en la Wikipedia, la historia es real (en lo esencial). En lugar de ocurrir en Norte América ocurrió en Japón y, en lugar de Richard Gere, el dueño era un japonés nada famoso, pero la idea es la misma.

¡Qué bella entrega la de este animal! Reconozco que me he emocionado más que con los reencuentros de antiguos concursantes en Gran Hermano. Me ha parecido mucho más creíble el amor de ese perro (a pesar de ser también un actor) que esa amistad de sainete que se profesan los concursantes de mi programa favorito.

En un mundo en el que enseguida nos aburrimos de los demás, hubo un perro que, a pesar del tedio que supone esperar a alguien, estuvo diez años aguardando a que llegase quien no llegaría jamás. A lo mejor hay que ser perro para poder aguantar tanto porque, lo que es yo, en cuanto alguien me cuenta el mismo chiste por segunda vez, ya lo borro de mi lista de amigos, y si, además me hacen esperar más de cinco minutos en caso de quedar con ellos, mi previa amistad se troca en furibundo odio. Menos mal que mi memoria es tan mala que olvido estas cosas rápidamente y nunca sé dónde he puesto la lista de amigos, así que, al final, no puedo borrar a nadie de ella.

Con los ojos aún húmedos por la emocionante escena de la tranquila muerte de Hachiko, termino esta insulsa aportación.